𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 ٩

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Solo sé que esto puede acabar o muy mal o muy bien. Pero al menos puedo decir que de las dos formas conseguiré librarme del reciente deseo de Joanna de aparearme con alguien, ya sea Giorgio o cualquier desdichado pretendiente que le sigue en esa estúpida lista de pretendientes.

* * *

Media hora más tarde me encontraba en la otra punta de Drekmar aporreando la puerta de la casa de Yara. El sol había salido hace rato. Y ahora mismo, parados en la colina mientras esperábamos que nos abrieran la puerta, Jihâd y yo podíamos contemplar el amanecer. 

La casa de Yara más bien es una finca, su madre es una comerciante muy conocida, que se hizo fortuna con las mercancías de las tierras asiáticas. Tiene una extensión de tierra considerable, y un establo que habitan cabrillas y gallinas. Medio pueblo compra la leche y los huevos de sus bestias. Por lo que no solo produce dinero con la mercancía sino también con lo que se ha comprado después de comercializar. 

Pero no estamos aquí por su madre. Si no por su padre. Los padres de Yara están separados, no suele hablar de ellos aunque mantengo relaciones con su madre, muchas veces he estado en su casa, y ella en la mía. Lo único que sé de su padre es que es un religioso escribiente, que se dedica a escribir tratados, cartas para los generales y alcaldes, certificados, etc. No estoy segura de que su trabajo consiste en casar personas, pero estoy segura que también podrá escribirnos nuestro acto de emparejamiento y dar la ceremonia.

La puerta se entreabre y sale la señora Demiroğlu, la madre de Yara.

— ¿Kralice? Que sorpresa encontrarte aquí. — Me sonríe a los ojos, y sé que se acaba de despertar hace poco por sus ojos aún entrecerrados.

Le devuelvo la sonrisa sincera. Tengo confianza con ella. Nos conocemos desde que tengo uso de la razón, podríamos decir que es casi mi tercera madre, contando que Joanna es la segunda y la verdadera es la primera.

— ¡Buenos días, tía Zeyneb! ¿Siento molestarle a tan temprana mañana, pero puede salir Yara un momento? —Le sostengo la mirada— Por favor.

Ella se limita a seguir sonriendo, y entonces dice:

— Yara aun esta dormida, cielo. Pasad, seguro que debéis tener frío. ¿Habéis desayunado?

Aunque la pregunta va dirigida a los dos, Jihâd solo me mira, esperándome a que yo responda por los dos. Yo también haría lo mismo si fuera él.

Finalmente doy unos pasos hacia delante entrando en la casa y él me sigue tocándome los talones. El olor que tantas veces que he analizado impregna mis fosas nasales. Siempre me ha gustado estudiar el olor familiar de cada casa. La casa de Yara huele a cítricos y canela. Mi casa, no lo sé. Nunca he identificado el olor de mi casa, supongo que debe ser porque estoy tan familiarizada con ella que no la distingo. O al menos es lo que a mi me gusta pensar.

— Id a la sala de estar. Ya conoces el camino Kae-kae. — Kae-kae es el apodo que la madre de Yara me puso cuando era pequeña, desde entonces se ha molestado por llamarme así cada vez que esta de humor.

Dejo ir un resoplido.

— No empieces de buena mañana, tía... Un poco de respeto matutino. — Dejo mi bolsa en la entrada—. Además no será necesario. Ya nos vamos. Necesito a Yara, pero aún está ocupada en sus sueños.

— ¡Bobadas! Ya puedes ir poniendo cómodo, desayunamos conmigo.— Dice esta mientras marcha hacia la cocina— Nadie se va de esta casa con el estómago vacío. — Vuelve a refunfuñar mientras oigo el ruido de unas cacerolas.

Jihâd hace ademán de reírse pero yo le doy un golpe disimulado que le hace callar de una sentada.

— Ya he desayunado, tía Zeyneb. — Grito en voz alta. — Se está tomando molestias innecesarias.

Una corona cautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora