𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 ١٤

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Léa Kralice

Al acabar de desayunar decidí pasar mi mañana descubriendo la ciudad. No tenía ni idea de donde Jihâd había dejado mi caballo anoche, y me maldigo por no haberle preguntado, ya que ahora deberé descubrir la selva negra Damasqueña por mi solita, sin mi querido amigo equino. No me sorprendería que me acabé perdiendo por ahí, sin ton ni son, sería lo más normal. Probablemente mi geografía sea pero que la de una vaca en un mercadillo, y si en los años que divagaba por los pueblos alrededor de Drekmar, en los bosques y yendo de mercadillo en mercadillo para conseguir mercancía barata, que en Drekmar no es posible sería gracias a las gracias divinas que hicieron milagros para que no me pierda. O quizás tantos años dan la práctica, porque debo admitir que las primeras veces que salía si llegué a perderme un par de veces.

Soy la última en salir de casa, Ziyad se fue el primero a previos minutos de que se armará una buena con Janna, muy sabio de su parte, Jihâd se despidió pocos minutos después, y vi por la ventana como Janna desaparece calle abajo no antes sin haberme dejado una llave para mi. El día amanece nublado, a diferencia de ayer, y eso me anima un poco más. Me encantan los días que los otros consideran como "malos". No entiendo que encuentran de malo en los días de lluvia, nublados, grises, si a mi me deprime justo lo contrario. No soporto la viveza del sol, sobre todo cuando brilla en tiempos donde debería estar haciendo frío.

Comienzo a caminar por la misma calle que Janna tomó, intentando memorizar cada pequeño detalle, por si acaso más tarde me sea necesario. Las casas, ayer me parecieron fascinantes pero eran a la luz del crepúsculo, nada comparado con la luz que ahora hay. La nieve parece azúcar manchando de blanco las tejas de las casas. Hay una que me llama particular atención por su nombre peculiar: فن مقبرة النفوس الحالمة

Literalmente se traducir como "Cementerio del arte de ser almas lectoras"

El fuerte deseo de tocar la puerta y entrar en ese recinto es muy tentador, quizás por el hecho de que se hacen llamar un cementerio, o el hecho de que mencionen las almas lectoras. Sin embargo, me controlo, y sigo mi camino. En esa calle recta, simétrica, como todas las otras. Llego a lo que parece ser una plaza amplia, donde una olivera asegura tener siglos por su grandeza y la opacidad. Apuesto a que este es el único lugar de todo Damasco que no será tan geométricamente perfecto, y sólo porque comprende la forma de una redonda, que como no, también es geométrica. Intento hacerme una idea de cómo se vería la ciudad desde arriba y llegó a la conclusión que para mi sorpresa, debe tener una forma redondeada, siendo esta plaza el centro. y de ella salen callejuelas simétricas. Como un laberinto.

La nieve granulada se posaba suavemente sobre la superficie del suelo y las ramas de la olivera y los abetos de alrededor. Hay niños correteando por las calles jugando a esconderse y atraparse, y me veo sumida en una nostalgia abrumante de mi infancia con Yara y Milly-max. Hay mujeres adultas sacudiendo ropas y alfombras en los umbrales de sus puertas, otras regañando a niños por correr demasiado rápido, otras gritando a pleno pulmón los precios y trayendo cliente para su mercancía, deambulantes con cestas llenas de artilugios que intentan localizar a su próxima víctima para enredarlo con palabras semivacías y promesas que solo se cumplirá la mitad sobre sus productos, el cloqueo de las gallinas, percibo felinos meneando su cola desde lo alto de una teja y observando su alrededor en suma calma. No parece que la calle de antes y la plaza de ahora sean del mismo lugar.

Tanta viveza me abruma, y pensar que yo lo veía como un ataúd, confundir esta esplendor, este brillo con la opresión de una celda fue muy idiota y zopenco de mi parte. Me niego a creer que no hay ni una sola persona más como yo entre esta multitud, a pesar de que a medio kilómetro de la ciudad estén cuarteles llenos de jundiyo, que hayan torres rodeando el perímetro, y vigilancia constante, me niego a creer que no hay ni una sola persona rayada disfrutando de este vivacidad.

Una corona cautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora