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Alexis

Todavía no puedo creerlo. Lo besé. Besé a Bruno.

Tengo el corazón tan acelerado que creo que él es capaz de escucharlo, pero parece bastante dispuesto a fingir que no me ve nerviosa.

Nos observamos tras otra sesión de besos y delineo con mi pulgar la pequeña sonrisa que tira de sus labios. Sus ojos están fijos en los míos, con una expresión tranquila.

Separo mi boca para decir algo, pero no sé qué, así que solo me quedo en la mueca y es Bruno quien habla.

—Termina tu desayuno —murmura al tiempo que pasa sus dedos por el costado de mi cabeza, en una caricia.

No sé qué bicho de la insensatez me picó para que esto no se sienta incómodo o me haga percibir lo peligroso que fue dejarlo dormir aquí.

Es Bruno, no es un peligro, me recuerdo a mí misma.

—No pretendía besarte —digo en voz baja.

—Qué pena, me gustó que lo hicieras —responde inclinándose un poco más —, y me encantaría que volvieras a hacerlo.

Jadeo.

Antes de que pueda decir algo más, el timbre suena y tengo la excusa perfecta para salir de la cama y correr hacia la puerta, para observar por la mirilla. Abro rápidamente cuando veo que es Zaira.

—Hola, corazón.

Todavía tiene su ropa de hospital y una expresión cansada.

Me pongo nerviosa, como si el hecho de que Bruno está en mi habitación fuera una bomba a punto de explotar.

—¿Qué tal el trabajo? —le sonrío.

—¿Qué escondes? —entrecierra los ojos, se acerca y me observa —. Luces nerviosa.

—Acabo de despertar y... —no puedo mentirle —, Bruno está en mi habitación.

—¿Bruno qué?

—Bruno... en la habitación —repito incluso más ansiosa —, pasó la noche aquí.

—De acuerdo, estar sin dormir me afectó más de lo que debería —un carraspeo tras nosotras hace que mire por encima de mi hombro, al hombre que durmió conmigo y al que acabo de besar, pero que no me atrevo a mirar —. Bruno.

—Zaira —se acerca, luciendo cómodo —, qué manía tienes de interrumpir las mañanas.

Frunzo el ceño, sin comprender de qué hablan, pero como ambos lucen relajados, supongo que no importa.

—Es para no perder las costumbres —dice ella, dejando su bolso en el sofá —. ¿Cómo durmieron?

—Bien, ¿quieres un café? —me apresuro a preguntar.

—Claro —me observa intensamente mientras camino hacia la cocina, fingiendo que nada pasa —. Entonces, ustedes...

El carraspeo de Bruno hace que ella se detenga.

—No pasó nada —dice él.

—Entiendo... —parece dudar —. Ale, cuando desayunes, debemos hablar.

Eso me alerta.

—¿De qué? —la observo. Se mira con Bruno, que parece saber de qué habla, porque su expresión se tuerce —. ¿Qué sucede? Dime.

Bruno se acerca.

—¿Por qué no te sientas? Yo prepararé el café —parece una sugerencia, pero no me deja mucho espacio para replicar, porque mueve la silla y la señala.

Fuego | SEKS #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora