𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 ٢٨

45 6 1
                                    

Jihâd:

Observo como Léa y sus amigas se alejan del cuartel pasillo abajo hacia la salida y me quedo pensativo. Esta chica me va volver loco. Mi mente está pensando en ella todo el tiempo. ¡Yo! Yo que nunca alcé los ojos del suelo a ningún ser del sexo opuesto. Yo que por más que viniesen y se fuesen mujeres en mi vida me haya interesado ninguna. No soy ciego ni estúpido. Soy bastante consciente de la atención femenina que recibo allá donde voy pero nunca le presté gran atención ni me ha interesado. 

Unas manos se deslizan por mis hombros y me giro para saludar a Adel. Sé que es él. Reconocería su mano entre un millón. Uno reconoce a  su hermano. 

— Y aquí nuestro señor Romeo observa a su Julieta avanzar lejos de él con su corazón partido en dos... — suelta el cabrón con voz melancólica y poética.

— ¡Que estás soltando ahora por esa bocaza tuya! Eres el primero en saber que todo esto es puro teatro. — susurro en voz baja para que no nos escuchen.

Adel suelta un suspiro como si yo fuese aquí el ingenuo que no se entera de nada. 

— Lo único que  sé es que tu mirada no es teatro. Ni como parecéis estar pendientes uno del otro en cada habitación en la que estáis los dos juntos. Como si el resto del mundo desapareciese. Y creo que no soy ni el primero ni el ultimo que se ha dado cuenta. Todos lo saben excepto vosotros dos—. Su voz se vuelve más seria y mi corazón late frenético con cada palabra pronunciada suya. Me quedo mirando como se aleja de mi y solo entonces me permito respirar.

No es verdad.

Adel se está creando una historieta suya en la cabeza. Mi nerviosismo solo se debe a que Adel acaba de sugerir, que no solo yo tengo sentimientos por ella si no que también son correspondidos. Esto no tiene ni pies ni cabeza. Y no hay ni las más remota posibilidad de que  Léa sienta algo por mi. Es simplemente algo impensable. 

Giro mi cabeza de lado a lado negándome a admitir lo que en mi alma ya dicta y me encamino hacia la salida del cuartel. Tengo un baile al que prepararme. Otra velada más en la lista aguantando el insoportable bochorno y ambiente concurrido de fiesta. Nunca me han gustado y nunca me gustarán y a pesar de eso aquí estoy asistiendo para cumplir con mi deber.  Sería demasiado llamativo que el Coronel mismo faltase a la fiesta de apertura.

Léa:

Mi reflejo me devuelve la mirada a través del espejo. Janna está a punto de acabar de trenzarme el pelo en forma de corona alrededor de mi cabeza. Observo como el flequillo sobresale del peinado haciéndose notar. Es demasiado corto para aguantarse en la trenza, demasiado diferente para encajar. Simplemente está ahí suelto, para enmarcar mi cara para bien o tapar mi frente y robar la atención que recibirían mis ojos de no ser porque el flequillo los tapa a medias. 

Así soy yo. Digamos que es penoso comprarse con un flequillo, pero siempre soy demasiado diferente para encajar en ningún lado. No soy muy chica para pasarme las tardes cotilleando de rumores, tomar el té y hablar de chicos guapos mientras veo el atardecer. En Damasco nunca he sido invitada a este tipo de planes aunque se hacían casi cada día. Tampoco me importa porque me habría aburrido bastante. 

Tampoco soy lo suficientemente hombre como para pasar las tardes entrenando con los demás chicos en las afueras. De hecho está muy mal visto y todos mis entrenos de no ser por Joanna jamás habrían existido. 

No soy muy inteligente para poder estudiar en una academia con intelectuales como dios manda pero tampoco puedo simplemente abandonar mi curiosidad a merced del destino, porque quiero aprender, conocer, saber... Por eso tenía esa pequeña chabola llena de libros e investigaciones.

En vista de que por culpa de mi raya seré eternamente perseguida hasta la muerte, parece ser que ni siquiera soy lo suficientemente humana como para vivir una vida en paz.

No soy lo suficiente bonita para atraer a una persona que me ame por ser como soy, que me entienda y me sienta, pero si soy la perfecta amiga que te da un brazo en el que apoyarte cuando te sientas mal. Que te escucha y te aconseja cuando lo necesitas. Que está allí para ti. Pero resulta que alguien que escucha también necesita que lo escuchen. Pero me siento inmersa en esta inmensa solitud.

Léa siempre ha podido sola. 

Léa siempre puede sola.

Léa siempre podrá sola.

Me gusta demostrarme que puedo hacerlo sola porque nunca he tenido alguien detrás de mi que me levante. Quizás se debe a que mis padres me dieron la espalda desde el minuto que nací, o quizás es solo porque mi autoexigencia me impide pedir ayuda porque siempre lo he visto como símbolo de debilidad. Joanna me enseño que cuando te caes, te levantas. Pero no me enseñó a como levantarme. Eso también lo aprendí sola. 

A veces me gustaría simplemente tener una mano a la que aferrarme, que me diga que puedo sola, pero está ahí para mi por si acaso. Entonces me pregunto como es posible que no sea lo suficiente para ser amada pero si lo suficiente para amar.

Me protejo en una coraza y me prohíbo sentir, protegida siempre detrás de esta frialdad pero que en realidad a veces me congelo a misma sin querer. Digo que prefiero no sentir pero en el fondo, muy en el fondo, sé que es precisamente el sentir lo que me mantiene humana.

Me gusta escuchar los latidos de las personas porque en cierta manera me recuerdan que están vivos, y por lo tanto yo también. Porque tengo pulso pero a veces no lo siento. Respiro pero irónicamente me falta el aire. Siento demasiado  y aún así estoy vacía. Entonces, estoy viva, ¿pero realmente estoy viviendo? ¿Estoy viviendo o solamente sobreviviendo?

Sí. Si que soy un dichoso fleco y sí, nunca he encajado en ningún molde. Tampoco puedo decir que lo he intentado. Siempre he aceptado cada imperfección en mi, por mucho que me disgustase y seguí adelante, porque es lo que se supone que debo hacer. No pienso moldearme para ser igual al resto. Pero no puedo negar que todo ser humano le gusta sentirse cómodo en su propia piel. Sentirse como en casa. Que pertenece a algo o alguien, a un lugar, donde cobijarse hasta que las tormentas que a veces nublan mi mente cesen.

Una lagrima se desliza por mi mejilla y cae redonda y perfecta sobre mi dorso. Janna lo nota y se arrodilla ante mi.

— Hey— su voz dulce me obliga mirarla a los ojos— Shhhh... No te puedo decir que todo está bien. Pero puedo hacer que te sientas mejor. 

Sus manos me rodean cobijándome en su pecho y un eterno abrazo del que desearía no separarme nunca. Janna me acaricia la coronilla con suavidad mientras me susurra al oída lo preciosa que estoy esta noche y lo feo que sería que se estropease mi aspecto.

— Sabes que te quiero, ¿verdad? — dice muy seria.

No respondo y ella vuelva a hablar.

— ¿Lo sabes, verdad, Kay-kay? — me coge de los hombros para que no pueda apartar la mirada.

— Sí. —respondo entre susurros.— Yo también. 

Me limpio las lágrimas y me levanto obligándome a poner todo el empeño del mundo en parecer entusiasta. Solo tengo que hacer que está mierda de baile salga bien, lucir mi perfecta cara y mostrarme agradecida con el patriarcado por haberme dado una casa feliz, un futuro feliz junto a mi marido con el que podré crear una familia feliz. Excepto por el hecho de que si descubren que soy rayada todo ira al garete. 

Parece pan comido. ¡Genial!

— Venga. Vamos. Alguien tiene que ser la diva guapa y pateadora de traseros en esa fiesta— digo en un intento de hacer broma con mi voz más narcista y egoísta que podría haber lucido jamás.

— ¡Eso es! Esa es mi kay-kay.

— Janna, ¿te he dicho ya que esta noche te ves magnifica? — digo con voz muy seria.

— ¡No! — su indignación fingida me hace reír a la vez que salimos del dormitorio para encontrarnos con Ziyad y Jihâd.


Una corona cautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora