Capítulo 4: "La sabiduría de reconocer nuestra ignorancia"

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Jongdae, a veces, se cuestionaba por qué la vida se ensañaba en volverlo un protagonista de comedia romántica cuando, claramente, a él no le hacía ni gracia el conjunto de sucesos inverosímiles que le ocurrían simplemente por respirar.

Y, justo ahora, si bien no era algo tan terrible como que un ladrón armado ingresase al restaurante donde estabas cenando o pelearse a manos limpias con un grupo de traficantes de animales, la realidad es que Jongdae se sentía agobiado.

Un quinto golpe a su puerta lo sacó de su análisis y recordó cómo es que había empezado a lamentarse. Suspiró e intentó incorporarse del sillón para averiguar si de nuevo estaba su vecina veinteañera buscándolo para destaparle el caño de agua -a pesar de haberle dicho varias veces que no sabía ni un gramo de plomería, gas o electricidad ni resolver ningún problema casero-, pero la presión en sus costillas amenazando con romperle el tórax volvió a impedírselo. ¡Muy bien! Iba a tener que ajustarse los pantalones y ponerse firme como el hermano mayor que era.

- ¡¿Puedes soltarme de una vez, Kim Jongin?! -intentó librarse de su hermanito que lo tenía atrapado en el sillón, colgado como un koala a su costado derecho- ¡Deja de apretarme! ¡Vas a romperme las costillas! -pidió mientras jalaba el cabello ajeno con intención de dejarlo calvo.

- ¡Noooooooooooo! ¡Duele, duele, duele! -gritó el menor aumentando la intensidad de su enganche.

- Te aseguro que deja de doler si me dejas pararme -comentó sintiendo el aire pasar con dificultad.

- ¡No! ¡No voy a dejar que te marches! -replicó con voz llorosa.

"Ahí vamos de nuevo, ya va a llorar otra vez" se lamentó el pelinegro sintiendo el temblor proveniente del menor.

Un nuevo golpe con mayor intensidad se volvió a oír en la sala de estar. Señor Pancita se unió con un maullido que pedía prestar atención y rascó la puerta de entrada como queriendo permitirle el paso al desconocido que aguardaba al otro lado.

- No me voy a ir, Nini. ¡Ya para con el drama! -le gritó en el oído.

- Si te suelto, irás a morirte en uno de esos planes de mierda que te armas -lo retó-. ¡Eres un imbécil! ¡Pudieron haberte matado! -y se desató el llanto a chorros- ¡No te mueras, Dae! ¡Eres mi único hermano!

Y se ve que la espera agotó al visitante inesperado porque se oyó cómo la cerradura fue destrabada. Segundos después, la última persona que Jongdae quisiera que estuviera en la misma línea de tiempo con Jongin apareció. Oh Sehun en todo su esplendor ingresaba para desatar el caos.

En momentos así, Kim Jongdae solo podía recordar las enseñanzas del padre Junmyeon en la iglesia los domingos y rogarle a Diosito que le diera fuerzas. Pero fuerzas para huir y no matar a ninguno de los presentes.

- ¡Jongdae! ¡Soy yo! -se anunció sin darse cuenta de los espectadores aguardando el drama en el sillón- Disculpa que entré, pero estaba dele llamar y no venías más, así que usé mi copia de seguridad para casos de emergencia -acotó mientras maniobraba con las bolsas del Choguimercado-. ¿Estás cagando? ¿Necesitas que te lleve papel? Compré el acolchonadito que trae un perrito en -y se volteó, mirando la escena y descubriendo al ser humano más despreciable de su universo.

- ¡¿Qué mierda hace este hijo de fruta acá?! -coincidieron en su ataque Sehun y Jongin.

- ¡¿Cómo te atreves a venir a esta casa?! -el presidente Oh dijo tirando las bolsas con descuido hacia el costado más próximo.

- ¡Yo soy el que debería cuestionar eso, Oh! -finalmente, liberó a Jongdae- ¡Tú y tu estúpida intervención casi matan a mi hermano! -se levantó sin importarle si la cobijita de Paw Patrol caía al suelo.

Complejo de solteroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora