RENACE - 3

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Edrian


La magia existe. Solo pensar en ello llenaba mi mente de fantasías. ¿Cómo podía algo tan asombroso ser real? No tenía tiempo para seguir dándole vueltas. Ahora estaba en otro mundo, y esa era una verdad irrefutable.

Si esto fuera una película, tal vez podría aprender magia. ¿Pero habría alguien que me enseñara? Recordé las palabras de una antigua maestra: "Todas las respuestas se encuentran en los libros". ¿Dónde estarían esos libros? En el almacén de mi padre, por supuesto.

Tuve que ser paciente; no podía entrar ahí sin precaución. La espera se hizo más llevadera con mis pensamientos. En el momento en que vi a John salir de casa, entré al almacén.

El aire estaba lleno de polvo. Las estanterías abarrotadas y los cofres alineados a lo largo de las paredes parecían abarcar más espacio que antes. Este año yo había crecido bastante y ahora podía ver por encima de los muebles. Empecé a revisar cada rincón, deslizando mis dedos por los libros. Me di cuenta de algo: podía entender el idioma, pero no sabía leerlo. Cambié de estrategia y me guié por símbolos o figuras que parecieran mágicas, lo cual no fue fácil; algunos eran similares a las letras.

El tiempo pasaba y me sentía más desesperado. Habían pasado ya varios minutos y seguía sin resultados. Dejé de lado los estantes y me dirigí a los cofres. Abrí un par sin éxito. Al llegar al tercero, ya dándome por vencido, levanté la tapa y lo vi. Cuatro libros en total, pero solo uno mostraba una bestia que parecía un dragón.

Lo tomé de inmediato. Era pesado. Lo abrí como si fuera una guía telefónica, y las páginas crujieron. Al ver su contenido, supe al instante que había encontrado lo que buscaba. Agarré la correa de cuero que colgaba del libro y la sujeté alrededor de mi torso, cruzándola sobre mi hombro para asegurarlo contra mi costado. Así logré salir del almacén.

Llegué a mi cuarto y cerré la puerta con cuidado. Estaba exhausto. Tomé aire, extendí el libro en el suelo y comencé a hojearlo. Me encontré con ilustraciones asombrosas: criaturas aladas surcando el cielo, guerreros montados en bestias atravesando desiertos y símbolos extraños. Al llegar a la mitad, encontré un pequeño sobre sellado con cera, con un emblema que me resultaba extrañamente familiar. Con cuidado, lo abrí y saqué una hoja. Era un mapa. Me quedé observándolo por un momento, pensando en la existencia de otras razas y culturas.

Estaba tan absorto que no me di cuenta de mis constantes parpadeos. El sueño comenzaba a vencerme. Maldecí por ser un niño pequeño, incapaz de permanecer despierto más de ocho horas seguidas.

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John:

Ser comerciante significa mantener una reputación impecable, no solo aceptable. Eso no es suficiente en el mundo de los negocios. Este era un valor que resguardaba por encima de todo. Pero hoy, en este día en particular, había una amenaza hacia mí.

Revisé el inventario no una, ni dos, sino tres veces. Y siempre surgía la misma discrepancia: un libro. Solo faltaba un libro. Revisé las órdenes de compra, comparé los papeles de envío y recepción, y todo parecía estar en orden.

"En las últimas horas dejé entrar a varias personas en mi hogar. ¿Sería posible que algún ladrón se colara sin que lo notara?" —Pensé. La idea era perturbadora, casi inconcebible.

No había tiempo que perder; debía reponerlo de inmediato. Busqué a mi esposa para informarle de mi salida. Recorrí el pasillo sin notar la nueva alfombra bajo mis pies hasta horas más tarde, pero sí vi la puerta abierta de una habitación.

Entré con cautela, evitando hacer ruido. Entonces lo vi: mi hijo, dormido plácidamente en el suelo. Me acerqué y lo arropé en su cama. Observé su rostro tranquilo por un momento, y mi problema se desvaneció por un instante. Antes de salir, noté algo a mis pies. Me agaché para verlo de cerca y, para mi asombro, encontré el libro que faltaba. No lo entendía. ¿Acaso mi hijo lo había planeado? Estaba sonriendo. Esto me recordó una vieja leyenda de mi abuela.

Mi hijo era peculiar, y eso no me molestaba. Era ingenioso y necesitaba ser guiado adecuadamente. Por un instante, recordé a mi padre. Una vez fuera, subí al carruaje y me dirigí al pueblo cercano. Debía asegurarme de tener suficientes libros para los próximos envíos.

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Emily:


Cargaba con el peso de una empatía extrema. Esto la había convertido en una amiga querida y en la confidente de muchos, pero también la hacía sufrir los problemas ajenos como si fueran propios.

Cuando le ofrecieron contratar a una sirvienta, se resistió; no quería cargar a nadie con su propia responsabilidad. Sin embargo, cuando revisó los antecedentes de las candidatas, se dio cuenta de que había decidido apresuradamente.

Ruth era una sirvienta diligente y meticulosa. Sobre todo, era madre soltera y necesitaba el trabajo para mantener a su hija. Emily sintió culpa. No había considerado que, al aceptar ayuda, no solo se beneficiaba a sí misma, sino que también ayudaba a alguien más.

Pensar que ambas eran madres despejó sus dudas, y partió hacia el pueblo de inmediato. El camino se le hizo corto, y antes de darse cuenta, ya estaba en la plaza. Recorrió el lugar, atenta a cada detalle, buscando a Ruth entre la multitud.

La buscó durante horas, y el sol comenzó a ocultarse, cubriendo las calles empedradas con sombras. Ruth seguía sin aparecer. La decepción se asentó en ella, y decidió aliviarla con un paseo por la plaza, esperando despejar su mente y, tal vez, encontrarla por casualidad.

Durante su caminata, observó los alrededores. Un restaurante llamó su atención. Su fachada era la única pintada, y el aroma que emanaba era dulce.

"Hoy fue un día largo, debo disfrutar de una comida tranquila antes de regresar a casa" —pensó. Con esa idea en mente, entró al restaurante.

Dentro, varios aventureros charlaban animadamente. Una familia parecía celebrar algo. No quiso entrometerse y eligió la mesa más alejada. Estaba a punto de ordenar cuando un pequeño tirón en su vestido la sobresaltó. Miró hacia abajo y encontró un par de ojos aguamarina observándola.

Era la hija de Ruth, con mejillas sonrosadas y una expresión de curiosidad. La sorpresa inicial se transformó en alegría. Lágrimas comenzaron a brotar de su rostro. Abrazó a la niña antes de que Ruth, de pie frente a ella, la saludara con una sonrisa tímida. Emily se levantó y fue hacia ella, con la niña aún aferrada a su falda.

—Me alegra tanto verte —dijo, extendiendo su mano.

Ese mismo día, dos nuevos miembros se unieron a la familia.

¡Nuevos Miembros!

Continuara...

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