capitulo tres

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Ya era sábado por la tarde y yo ya había salido de trabajar. Pase por la casa de Agustín para poder buscar a Isa, quien se despidió alegremente de Lauti, el hijo de Agustín, para poder continuar con nuestro camino.

—¿Querés que compre helado y vamos a la plaza un rato?— pregunté mientras caminabamos por la vereda del barrio. Mire la hora... Seis de la tarde.

—Si, si quiero— afirmó sonriente y yo solo asenti con una leve sonrisa. Fuimos a la heladería y compré dos helados de bocha, uno para ella y otro para mí; con los gustos de siempre.
Cruzamos la calle y nos dirigimos a la plaza, la cual quedaba a unos metros.

—¿A dónde vas a ir primero?— pregunté, dándole una cucharada a mí helado mientras miraba los juegos.

—A las hamacas— asintió y se sacó la mochila, con cuidado de no tirar el helado. Asentí y agarré su mochila, caminando hacia uno de los bancos que estaba cerca de las hamacas para poder sentarme ahí.

—Con cuidado Isa— dije mientras la observaba correr a las hamacas. Cucharee mí helado mientras la miraba hamacarse; sonreí con levedad.

La mayoría de los sábados y domingos trataba de pasar la mayor parte del tiempo con Isabella. Ir a la plaza, a tomar un helado, llevarla a merendar o a comer... Tratar de que mantenga una vida de una nena normal., Que sienta que tiene a alguien en su vida, y que ese alguien soy yo.

Lo cierto es que nuestro papá estuvo presente hasta que Isabella cumplió sus tres años. Luego de que eso pasara, él se separó de mí mamá para irse con otra mujer. Todo iba bien, normal, hasta que el dejo de visitarnos y dejo de pasarnos plata.
Básicamente se borró, dejándonos solas con mamá, quien también se fue. Así que ahora solo éramos dos, Isabella y yo.

Salí de mí trance al ver cómo un nene hablaba animadamente con Isa; parecía tener la misma edad que ella, quizás un año más grande.
Se habían sentado en el pasto, al lado de las hamacas. Parecían ser amigos de toda la vida por como conversaban y reían.

Solté una leve risa mientras negaba con mí cabeza; me dedique a terminar mí helado antes de que se derritiera, pero su fastidiosa voz corto con mí momento de paz, e hizo que rápidamente gire mí cabeza para mirarlo mal.

—¿Es tu hermana?— pregunto, señalando con un movimiento de cabeza hacia ambos nenes. Estaba parado atrás del banco en el que yo estaba, su posición era casual, al igual que su ropa; pero su característica cara de culo seguía ahí.

Decidí no decir nada y volver mí mirada a ambos nenes, ignorando la presencia de Mateo, algo que fue medio imposible.

—¿Ahora te quedas callada?— cuestiono con ironía. Lo mire de reojo, se sentó en el banco, a mí lado.

—¿Que haces acá?— lo mire fijamente está vez.

—Perdón, no sabía que no podía venir un sábado a la tarde a la plaza como un ser humano normal— ladeo su sonrisa, estirando sus piernas y apoyando sus antebrazos sobre el respaldar del banco.

Yo rode los ojos y volví mí mirada al frente. Sin embargo sentía su mirada sobre mí, la cual trate de evitar durante los siguientes minutos.

Vi como ambos niños se acercaban a nosotros dos y yo solo mire a mí alrededor, notando que el nene estaba solo.

—Mira Zoe, el es Emi— lo presento mí hermana, haciendo que vuelva mí mirada a ellos.

—Hola Emi, un gusto— sonreí, mirándolo; el me devolvió la sonrisa, pero sus cachetes estaban algo colorados, provocando en mí una leve risa con ternura.

—El es mí hermano, Mateo— señaló al morocho a mí lado, pero parecía presentarlo solo para Isa.

Yo alce mis cejas, algo sorprendida... Claro, el nene estaba con él. Que tonta soy.

—Zoe, saluda al chico— murmuró mí hermana, mirándome con sus brazos cruzados.

—¿Ah?— reaccione, mirándola sin comprender. Ella miro disimuladamente al chico a mí lado y yo comprendí—. Ahh... Ya lo saludé— mentí y por el rabillo del ojo pude ver cómo Mateo sonreía con diversion.

—A bueno— asintió y miro al nene—. ¿Vamos al tobogán, Emi?— le pregunto y el asintió—. Bueno, carrerita— dijo y comenzó a correr.

—¡Da, no se vale eso!— se quejo el menor y salió corriendo tras ella, yendo en dirección al tobogán.

—Tu hermana es más piola que vos— comento y yo llevé mí mirada a el.

—Y tu hermano más respetuoso que vos... Deberías aprender de él— le sonreí falsamente, recostando mi espalda en el respaldar del banco.

—¿Te das cuenta que sos infumable? no sé puede mantener una conversación con vos— rodó sus ojos, clavando su mirada al frente. Fruncí mí ceño y observé su perfil, el piercing le quedaba bien, en si él era lindo... Pero era demasiado pelotudo.

—Sos un dramático, no te bancas una chota Mateo— hablé quejosa, mirándolo mal.

—¿Yo no me banco nada?— alzó una ceja, volviendo su mirada a mí.

—Si, vos— afirme y frunci mí nariz.

—Lo dice la que me tenía cerca y se achicó...— hablo con ironía, rodando sus ojos.

—¿De que hablas?— cuestioné sin comprender.

—Que sos una cagona, de eso hablo.

—Lo último que soy, es cagona— respondí, manteniendo mí mirada en el.

—No sos cagona, pero te volves una pichi cuando me tenés cerca— asintió y ladeo su cabeza.

—Allá la tienen de pichi. Y no, no es que sea cagona; el problema es que me molesta compartir el aire con personas como vos— asenti con obviedad.

—O capaz te gustó y te duele saber que no te voy a pasar cabida— soltó y me miró por unos segundos; en sus ojos pude notar cierto arrepentimiento por sus palabras.

Alce una ceja y me mantuve callada por unos segundos, pero por alguna extraña razón el silencio no fue incómodo, sino algo intenso.

—Te encanta flashearla, bobo— lo mire de forma indiferente y volví mí mirada al frente, observando a los menores jugar.

—Yo no flasheo, te tiro la posta— se encogio de hombros.

—Sos puro chucu— di por finalizada la conversación, levantandome del banco, agarrando mí mochila y la de Isa.

—¿Te vas?— me miró dudativo.

—Si, ¿o querés que compre dos birras y me quedé a fantasmear que somos amigos?— hablé de forma irónica, colgando una de las mochilas en mí hombro.

—Sos insoportable— rodó sus ojos, molesto.

—Me lo suelen decir— asenti y saque mí mirada de el—. ¡Isa, vamos!— la llamé y note como puso mala cara, negando con su cabeza—. ¡Dale Isa!— suspiré, ladeando mi cabeza.

—No se quiere ir— comento, mirándome desde el banco; seguía en la misma posición en la cual estaba apenas se sentó.

—Ya se que no se quiere ir, pero tiene que irse a la casa de su abuela y el colectivo pasa ahora— respondí sin más y volvi mí mirada al frente, viendo a ambos nenes acercarse.

—Dejala quedarse un rato más, después las llevo yo en el auto— se levantó del banco, poniéndose frente a mí.

—No hace falta— negué, sin mirarlo.

—Zoe, deja de hacerte la dura. Las llevo yo— dijo, clavando su mirada en mis ojos.

—No hace falta— repetí y lo mire a los ojos por unos segundos, para luego mirar a mí hermana—. ¿Vamos?— pregunté, ella hizo una mueca pero asintio—. Bien, saluda a Emi y a Mateo— ella me hizo caso y se despidió de ambos chicos—. Chau Emi— me despedí está vez yo. Sonreí levemente, agachandome un poco para dejar un beso en su mejilla, el cual correspondió al instante—. Nos vemos— mire a Mateo y sin más, tomé la mano de Isabella para comenzar a caminar.

—Ortiva— soltó con algo de diversion, gire un poco mí cabeza para mirarlo, sin dejar de caminar.

—¡Solo con vos!— le tiré un beso al aire, sonriendo con ironía.

Lo odio.

sueños | truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora