Recuerdos (Alexander T.)

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No importaba cuantas excusas pusiera para no visitar a mi padre, Estela siempre hallaba forma de contradecir mis negativas y no tuve más remedio que acompañarla, dormimos hasta llegar a Puerto Perla donde dejamos a Esteban con Marta para ir al lugar que más temía

— ¿Qué fue lo que ocurrió? — preguntó ella cuando nos encaminábamos al lugar.

— Cuando mi madre murió nos mudamos a la ciudad, yo era pequeño y crecí con mi padre cumpliendo todas sus órdenes, estaba muy satisfecho de mí hasta que me casé con mi esposa, él no lo aprobaba así empezó a llenarme la cabeza de ideas que acabaron por destruir mi vida, al sentirme solo le reproché sin entender que era culpa mía, cada día me fui hundiendo en mi soledad y él se decepcionó abandonándome así que me marché, pensé que todo acabaría pero desde mi regreso él trata de hablar conmigo, supongo para echarme en cara lo poco hombre que soy.

La conduje por una suerte de calles y casas donde familias disfrutaban su día libre, la casa de mi padre se hallaba al pie del acantilado, una briza tibia mecía el mar y las flores en macetas señoreaban su casa, en el exterior, ataviado con una bata gris se hallaba fumando una pipa mi padre, cuando llamamos pareció no darse cuenta y siguió mirando el mar.

— Entra por la reja que nunca cierra y ten cuidado con pisar sus amadas macetas — advertí en un susurro.

— Tú lo conoces bien, ven conmigo.

— No puedo hacerlo.

Estela se adentró a mi antiguo hogar hasta llegar frente a él, quién le miro indiferente para luego levantarse dificultosamente de la silla y caminar hacia el interior de la casa.

— Señor Torres venimos a buscar su ayuda y es de suma urgencia — anunció ella.

— Por supuesto jovencita, diga a mi hijo que puede entrar sin pena, el tiempo es horrible y puede resfriarse — dijo mi padre arrastrando las palabras.

— Ocurrió mucho tiempo ¿Cómo se encuentra padre? — dije a modo de saludo.

— Es correcto, cronológicamente pasaron siete años y respondiendo a tu pregunta, estoy viejo y con los achaques de la senectud aumentando una terrible jaqueca, aparte de ello todo bien.

Nos dimos un serio apretón de manos y mi padre que nos abrió las puertas de su ❝cálido hogar❞ se fue a sentar al sofá mientras yo permanecía en la entrada sin ánimos para continuar con el teatro.

— Bien señor ¿acepta mi propuesta? — preguntó Estela.

— No quiero dinero, solo un momento para dialogar con mi hijo.

— De ningún modo — farfullé de inmediato.

— Entonces no hay trato.

— En ese caso me voy, no tengo ganas de oír a un par de adultos discutiendo como niños — dijo Estela.

— Tiene razón hijo mío, llego el momento de hablar con la verdad — intervino mi padre.

— Si eso es lo único que quiere padre no se lo negare.

El acertijo fue sencillo de resolver para alguien como mi padre, resultaba que la fortuna no estaba oculta en un lugar importante más bien en la antigua biblioteca de la casa de Edmundo, su padre lo había puesto frente a sus narices y la llave era el collar de zafiro que debía guiar hacía un laberinto subterráneo, luego de anotar todo Estela salió de la casa.

— Bien hijo ¿tengo derecho a hablar contigo?

— No tiene que preguntar eso, una promesa siempre se cumple.

Secretos de la dama de rojo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora