Capítulo III

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El rubio tragó grueso, sintió que la yema de sus dedos palpitaba, había agudizado todos sus sentidos a manera de querer controlar su impulso, ¿o simplemente, conocerlos? Su rostro pálido, se coloreó rápidamente ante las acciones del anfitrión.

Como espectro, no tenía ninguna memoria de haber experimentado esas sensaciones. Como humano, no recordaba siquiera sus orígenes. Pero como uno o como otro, de cualquier manera sentía una inmensa curiosidad.

La sonrisa zorruna de Dragón del Mar lo arrastró hacia sus aposentos, amplio, con un enorme balcón donde se podía observar todo el Templo Submarino, y una cama suave, parecía una nube, con un techo que semejaba las olas del mar. Los muebles y paredes se adornaban con finos detalles.

Le pareció interesante ese juego de desprenderse de sus armaduras pieza por pieza, entre ciertos comentarios y observaciones que hacía el protector de aquel lugar, quien a juzgar por su mirada, quería devorarlo.

No pasó mucho tiempo para evitar tal acción.

Wyvern sentía sus fuertes muslos flaquear ante la felación que Dragón Marino le practicaba en medio de la habitación. Con sus ojos cerrados, lanzaba gemidos al techo, sonidos que por inercia nacían de su garganta. Sintió la necesidad de tocar, de jalonear aquellas hebras azules, de pedirle que no lo haga, pero que no se detuviera. No dijo nada.

Una vez completamente desnudos, con su blanquecina piel tocando el suave colchón, abrió las piernas sin que se lo pidieran, dando espacio al moreno quien parecía generar electricidad con cada toque que daba a su cuerpo.

Radamanthys no dio crédito al mar de sensaciones que recorrieron su cuerpo cuando Kanon se atrevió a practicarle un anilingus. Apretó con fuerza las sábanas, mientras sus piernas temblaban sin control.

Se dejó hacer.

Se sentía como un muñeco de trapo, tirado sobre el colchón, sin objetarse a los movimientos controlados por un ente que disfruta de tener el control de la situación. Se recordó de Minos y sus métodos sádicos, pero esto era diferente: no había dolor en el placer.

Eso creyó, cuando su entrada fue invadida por el glande de Kanon, quien le acarició el rostro y le susurró palabras para que se tranquilizara, para que respirara despacio y profundo, para que disfrutara.

Sus uñas se enterraron en los hombros del marina, y dejaban una marca nueva cada vez que aquel miembro ingresaba más a su cuerpo. En su frente, se pegaba el flequillo dorado a causa del sudor exudado, y su piel brillaba, perlado, como si acabara de tomar una ducha.

Si no hubiera sido por aquel beso que duró un tiempo incalculable para su situación, quizás, solo quizás, nunca se hubiese acostumbrado a aquella intromisión, esa que con una dirección diferente, le quitó el aire y lo hizo temblar de satisfacción.

El movimiento errático de aquel acto le hizo llegar al clímax de una manera monumental. No daba crédito a los sonidos guturales que salieron de su boca ni a la sensación eléctrica que inundaba todo su ser. Pudo percibir un ligero mareo, una dificultad para respirar, y todo su cuerpo abandonando a su psique ante un repique de la contracción de sus músculos, mientras sus ojos se inundaban de centelleantes estrellas.

Ninguna pelea o entrenamiento le había causado tal serie de sensaciones.

El espectro de la Estrella Celeste de la Ferocidad, se rindió ante el goce que su cuerpo le permitió; todo, provocado por Dragón del Mar. Casi de manera instantánea, se dejó llevar por el agotamiento, sin preocuparse de nada más que de las sensaciones experimentadas.



**~**~**~* Continuará *~**~**~**

Érase una vez en AtlantisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora