Segundo Día

25 7 0
                                    

Jueves nueve de febrero...

—Aún no me puedo creer que hicieras algo tan tonto —comenta Jim, negando con la cabeza.

Ambos subimos las escaleras de la estación del metro, hablando sobre lo ocurrido el día anterior en la cafetería. Se lo había contado en el trabajo, en la sala de descanso, bebiendo un café (que era todo, menos café), pero él se molestaba en recordármelo a cada momento.

—Eso ocurrió porque me dejaste solo —me defiendo.

—¿Ahora es mi culpa?

—Sí, me abandonaste. Sabes lo nervioso que me pongo.

—Tienes razón, perdóname —pide Jim, poniendo los ojos en blanco—. A partir de ahora los acompañaré a ti y a Josh en cada momento de su relación. Desde su primer beso hasta cuando estén teniendo sexo en todas las posiciones del kamasutra que yo les regalaré para su boda.

—¿Tienes que ser tan gráfico? —pregunto, cerrando los ojos con fuerza y sintiendo mis orejas arder. No quiero imaginar a Josh de esa manera, sintiéndome culpable al hacerlo. Intento borrar la imagen de mi mente lo más rápido posible.

—Está bien. Esta vez te acompañaré para vigilar que no huyas de él, ¿de acuerdo? —promete Jim. Hace una pausa y sonríe—. Peeeeeero hay una condición, Cam.

—¿Qué condición? ¿Quieres que pague tu desayuno?

—No seas ridículo, eso ya lo doy por hecho. La condición es que, el día de hoy, nuestro pedido lo haces tú.

Jim acelera el paso, soltando su último comentario como un balde de agua fría que me provoca un escalofrío en todo el cuerpo.

—¿Eh? No. No puedo hacer eso —protesto, apresurando el paso para alcanzarlo por la acera—. Siempre eres tú quien realiza el pedido.

—¡Exacto! Y tú te sientas en nuestra mesa sin cruzar palabras con él. ¿Qué, acaso pensabas conquistarlo con telepatía? Tienes suerte de ser su cliente habitual. Es una excusa perfecta para hablarle y debes aprovecharla.

—Esto no tiene que ver con él, Jim, sino conmigo. Sabes que siempre temo pedir, incluso una simple pizza por teléfono puede ponerme nervioso.

—Bienvenido a la adultez.

Mi amigo echa una carcajada y seguimos el camino de todos los días, cambiando la conversación por asuntos triviales de trabajo.

El recorrido de cinco calles hasta la cafetería es aún más eterno que el día anterior, o al menos así lo siento. No dejo de pensar en lo ocurrido. ¿Qué pensará Josh de mí? ¿Cómo haré para verlo a los ojos y hacer el pedido, ignorando que la última vez me escapé sin decir una sola palabra? Debo admitir que tener a Jim a mi lado es reconfortante, pero eso no quita del todo mis miedos.

Y una cosa es clara, no tengo idea de cómo se me cruzó por la cabeza que podría conquistar a Josh sin hablarle. En eso, Jim tiene toda la razón (aunque no pienso decírselo).

—Llegamos —anuncia Jim, otra vez, abriendo la puerta de MyDarling para que yo pueda pasar—. Primero las damas.

Entro en la cafetería, enseñándole a mi amigo el dedo medio. Él me sigue y cierra la puerta detrás de sí. El olor a café y vainilla vuelve a inundarme. Doy unos pasos hacia el frente y nuevamente lo veo. Josh está ahí, detrás del mostrador, con su uniforme habitual y sirviendo una bandeja de rosquillas a un cliente frente a él. Como siempre, sonríe.

—Que tenga una hermosa mañana, señor —le dice el barista rubio al hombre, entregándole su pedido—. ¡Siguiente!

—¿Listo? —me pregunta Jim, empujándome con el hombro sin esperar una respuesta.

Siete Días Para EnamorarloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora