Daeron Targaryen.

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Ser el menor de los hermanos y el no deseado me dio durante toda mi vida ciertas ventajas. Una de ellas es pasar desapercibido.

No me metía en peleas, no me metía tampoco sin embargo en los juegos ajenos. A mi corta edad jugaba solo, leía la mayor parte del tiempo y me dediqué a ser un príncipe bueno pero no el mejor. Aemond se había ganado aquel título antes que yo, era brillante en todo lo que se proponía; luchar contra alguien así no tenía sentido.

Mi madre es una mujer que aún hoy en día me da bastante igual, mucho más mi padre o Aemma, ellos tres para mi son como tres paredes más en este edificio. No es como si no les saludase o mantuviera conversaciones cortas, pero más allá de ello no pasaba.

Aegon era por otro lado un pobre desgraciado caído en un agujero negro del cual no podía salir por más que lo intentase, que tampoco es que lo intentara. Sentir lástima por él no era algo que soliese ocurrirme, pero más de una vez sentí ganas de ponerme delante de él y defenderlo de las garras de Alicent. Aquella mujer canalizaba todas sus malas energías sobre Aegon, podría jurar incluso que lo odiaba.

No sé mucho de mujeres, menos de madres y para ser sincero me importa una soberana mierda la razón de su traumatismo post parto, pero los límites son buenos y necesarios, y tanto al uno como a la otra había que frenarlos.

Claro que si el frenar depende de Viserys, aquel viejo vampiro no haría absolutamente nada más que lamentarse. Era un ser positivo, esto hay que reconocerlo; no veía la mierda de familia en la que estaba envuelto.

Desde la ida de los tres sangre sucia, mi vida se volvió un poco más aburrida si es que pudiera. Iba a mis clases matutinas y de vez en cuando aprovechaba mi invisibilidad retórica para conseguir lo que quería.

Normalmente, las comidas consistían en copas que se utilizarían para vino, más sin embargo lo rojo que había ahí dentro era sangre de nuestros empleados "donantes" como les solíamos llamar. Nos tomábamos de una a dos copas cada vez que nos sentábamos en la mesa. No había mordiscos, no había sufrimiento.

Solía leer mucho sobre Aegon el Primero, el cual fundó junto con sus hermanas este clan que a día de hoy se sigue manteniendo en pie. Él puso varias reglas que a día de hoy están obsoletas, como por ejemplo alimentarnos de humanos vivos.

Desde que me recuerdo, mínimo una vez a la semana encuentro a algún empleado al cual le hinco los dientes por mero placer audiovisual y simbólico. Es algo que se ha vuelto mi pequeño secreto, un secreto que no estaba dispuesto a compartir con nadie pues me traería más de un problema.

Que estos chicos casi humanos regresasen rompió poco a poco mi cordura, especialmente tener a un adolescente de quince años con su sangre fresca corriendo en sus venas. Cada gesto suyo atrapaba mi atención de forma hipnótica, fuese la forma de la que movía sus labios al hablar, su nuez de Adán bajando al tragar saliva o sus manos sosteniendo lo que fuera, con esas venas hinchadas que sobresalían.

No lo perdía de vista, por las mañanas cuando salía a estudiar, por las tardes cuando volvía cansado, incluso cuando dormía procuraba pasar mis noches en sus aposentos, mirándolo.

Joffrey se había vuelto cercano a Aegon y aquello me tenía francamente preocupado. Aún no encontraba las palabras como para decirle a todo el mundo que ese chico sería mío, mío de muchas maneras y no sólo su sangre.

Era una decisión que tomé en el momento en el que lo vi nacer, crecí sabiendo que en algún punto ese pequeño bebé de un día y su aroma acabarían perteneciendome.

Lo alejaba de los problemas de nuestros hermanos con simples gestos, no dejaba que Alicent se le acercara y mucho menos dejé que Aegon influyera en él, aunque esto último se me estaba yendo de las manos hoy en día.

HOUSE OF BLOOD -  VAMPIRE AU.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora