Primer día

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Miércoles ocho de febrero...

—Alcohol gratis, música buena, chicas solteras... tienes que venir a la fiesta, Cam.

Al salir de la estación de metro, sacudo la cabeza y observo a mi mejor amigo. Jim me sonríe animadamente. Estoy casi seguro de que ha pasado los últimos diez minutos hablándome de esa dichosa fiesta, pero mi cabeza está tan sumida en sus propios pensamientos que apenas le he prestado atención.

—¿Tengo que ir a la fiesta? —repito, tratando de concentrarme en él—. ¿Qué no es el lunes por la noche? Ni sueñes que faltaré al trabajo por una simple fiesta, Jim.

—Primero, no es solo una fiesta, ¿okey? Es la fiesta —remarca con seriedad—. Stuart siempre organiza las mejores. El maldito es el hijo del jefe y tiene mucho dinero. Ha prometido que todos los que asistan a la fiesta, podrían faltan al trabajo el martes por la mañana. ¿No es genial? Esta vez no tienes ninguna excusa para no acompañarme.

Tiene razón. En realidad, nunca he ido a una de las emblemáticas fiestas de Stuart y siempre busco la manera de escaparme de ellas. Al ser el primogénito de una familia adinerada y dueña de varias empresas locales, el dinero y la responsabilidad laboral nunca habían sido un problema para él. La fiesta en cuestión es conocida como Estúpidos Enamorados, celebrada el día de los solteros, un día antes de San Valentín. Al inicio comenzó como una broma entre compañeros de trabajo, pero cada vez se sale más de control. La realiza todos los años, sin importar que día de la semana caiga, la noche del trece de febrero.

—Si te digo que no iré porque soy muy responsable en mi trabajo y dejaría pasar una fiesta y un día libre en el trabajo, ¿me creerías, Jim?

—Ni siquiera lo intentes, idiota —murmura mi amigo y sonrío.

Nos detenemos hasta que el semáforo frente a nosotros cambia de color. Cruzamos el paso de cebra y llegamos al otro lado de la acera. Ajusto el cuello de mi camisa bajo mi saco oscuro y tiemblo, no precisamente por el frío.

—Entonces, ¿vienes conmigo, Cameron?

—No lo sé —respondo, peinando mi cabello negro al pasar frente a un aparador. Debo verme bien—. Tengo que pensarlo.

—¿Pensarlo? Es la fiesta de los solteros, nuestra fiesta. Una recompensa adelantada por el martirio de soportar a todas las parejas felices y acarameladas al día siguiente.

Reprimo una risa. Mi mejor amigo tampoco es del tipo que ama el romanticismo. Sin embargo, él nota mi expresión, me mira seriamente y hace una pausa. Sus ojos verdes se abren con sorpresa.

—¡Oh, espera! No me digas que tienes planes para el catorce de los que no me has contado.

—No, no los tengo —respondo y acelero el paso, borrando mi sonrisa en un instante. Odio ser tan trasparente con él.

Jim da unos pasos largos y me alcanza con facilidad, enseñando una sonrisa divertida y sus ojos brillosos. ¡Oh, oh!

—No puede ser, Cam. Tú vas a...

—Por favor, baja el volumen.

—¡Vas a invitar a salir a Josh!

—Shhhhhh —suelto, abalanzándome sobre él y cubriendo su boca con ambas manos, como si se tratase del mayor secreto de Estado. Para mí, casi es así. Algunas personas en la acera nos observan extrañadas, pero siguen su camino. Jim se echa a reír y aparto mis manos de él. Me dispongo a seguir y él me imita.

—¿Por qué no puedo decirlo en voz alta?

—Porque no quiero que nadie te oiga.

—Ya. Lo dices como si fuera el único Josh del mundo y como si estos desconocidos supieran exactamente de quien estoy hablando, ¿eh?

Siete Días Para EnamorarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora