16 años de edad
Ser ahora lo que soy no era solo una cuestión de edad o logros. Era algo más profundo, un peso en el pecho que me pesaba cada vez que me miraba al espejo.
A esta edad, ya tenía una beca en Harvard y era uno de los mejores futbolistas. Los demás me veían como el chico exitoso, pero lo que nadie veía era la distancia que había entre el exterior y lo que realmente sentía. Ellos me querían, sí, pero no era más que una fachada. Acepté porque era lo que se esperaba de mí, pero la verdad es que no sabía qué más hacer.
La única que me preocupaba era mi madre.
Mi madre tenía un pretendiente, pero lo rechazaba una y otra vez. Lo veía, pero nunca lo veía. Ese hombre que se presentaba como la solución a su dolor nunca conseguía traspasar las barreras que ella misma había levantado, ni siquiera para mí.
— Mamá, sabes que me voy en dos meses a Harvard. No quiero que me preocupes. — Le sonreí, pero era una sonrisa vacía, una que no llegaba a mis ojos.
— Yo trataré. — Su respuesta fue automática, como siempre. Pero conocía esa mirada. Sabía que, a pesar de que lo intentara, seguía atrapada en el recuerdo de mi padre.
Y, sin embargo, allí estaba ella, en citas con Zaret Climver, un hombre de 28 años. Un hombre que la llevaba a cenas románticas, que trataba de ser el compañero que mi madre necesitaba, aunque sabía que nunca podría serlo.
El hombre era serio, distante, pero hoy parecía distinto. Mamá estaba furiosa, lo perseguía como si intentara devolverle la amargura que había acumulado con los años.
— Mavis, solo probé una cucharada de la salsa. — Zaret sonrió, pero su sonrisa era la de alguien que sabía que ya no podía ganar.
— ¿Entonces qué demonios es esta olla vacía? — Mamá lo alcanzó y le plantó un beso.
Vi cómo Zaret se sonrojaba, como un niño atrapado en un error. Y todo me parecía tan... tan lejano. Como si no tuviera nada que ver con nosotros. Mi madre lo quería, sí, pero no lo amaba. Era un buen compañero, pero yo sabía que no era suficiente para llenar el vacío que mi padre había dejado.
18 años de edad
Extrañamente, no debía de tener una hermana, pero allí estaba. Sus ojos verdes, la copia exacta de los de su padre. Su cabello negro, que le recordaba a mamá. Y me observaba con la inocencia que solo los niños tienen.
Ahora solo tenía a mamá, a Zaret... y a la niña.
Mis abuelos murieron juntos en su cama. Parecía un final tranquilo, una despedida digna. Algo que no tenía nada que ver con nosotros. Algo que, a pesar de lo que pudiera pensar mi madre, no me tocaba.
Mis abuelos tenían una casa, cuatro terrenos. Uno lo dieron a mis tías, otro a mi tío junto a su empresa, y a mí me entregaron la parte de mi padre. La casa donde creció. Eso lo entendí, aunque no le daba más importancia. Todo eso era un eco lejano, un rastro de algo que ya no importaba.
Liliana crecería, claro. Pero no la iba a dejar caer en la misma tristeza que a mí. No la dejaría repetir mis errores.
Zaret, por su parte, había descubierto que mamá era un vampiro, claro, en su undécima cita. Al principio fue un choque para él, una sorpresa que no esperaba. Pero aceptó.
Lo vi, lo entendí, pero no importaba. Zaret nunca sería mi padre.
Vi a Drácula, mi abuelo, y una punzada de odio me recorrió el cuerpo. Ahí estaba, la figura que siempre había estado en las sombras de mi vida, pretendiendo darme consejos sobre lo que debía hacer con mi dolor.
— Drac, me alegra verte. — Su sonrisa me resultó extraña, como siempre. Esa sonrisa vacía de alguien que no sabe cómo repararlo.
— Es una niña muy hermosa. ¿Cómo se llama? — Preguntó, su tono suave, pero con una frialdad que ya no me sorprendía.
— Liliana. Ella se llama Liliana Climver. — Respondí, sin emoción. Porque en realidad, ese nombre tampoco significaba nada para mí.
— ¿Quién se lo puso? — La irritación se notó en su rostro.
— Yo. No es un nombre vampiresco, pero no importa. Ella no tiene que ser vampiro. — Respondí sin pensar, pero las palabras salieron de mi boca como si hubiera estado esperando decirlas.
— Dennis, ¿por qué odias tanto tu origen? — Preguntó, y su voz estaba llena de algo que solo podía llamar desprecio.
— No lo odio. Simplemente vivo como mi papá hubiese querido verme crecer. Vivo como humano, crezco lentamente... y creo que él estaría feliz. — Las palabras sonaron vacías, aunque realmente no sabía si las pensaba o solo las decía porque debía decirlas.
— Lo siento mucho. — Sus palabras fueron como una patada en el estómago.
— Zaret... no te atrevas a hacerlo. No lo hagas. Mi padre murió porque no era suficiente para ti. Pero Zaret es diferente, él no le importa lo que opines, y si quieres que esta niña te diga 'abuelo', entonces respétalo. — Mi voz se quebró por un segundo, pero volví a la frialdad. No quería que Zaret se metiera más de lo necesario.
— ¿Alguna vez me perdonarás? — Preguntó, y la pregunta me hizo reír, aunque no de manera amable.
— Tal vez... pero no ahora. Tengo cosas que hacer. Cosas que no tienen nada que ver con todos ustedes. Necesito concentrarme en mis estudios, en leer, en vivir. Después, ya veré si tengo algo más para ti, Drácula.
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.20 años de edad
El anime, ese anime. Siempre me hizo sentir algo. Algo que no podía describir. Volver a ver One Piece era mejor que cualquier cosa que hubiera vivido. Era hermoso y trágico a la vez, algo que me tocaba más profundamente de lo que me gustaría admitir.
Me di cuenta de algo más. No me atraían las mujeres, sino los hombres. Y no, no era algo que me sorprendiera. Solo lo acepté. Descubrí que soy pasivo, aunque no estaba seguro de si eso me importaba.
A los 14, las chicas me saltaban por mi apariencia, pero ahora, a mis 20 años, todo era diferente. Me saltaban por mi cuerpo, por lo que representaba. Y sí, he tenido mis momentos. He tenido orgías, tríos, cuartetos... y un tipo que me trató con dulzura, pero al final, eso no significaba nada.
La vida humana me parecía irónica. Ellos son buenos para darme placer, y nada más. Pero mi madre, mi madre seguía amando a mi padre, y eso me llenaba de ira. Todo lo que había hecho, todo lo que había intentado, nunca la sacaría de esa obsesión por un hombre muerto.
Un día, Zaret se fue por dos semanas de trabajo, y yo fui a ver a mamá. Lo que vi no me gustó. La encontré llorando sobre la cama de papá, un llanto que no podía ser más que un recordatorio de su incapacidad para dejarlo ir.
— Lo siento... lo siento... Aún te amo, Johnny. ¡Te amo! Aún te amo... — Vi cómo su voz temblaba, y sentí una punzada en el corazón, pero la apagué inmediatamente.
Yo la abracé, pero no con ternura. Era más una obligación que otra cosa.
— Mamá, tienes a Zaret. Si él lo descubre, se divorciarán. No quiero que Liliana crezca sin padre. Sé que lo que te pido es egoísta, pero por favor... aguanta. — Mis palabras eran frías, calculadas. No me importaba lo que ella sintiera.
— Dennis... yo... lo haré. — Dijo, pero su voz se rompió, y su dolor me incomodó, aunque no lo demostrara.
Desde ese día, me llevé las cosas de mi papá y las guardé en una bodega. Desde ese día, mamá fingió ser feliz. Mi egoísmo destruyó a mi mamá, pero ella solo tiene que aguantar 65 años más. Después, Zaret morirá, como todos los humanos lo hacen.
Liliana no la culparía. La vería morir como un humano, como un simple humano.
Por eso no me tomo en serio a los humanos. Son buenos para darme placer, y nada más.
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¡Johnny se convirtió en un Vampiro!
FantasíaJohnny siempre ha sido un hombre que ama profundamente a su familia, a pesar de las tensiones con su suegro, Drácula. A pesar de sus esfuerzos por ser aceptado tal como es, nunca logra ganarse su aprobación, lo que lleva a una discusión con Mavis. E...