Mordisco

83 6 3
                                    

¿Cómo había comenzado esa locura?

Quizá, ninguno de los implicados supiera dar respuesta; o quizá, simplemente, fuese algo escrito en las estrellas...

Sin embargo, ahí estaban ambos: cuerpo a cuerpo; desnudos bajo el único abrigo de la luz de la luna y en una feroz batalla de besos apasionados, mordiscos cautivos y jadeos del más puro y carnal placer.

Y no era algo que no hubiera ocurrido antes. ¡No! Se habían entregado en más de una ocasión desde el regreso.

Tan sólo necesitaban una mirada para comprenderse; para buscarse en soledad y para - ¿porqué no afirmar lo evidente? - entregarse a la pasión juntos.

Quizá fuese así como aquella locura comenzó...

«¿Cómo había acabado ahí? y ¿porqué?

Esa última preguntaba rondaba su cabeza desde que había aceptado la taza de té ofrecida por el tibetano.

Pero lo sabía; en el fondo, sentía curiosidad por Mü. Curiosidad que había ido en aumento desde que Poseidón fue engañado para entrar en guerra.

El tibetano era como un totem, a su ver: impasible; indestructible; inalcanzable pero humilde, divertido, y siempre dispuesto. Así era en sus recuerdos más primitivos; Místico, en una palabra. Y era eso mismo, lo que, tras la nueva oportunidad de vivir, le había llevado a acercarse a éste.

Eso y que las nuevas relaciones - ya abiertas al mundo - de Camus con Shura y de Aioria con Marín, le había dejando sin opciones.

— No esperaba visita – apareció Mü cargando una bandeja con fruta, queso y un poco de pan –. Espero que sea suficiente para acompañar el té.

¿Té... Con cosas? Trató de disimular el gesto de desagrado mas resultó demasiado evidente.

— Lamento no disponer de yogur u ouzo. No son alimentos que Kiki, o yo mismo, consumamos.

— La fruta estará bien. – Fingió, a medias. Camus siempre tenía una botella de ouzo esperando en su despensa. Carraspeó para alejar el pensamiento.

De nuevo, el tibetano, se alejó para dar alcance a la chirriante tetera. Cargó un par de tazas junto a la misma en una bandeja - que parecía confeccionada para el trio a la perfección - y regresó al lugar donde Milo esperaba paciente.

— ¿Qué te trae a Aries? – fue directo nada más tomar asiento y servir la bebida.

Milo, simplemente, encogió los hombros y huyó de esos ojos de tonalidad ambigua. Era un camarada, sí, pero la sensación de estar frente a un ser divino - de esos que leen tu alma sin que puedas evitarlo -, siempre le invadía con Mü.

Volvió a enfocarse en esos ojos, que se tornaron verdosos ante el contacto. Y la sensación de atracción incrementó. ¿Qué tenía Mü para provocar esa sensación en él?... ¿Sería verdad que los seres nórdicos llamados elfos, existían y estaba frente a uno de ellos y su embrujo?

Tamborileó los dedos sobre la superficie, antes de jugar con una manzana roja y llevarla a la boca.

Mü apartó la mirada, entonces. Se preguntaba el motivo de tal absurda visita. Milo de Escorpio, pidiendo pasar tiempo a su lado. ¡Con él! Que se tachaba de aburrido y demasiado parado para lo activo y atrevido de su camarada. Volvió a buscar la mirada del griego; A curiosidad, no le ganaba nadie.

— ¿Y bien? – la impaciencia pudo con él – ¿En qué puedo ayudarte, Milo?

— ¿Ayudarme? – grande el ego del griego, que ante esa pregunta, alzó la voz. Y los ojos del tibetano, se tornaron grises. Carraspeó, recordando ante quién estaba – Quería compañía.

De otros amoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora