07. besos y tormentón

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Dos semanas desde la última vez que Julián la vio a Natalia. Se adentran en octubre, dentro de poco van a viajar a Qatar para el mundial y la selección ahora entrena cinco días a la semana en vez de tres. Están todos nerviosos pero con buenos ánimo y esperanzas para el campeonato, el cordobés entre ellos.

Sin embargo, a pesar de que él trata de enfocarse solo en lo que se acerca, no puede dejar de pensar en la chica y en su último encontronazo aquella noche en la fiesta. La curiosidad lo mata: ¿por qué lloraba?, ¿por qué se puso tan a la defensiva?, ¿qué puede haber pasado?, ¿Enzo le habrá hecho algo?

La última es una opción poco viable, ya que Julián le preguntó disimuladamente a Enzo el día después de la fiesta y él le dijo que no tenía idea de lo que estaba hablando. Siempre cabe la posibilidad de que esté mintiendo, pero Julián conoce a su mejor amigo lo suficiente y no lo cree capaz de poder hacer llorar a alguien. Menos a Natalia, considerando que él está detrás de ella como un perro faldero hace años.

Julián no tiene forma de mantenerse al tanto de la vida de la chica, ya que ella ya ni sube historias a Instagram, lo cual es comportamiento claramente inusual. La morocha no da ninguna señal de vida: no le escribió, no le contestó ninguna historia, ni siquiera siguió likeando sus publicaciones, como hacía en un principio. Y Julián no puede evitar creer que hizo o dijo algo mal. La intriga y la preocupación lo carcomen, y múltiples veces en los últimos días pensó en escribirle a la chica, pero siempre termina dándose cuenta de que no sabría qué decirle.

–¿Me estás escuchando?

Julián levanta la mirada. Enzo lo mira, críptico, transpirado de pies a cabeza y con el termo de agua en la mano. Se encuentran en las tribunas del predio de Ezeiza, ya terminado el entrenamiento de ese día, son casi las cuatro de la tarde. Hace calor, el sol los calcina y no va a pasar mucho tiempo antes de que ambos chicos se quieran ir a sus casas.

El cordobés sacude la cabeza.

–¿Qué? Perdón.

–¿Qué te pasa? –le pregunta Enzo con una mueca.

Julián se queda callado por un microsegundo demás, suficiente como para que su amigo se de cuenta que algo anda mal, pero el mayor de inmediato vuelve a sacudir la cabeza.

–Nada. Dale, vamos.

Enzo lo ojea extrañamente, pero decide no decir nada. Juntan sus cosas y se suben al auto de Julián. Es un viaje algo silencioso, invadido únicamente por música baja, ya que Enzo conectó su celular al auto y ahora pasa una de sus playlists. No vuelve a cuestionar el motivo de la evidente distracción del cordobés.

Llegan a la casa del más joven en algunos minutos. Enzo abre la puerta, saluda a su amigo con un choque de manos y antes de cerrar, habla.

–Ah, che, Caro me dijo que te pregunte si querés venir este finde a una juntada en su casa –le dice, despreocupado.

–¿Qué Caro?

–Caro rubia, boludo.

–Ah –Julián asiente, con un nudo en la garganta–. ¿Quiénes van?

–Nati, yo, ella, dos amigos de ellas y vos, si querés.

–Ah. Bueno, me fijo si tengo algo, pero dale. Por mí, sí –dice, tratando de aparentar despreocupación, pero tiene el corazón levemente acelerado ante la mención de la morocha, que lleva dos semanas completamente desaparecida.

–Dale, avisame. Tienen partido al mediodía y después nos vamos todos para lo de Caro.

–Okay.

–Chau, amigo.

CHERRY FLAVORED | julián álvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora