Capítulo I

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Cualquiera diría que se encontraba en un cuento de hadas, en uno de esos relatos donde todo lo maravilloso puede ocurrir con solo desearlo. Definitivamente, la vista era preciosísima. Los peldaños que daban la bienvenida al mundo submarino eran de coral pulido, peligrosos si ocurriera un resbalón. Entre los llamativos colores del arrecife, no se inmutaba la vida marina, entre las algas revoloteaban pececillos de arcoiris y las esponjas de mar se arrastraban con total parsimonia junto con las estrellas que lentamente devoraban el cadáver de algún cefalópodo.

Aquellas escalinatas llenas de cangrejos, eran despejadas con tan solo sentir el aura, más bien, el cosmos oscuro y potente, de los caballeros que portaban unas enormes y contrastantes armaduras oscuras: sapuris.

Tres caballeros negros, los tres jueces del inframundo, escoltaban a la vocera del Dios de los Infiernos, el Dios Hades.

Aquella visita no ostentaba ningún acto violento, pero no por ello dejarían de transmitir esa poderosa y oscura presencia. Justo en la entrada hacia los siete pilares del lecho marino, una hermosa sirena les dio la bienvenida. Luego de las preguntas y la suspicacia de las dos mujeres, Tethys de Sirena los guió hacia el templo de Poseidón, resguardada por cada uno de los que protegían cada pilar. No podían darse el lujo de quitarles la vista de encima.

Se encontraban a una distancia considerable del pilar más grande de todos, el que sostenía todos los océanos de la Tierra, el Gran Soporte Principal, ubicado detrás del templo de Poseidón.

Cuando ingresaron al templo de la Deidad, no había rastros de él, ni un ápice de cosmos, menos su figura física. El señor de los mares no estaba ahí.

Los cuatro visitantes se sorprendieron (aunque no se permitieron demostrarlo) al observar al hombre sentado en el Trono.

La sirena rubia miró desafiante al hombre que portaba la escama que parecía ser la más poderosa de todas, debido a que todos los demás inclinaron levemente su cabeza. Tethys anunció, con cordial respeto, la llegada de la vocera de Hades y de sus fieles jueces, espectros del inframundo.

La mujer se presentó como Pandora, sirvienta y hermana del Dios del Inframundo. Extendió un cofre, que si bien era pequeño, contenía una joya acorazonada de un tono rojo sangre, traslúcido, incrustado en una estructura plateada que daba alusión a una mano.

–Es como si estuviese exprimiendo un corazón –expresó el hombre de largos cabellos, maravillado. –Ven, Tethys, esto te quedaría perfecto a tí, le quitas el corazón a los hombres.

Hizo un ademán llamando a la sirena, quien orgullosamente se acercó con una sonrisa zorruna.

Pandora se conmocionó, esa no era una joya para cualquiera, era para sellar un pacto entre Dioses. Justo cuando encontró las palabras para arreglar aquel error – la finísima joya en el cuello de la rubia – el Juez del Caina, el portador de la Estrella Celeste de la Ferocidad, saltó sin pensarlo.

–Ese es un regalo para un Dios, no para una—

–¿Qué? –interrumpió insolente la sirena.

–Una sirviente del Dios Poseidón. Todos aquí somos sirvientes de los Dioses, y no es adecuado utilizar los objetos de ellos. Esta joya, viene de lo más profundo del inframundo, es una representación de que en nuestras manos se encuentran las vidas de todos. Es una ofrenda para el Señor de los Mares. Ahora que observaron que no es una trampa, deseamos entregárselo en persona, y poder hablar con él.

–Tsk... —chasqueó el hombre que aún no se quitaba el casco. Con un ademán, un tanto grosero, despidió al ejército de escamas, quienes obedecieron, algunos con cierta duda de hacerlo. Antes de salir, y de mala gana, Tethys le devolvió el collar al hombre en el trono.

—Poseidón no se encuentra disponible –se levantó, no para saludar adecuadamente a la vocera de Hades, no, se quitó el yelmo con parsimonia, y revoloteó sus cabellos azulados mientras se dirigía hacia una mesa donde había variedad de frutas, quesos y demás manjares.

–Vinimos hace seis meses, nos dijeron que estaría aquí luego de ese tiempo –reclamó la mujer, buscando conservar la calma.

–El tiempo es muy relativo ¿no? Es decir, ¿cuántos años tienen ustedes? –Se había acercado a los escoltas, mientras mordía de manera ruidosa una manzana roja. –Se miran de veinte, pero han de tener unos cuatro mil años, como mínimo –expresó luego de ver fijamente el rostro de Garuda, quien torció la boca, expresando su desagrado al escucharlo masticar.

La mujer se indignó. Esa no era la forma de tratar a alguien como ella, ni a algún mensajero del señor del Inframundo.

–Será mejor que atiendas a lo que te pedimos o si no...

–¿O si no qué? –interrumpió desafiante Dragón Marino al juez de cabellos plateados, quien se preparaba para iniciar con uno de sus ataques de manipulación. A Pandora apenas le dio tiempo de asimilar lo que ocurría y de recordar que debía mantener la calma, de la misma manera que los demás debían hacer lo mismo.

–Dragón del Mar, disculpenos por nuestra introducción poco cordial –habló el tercer juez, Wyvern, quien inclinó levemente la cabeza, cerrando los ojos, a manera de respeto. –No es nuestra intención ofender a usted ni a algún guerrero de este territorio. Pero se nos ha encomendado enviar un mensaje importante al señor Poseidón. Éste no se trata de cualquier recado que pueda ser entregado en pergamino, y es mejor que se discuta lo antes posible. Le prometo que es a beneficio de los dos bandos.

El hombre habló con claridad y parsimonia, sorprendiendo mucho a Pandora, ya que el portador de la Estrella Celeste de la Ferocidad no era precisamente un individuo que le gustara conversar y hablaba únicamente cuando se le requería.

–Entiendo –dijo Dragón Marino. –Quítate el yelmo –solicitó. –Todos ustedes.

El portador de la Estrella Celeste de la Valentía bufó, acción que se ganó una mirada reprobatoria de la mujer delante de él. Sin más preámbulo, se quitaron el casco, dejando sus extravagantes cabelleras en libertad, así como las intenciones en su mirada.

–Lamentablemente, Poseidón no se encuentra disponible. Si el mensaje no desean dejarlo conmigo, regresen en dos semanas. No les aseguro nada.

Y sin más ceremonia, dió la espalda para regresar a sentarse en el trono que no le pertenecía, colocando una de sus piernas en el brazo del mueble, de manera desinteresada, aunque la visita aún no se había retirado.

Mordiéndose la Lengua, la mujer hizo una leve reverencia, e indicó que regresarían en el tiempo indicado, esperando encontrar al Dios. Agradeció la hospitalidad, y se marcharon por el mismo camino por el que regresaron.

Luego de dar unos cuantos pasos, el portador de Wyvern, ya con su yelmo colocado nuevamente en su lugar, volteó ligeramente a sus espaldas. Se observaron fijamente por unos segundos con Dragón Marino. Había percibido algo, una vibración extraña en su cosmos, un ligero aire frío le recorrió la espalda. Era la primera vez que miraba a ese tipo, y la primera vez que le ocurría esa extraña sensación. Regresó a su camino, pero no más tranquilo.

**~**~**~* Continuará *~**~**~**

Érase una vez en AtlantisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora