𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 ٢٠

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Bien. Si él me propone una sesión de sauna gratis, no seré yo la que me niegue. Me pongo derecha y me quito la camisa albornoz que tenía sobre el camisero de tirantes. Me bajo los tirantes por los hombres y dejo que el pijama se deslice hasta mis senos, entonces me tumbo con la espalda hacia arriba y señalo con el dedo mi espalda.

— Allí, en esa zona de los omoplatos, los hombros, los brazos. Joder, las cotorras con quien me ha tocado se ha quedado a gusto golpeándome allí. Parece que se han puesto de acuerdo en atacar todas esa parte y mis talones.

— Espero que tu les hayas dado una noche igual de agradable.

— Se las hice aún más placentera.

— Como no...

Siento su peso al sentarse en el borde de la cama y como sus manos llenas de esa loción me masajean los omoplatos. La frescor me abraza inmediatamente infiltrándose en mi piel, y no sé si es por la loción o por los ásperos dedos con los que me la esta poniendo pero el dolor se va aliviando poco a poco. Siento como va trazando círculos lentos por todo mi torso superior hasta que el dolor desaparece por completo.

Podríamos pasarnos así todo el día.

Esta vez no te lo voy a negar, consciencia.

Repite el mismo proceso con más crema en mi pie izquierdo. Noto como lo alza con suavidad y lo masajea estirando la piel con sus pulgares. Mi cuerpo entero deja de estar tenso a pesar de que al principio estaba muy incomoda.

— ¿Qué tal te sientes? — su voz ronca y áspera me llega muy lejana. No sé si es real o estoy soñando, pero la situación me puede. Esto me puede. El sueño ya me ha ganado.

JIHÂD:

— ¿Léa? — Nada. Está durmiendo como una ostra.

Verla así sumida en el sueño y tan callada me hace sonreís. Nadie diría que es la misma gruñona bocazas resoplona del día. Al acabar con su pie izquierdo, me incorporo y le vuelvo a colocar bien el pijama que antes se bajó. Con todo mi control me obligo a no mirarla. Decido que no hace falta salir a buscar la nieve, con esa loción es suficiente, además el contacto frio le va a despertar. La tapo con la manta y me tumbo a su lado.

* * *

Esta mañana nos hemos despertado temprano antes del alba. La oscuridad aún se ceñía sobre Damasco cuándo salimos de casa, minutos antes del alba. Fuimos al establo donde estaba mi caballo y Léa cogía al suyo. Stupido. Que nombre. No me atrevo a preguntarle de donde sale. Después de un rato cabalgando habiendo salido completamente de la periferia de la ciudad, llegamos a mi destino. Una clariana del bosque muy amplia y muy elevada, estamos a varios metros del nivel del mar. Recuerdo cuando siempre venía a practicar aquí con Adel cuándo recién me había unido al ejercito, por eso sé perfectamente que a las raíces de uno de los arboles, lo que antes solía ser una madriguera de conejos ahora escondo allí flechas, alguna que otra espada bastante rodeada ya con el tiempo y trampas artesanales que yo mismo hice para cazar. Bajo del caballo e intento recordar cuál árbol era. Al final me decido por uno y sé que he acertado antes de comprobarlo. Me inclino de rodillas y comienzo a tantear por las raíces, ahora cubiertas de hierbajos y matorrales, hasta dar con la entrada de la madriguera. Por el rabillo del ojo veo que Léa no me quita el ojo de encima.

Habrán cogido algo de polvo, pero no será problema. En efecto, los encuentro bien guardados, al sacarles el polvo lo extiendo hacia Léa y mientras lo va armando vuelvo hasta mi yegua para coger mi arco  que siempre utilizo. Mi tesoro más preciado.

Al girarme la encuentro pelándose con el arco y sin poder evitarlo me encuentro sonriendo.

— Enserio ¿eres abusona hasta con el pobre arco?

Una corona cautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora