El Vuelo de Fokker (Parte III)

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III

Estaban por llegar a la Ciudad de México. Lo sabía por la latitud y longitud del tablero. El radar no les contestó, pero al intentar con la torre de México, la frecuencia soltó un chasquido y luego una voz femenina exclamó:

«Estación que llama, repita».

—Torre de México, aquí el Cathay 603 Pesado, reduciendo a mínima de aproximación a la pista 05. Tenemos un problema con la frecuencia, no pudimos contactar con Radar.

«¿Catay?, ¿de qué radar habla?».

—Señorita, necesitamos vectores para proceder a la pista 05, no vemos su ILS en el monitor.

«Catay, no sé de qué diablos está hablando... ¿Procedencia y tipo de aeronave?».

Fokker soltó un largo suspiro.

—Venimos de Japón. Es un Boeing 747-800 de carga, de Cathay Pacific.

«...».

—Señorita, necesitamos vectores para la 05 de inmediato, tenemos daño de motores, ya declaramos mayday. ¿Qué diablos pasa con ustedes?

«No esté jugando conmigo, capitán».

—No. Usted no esté jugando conmigo. Estamos en emergencia. ¿Nos va a dejar aterrizar, sí o no?

«No sé qué es eso de vectores».

Aquello le heló la sangre a Fokker. ¿Cómo no iba a saberlo? Estaba seguro que el personal de control de tráfico aéreo no se pondría a jugar con algo así. Sucedía algo muy muy extraño, e iba a descubrir lo que era.

—Prepárate para una aproximación visual —le dijo a Fujita.

Cuando el avión comenzó a descender con los primeros rayos del sol bañando la Ciudad de México, Fokker supo que estaba volviéndose loco por completo. La ciudad era mucho más pequeña de lo que recordaba y había otra cosa... le faltaban edificios.

«Tranquilo, Fokker, puedes enloquecer cuando hayas bajado este pedazo de chatarra», se dijo. Aun así, su respiración y pulso se aceleraron.

—Torre México, Cathay 603 Pesado, solicitando aterrizar en la pista 05, ahora en final corto.

«No me hable tan raro... Autorizado para aterrizar en la 05, Catay».

Ésa no era la pista del aeropuerto de México. No podía ser. Era demasiado estrecha. Tampoco podía ser ésa la Ciudad de México. Debían haberse equivocado en algo. Estaban en otro lugar.

«Approaching minimums...», anunció la voz mecánica de la computadora de control de vuelo y en seguida: «One hundred... Fifty... Forty... Twenty... Ten... Retard. Retard».

El aeropuerto era mucho más pequeño de lo que recordaba. Sin embargo, cuando el avión tocó la pista y comenzó a correr por ella, sintió un alivio increíble. Por lo menos no morirían en aquella cabina.

La aeronave redujo su velocidad hasta unos pocos kilómetros por hora. Hoji Fujita estiró la mano y tocó el hombro de Fokker, quien se volvió sorprendido. Aquél no era un gesto que esperaría del japonés. Fujita tenía la mirada clavada en la plataforma del aeropuerto y la boca bien abierta.

—Ca... capitán, por favor, dime que tú también los ves...

Jim miró hacia la plataforma y quedó petrificado, detuvo el avión para no salirse de la pista.

En la rudimentaria plataforma de un prematuro aeropuerto mexicano, había sólo seis aviones y el capitán James Fokker apenas podía creerlo. Eran cuatro DC-4 y dos Lockheed Constellation C-69, ambos modelos que estuvieron en servicio durante la Segunda Guerra Mundial, sólo que aquellos parecían nuevos, estaban relucientes. No era posible. Jim nunca sintió más fuerte el impulso de volverse completamente loco, empezó a reír como lo haría un demente y Fujita, ese japonés inexpresivo con el que trabajaba, hizo lo mismo. Los dos rieron hasta que las lágrimas les corrieron de los ojos y cuando junto a los antiguos aviones aparecieron varias personas que miraban a su 747 con expresiones horrorizadas, rieron más fuerte.


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Música: Harry James & Helen Forrest

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