3- Un desastroso baile victoriano

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9 meses más tarde

-Uno, dos, tres y cuatro. Paraos en esa posición, perfecto.

Estábamos en la clase de ballet haciendo un pequeño adagio muy fácil, es decir, una combinación de pasos de manera lenta.

-Muy bien chicas. Ahora ejercicios de flexibilidad.

Por mi parte no los encontraba exageradamente difíciles, pero siempre había alguna que otra niña que se quejaba o no podía hacerlos del todo bien.

-Señorita Lee me duele- decía casi lloriqueando Meenah. - No puedo más.

-Señoritas, escuchadme. ¿Cuántas de vosotras queréis ser bailarinas profesionales que ganen muchos premios y medallas?- todas alzamos la mano.- Lo imaginaba. Haced un circulo a mi alrededor, quiero deciros algo. Para llegar hasta ahí necesitáis ir por un camino un poco difícil, lleno de dificultades. Se os dará mal este u otro ejercicio, os costará subir la pierna, pero eso no se consigue de la noche a la mañana. Los mismos bailarines que veis en la tele han pasado por el mismo camino que vosotras,  han hecho los mismos ejercicios. En vuestros ojos veo cuanto os gusta bailar, me encanta veros, cuando llegáis, que lo primero que hacéis es poner música y bailáis. Porque vosotras disfrutáis lo que hacéis y eso os convertirá en grandes bailarinas.

-¿Entonces nos podemos saltar los estiramientos de flexibilidad?- preguntó Eunji.

-No Eunji, venga a las barras todas y subid la pierna derecha.

Cuando terminó la clase tuve que cambiarme a toda prisa, ya que mi madre estaba fuera esperando con impaciencia. Esa noche nos íbamos a una cena de empresa de mis padres, que por lo visto tendría un baile y la temática era la época victoriana.  No me gustaban esos vestidos, tenían demasiados adornos y eran muy grandes.

-De prisa Hana que llegamos tarde. Ya sabía yo que era mala idea que te llevara a la clase de baile hoy- decía mi mamá.

-Mami pero es que no puedo respirar, este vestido me aprieta demasiado.

-El vestido es así, además los otros vestidos te iban demasiado grandes. Venga ya estas. Al coche que llegamos tarde.

-Que sí que sí- bufé yo.

El salón era increíble. Estaba decorado todo muy finamente, con las paredes pintadas de un color dorado. En el techo colgaban unas lámparas enormes de cristal, todo muy de película. En los lados había mesas con manteles de color blanco y sin una mancha, con un candelabro en el medio. Encima de las mesas había platos, con comida digna de tres estrellas Michelín. Las sillas eran de madera dorada, a juego con las paredes. En el centro había un gran espacio, la pista de baile supongo, donde había gente, en especial mayor, bailando valses y otros bailes de parejas.

-Hana ve a jugar, mamá estará por aquí hablando con gente importante.

-Valee.

Estaba buscando un sitio donde no hubiera mucha gente. Soy sociable pero estar entre tanta gente me agobia un poco.

-Mira quien tenemos aquí, la niña que me tiró un helado en mi chaqueta de Armani.

Me giré y ahí estaba ese odioso niño que dejó calva a mi muñeca, vestido con una chaqueta de traje victoriano azul oscuro, con decoraciones y botones dorados; llevaba unos pantalones blancos y unas botas negras.

-¿Tú otra vez? ¿Qué quieres?

-Solo molestarte- me sacó la lengua.- Que vestido más feo, van a pensar que somos novios. 

Lo que me faltaba, que se piensen que soy novia de este niñato. La estúpida moda entre las parejitas de vestirse igual o con los mismos colores. 

-Niño tonto, ven aquí- lo empecé a perseguir como pude, debido a que con el vestido se me dificultaba correr.

Él empezó a correr hasta llegar al centro de la pista de baile cuando de pronto se paró y sin querer me choqué con su espalda. De repente, noté como él también había chocado con algo a su vez, y cuando me di cuenta de que era, ya era demasiado tarde. En menos de un segundo estábamos los dos cubiertos de una sustancia espesa de color blanco, con un olor y un gusto muy bueno, que si no me equivoco, era nata. Sí, habíamos chocado con el carrito que llevaba el pastel de la fiesta.

Genial, siempre que me encuentro con este estúpido niño, siempre termina todo mal. Ya ni siquiera estaba prestando atención a los inmensos regaños de mi madre. Suerte de Kookie que me lavó y me cambió de ropa una vez llegamos a casa.

-¿Hana que hacías con ese niño?- me preguntó mientras me estaba secando.

-Nada lo juro. Ese niño tonto siempre hace que las cosas salgan mal- dije con un puchero.

-Madre mía. ¿Y cómo se llama?

-No lo sé. Y tampoco quiero saberlo.

-Que me juego que te lo volverás a encontrar y el karma te pegará fuerte.

-¿Qué es el karma tete? ¿Y por qué me pegará? Yo no quiero que me pegue nadie.

-Déjalo estar, es muy complicado de entender. Cuando seas mayor te lo explicaré. Ahora vamos a la cocina, que papá ha vuelto y cenaremos un poco- me dijo cuando terminó de cambiarme y ponerme mi pijama favorito.

Me llevó en brazos hasta la cocina, donde me sentó en mi silla delante de la gran mesa. Mientras me acomodaba oí un poco la conversación entre papá y mamá:

-¿Lo sabes ya, no? Los Yang se mudarán mañana a Estados Unidos, por lo visto el señor Yang quiere ocuparse de su parte en la empresa allí- oí decir a mi padre.

-¿Y tú estas de acuerdo? Además, ¿qué pasará con sus hijos? El menor todavía es muy pequeño, no tiene más de la edad de Hana.

-Tengo que estarlo querida. Que el señor Yang y su familia vayan beneficiaría un montón a  la empresa, traerán muchos inversores nuevos, ya lo verás. Y por el niño, no te preocupes, empezará allí la primaria, no le costará mucho integrarse. 

-Me siento mal por el incidente de hoy con el pastel. Era su fiesta de despedida y que haya quedado arruinada de esta forma...

De repente, mi hermano se acercó a mí y me dijo en la oreja:

-¿Sabes lo más divertido de toda esta conversación? Que mamá y papá se preocupan más de como quedar enfrente de los demás y su reputación que de sus propios hijos. 

Amor sobre puntas de balletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora