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Naruto no supo cómo pero había recuperado el control de su cuerpo, se había desprendido de Hinata y había dicho una infinidad de veces que lo lamentaba; ella no dijo nada mientras todo aquello pasaba y una vez que él se retomó a sí mismo, Hinata fue a la cocina por una taza de té que le ayudaría con la ebriedad.

—Ten —le ofreció la taza humeante pero Naruto no bebió ni un poco, se mantuvo quieto sobre la silla con la mirada puesta al frente—. Si no lo bebes no se te pasarán los efectos del alcohol.

—Lo sé.

—¿Entonces por qué no...?

—Hinata... —sonrió tristemente—, no alarguemos esto y dime cuando te vas...

—¿De qué estás hablando? —parecía confundida.

—No asistía a esa dichosa reunión —dijo con resentimiento, no se perdonaría el no hacerlo—. No necesito ser un genio para saber que...

—Fue cancelada.

Sería un chiste si dijese que la cara de Naruto demostraba sorpresa. Algo más allá de la sorpresa y el desconcierto tomó cartas en el asunto en el rostro del rubio. Él miró a Hinata como si ella le hubiese dicho que el cielo era verde.

—¿Qué?

—Los ancianos enfermaron al mismo tiempo de algo —dijo Hinata sin perder palabra y sin sentirlo—, creo que comieron algo que les hizo daño y se quedaron en cama por órdenes del doctor. Papá le dijo a Hanabi que podía ir con sus amigas y a mí que te dijese que no hay problema con que no te presentases hasta nuevo aviso, los ancianos están muy viejos y seguramente creerían si les dijesen que pasaste sus rigurosas pruebas.

—¿En serio? —Hinata le sonrió y asintió. Más tarde se agachó sufriendo una punzada de dolor repentina haciendo que Naruto despegara el trasero del asiento y fuera en su encuentro—. ¿Te duele mucho?

—A-algo...

—Espera aquí —dijo Naruto antes de correr en dirección a la habitación; removió prendas tras prendas hasta que cayó al suelo un botecito con pastillas verdes, lo tomó con dificultad puesto que no se había tomado el té y al agacharse repentinamente se mareó y se tambaleó pero no cayó—. Ya voy —corrió en dirección a Hinata y cuando llegó le extendió el botecito—. Tómalas.

—Ya estoy mejor, no es necesario.

—Hinata —la detuvo—, estoy ebrio y no me importaría hacerte tomar dos o tres pastillas de estas a la fuerza para evitar que sigas sufriendo. Así que sigue mi consejo, tómalas.

Hinata pareció muy dudosa de su elección inicial, pero finalmente tomó las pastillas y abriendo la tapa, sacó dos de ellas con una lentitud tal que Naruto pareció hacerse viejo con velocidad.

Los ojos de Hinata se posaron en los de Naruto, quien, indispuesto a negociar, le hizo un ademán con el rostro para que se apresurara. Las pastillas entraron a la boca de Hinata y posteriormente a su cuerpo de un trago, ella fue corriendo a la cocina en busca de un vaso de agua y todo con la implacable supervisión de Naruto para asegurarse de que no escupiese las pasillas a la basura.

—¿Tan difícil era hacer eso? —preguntó Naruto un poco menos severo. Hinata le miró después de separar sus labios del vaso de vidrio.

—S-sí... yo no que-quería tomármelas por-porque... —bajó la cabeza un poco—, tiene efectos secundarios.

—¿Efectos secundarios? —Naruto ladeó la cabeza. Hinata se sonrojó encorvándose un poco ante otra nueva punzada—. ¡Hinata!

—E-estoy bi-bien... es solo que... —se agachó un poco más—, necesito ir... al... ba-baño...

Hinata se separó un poco de Naruto antes de intentar encaminarse hacia el baño pero antes de que siquiera pudiera salir de la cocina, escuchó a Naruto exclamar alarmado su nombre una y otra vez.

Los ojos de Naruto se abrieron al par cuando notó que la piyama azulada de Hinata, especialmente el pantalón, estaba siendo perturbada por una enorme mancha rojiza que bien él sabía a la perfección qué era.

—¡Sangre! ¡Hinata estás sangrando! ¡Estás sangrando! —Naruto pálido como una nube fue hacia Hinata rápidamente mientras ella tenía el aspecto de haber sido convertida en roca—. ¡Rápido, rápido, vamos al hospital!

—¡No! —despertó del trance cuando Naruto intentó cargarla—. ¡E-espera! ¡N-no e-estoy enferma!

—¡Estás sangrando! ¡Oh cielos! ¡Hinata! ¿ESTÁS MURIENDO?

—¡No lo estoy! —su rostro se enrojeció ridículamente—, ¡no estoy muriendo!

—¡Lo estás si sangras así!

—¡No lo estoy!

—¡Qué sí!

—¡NO ESTOY MURIENDO! —y en un nivel extremo de vergüenza combinada con el dolor en el vientre, explotó—. ¡ESTOY MENSTRUANDO!

El lugar quedó en su sepulcral silencio.

—¿Estás qué?

¡𝐻𝑖𝑛𝑎𝑡𝑎! ¿𝐸𝑆𝑇𝐴𝑆 𝑀𝑈𝑅𝐼𝐸𝑁𝐷𝑂?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora