Capítulo II

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No pasaron ni tres días, cuando nuevamente Atlantis fue sorprendida con el paso frío una Surplice. El dueño de la misma, fue atendido por uno de los guardias al que le doblaba el tamaño, y a quien educadamente solicitó lo llevara a donde estaba Dragón Marino. Realmente tenía pensado ir directamente al pilar principal, pero la vibración de su cosmos le indicó que el hombre que buscaba no se encontraba en ese lugar.

–¿A qué se debe el honor de verme personalmente? –cuestionó Dragon Marino de espaldas, antes de que la temblorosa voz del guardia de bajo rango pensara, siquiera, en cómo introducir al visitante.

El espectro se quedó viendo fijamente al guarda, quien, encorvado, salió lo antes posible del salón principal del Pilar del Océano Atlántico Norte, donde su custodio degustaba de la comida.

–Y bien, supongo que si visitas a la hora del almuerzo, es porque no tienes el concepto de ello. Los espectros no se alimentan, ¿verdad? –inquirió mientras rebanaba la carne en su plato.

–Me disculpo por llegar en un momento inoportuno –expresó indiferentemente.

–Creo que es lo que menos te importa –dijo devorando un trozo jugoso de carne. –Si vienes a hablar con Poseidón, les dije que en dos semanas –decir aquello con la comida siendo masticada en su boca, era totalmente intencional.

–Lo sé, pero hay algo más que me intriga –mencionó desviando la mirada.

Las palabras cesaron, más el silencio no se instauró por la acometida de cubiertos que Kanon protagonizaba en la dichosa mesa. Extendió la mano a manera de invitar al intruso a sentarse a su lado, estando él en la cabecera, podía verlo de cualquier manera. El espectro aceptó la invitación, aunque tardó más tiempo en decidirse a probar un bocado de una exuberante ensalada con pecanas.

La cara de extrañeza del espectro le provocó gracia al anfitrión. Esa acción lastimó el orgullo de Radamanthys, quien se levantó de manera brusca, tirando la silla para atrás y golpeando la mesa con sus puños, exigiendo una audiencia con Poseidón con un fuerte grito.

–Estrella la Ferocidad... –dijo Kanon, quien había dejado sus cubiertos en el plato y su semblante se tornó serio.

–Estrella Celeste de la Ferocidad –corrigió el espectro.

–Ah, si... mucha fuerza pero poca inteligencia –los ojos inyectados en ira le provocaron satisfacción. Pero nuevamente, adoptó una actitud seria, determinada. –Déjate de juegos, y dime qué quieres.

Ambos hombres se miraban fijamente, desafiantes, sus cosmos chocaban, pero lo curioso es que no lo hacían como con cualquier otro enemigo. Había algo extraño entre esa interacción, tanto así que resultaba incómoda... para ambos.

–Algo no está bien. Algo estás ocultando.

–¿Ahora no me hablas con respeto? ¿Qué pudo pasar para que eso ocurriera? ¿Qué secretos podría estar escondiendo a un espectro a quien no conozco?

–Ese es el problema. Tu cosmos choca con el mio, y creo saber cosas de tí que nadie más sabe. Además, básicamente somos del mismo rango.

Kanon se quedó congelado por esa premisa. Él también tenía ciertos "recuerdos" de un mundo que no conocía. No podía determinar bien qué o cómo era, sentía que había estado en algún sueño, en un cuerpo ajeno, en un sitio extraño.

Ya conocía ese ligero detalle, había experimentado esto con su hermano gemelo, con quien compartió más de lo que quiso, y de una manera sorprendente, lo extrañaba. Pero esta ocasión era un tanto diferente, la energía de su cosmos era diferente. Además, ¿qué tenía en común con el uniceja ese?

–Poseidón no está aquí, y tú me dirás el por qué –la exigencia del rubio lo sacó de sus pensamientos.

El silencio se volvió a instaurar entre ellos, más las miradas desafiantes no flaqueaban. Kanon se levantó de la silla, con cautela, como si un tigre y un cocodrilo estuviesen uno frente al otro, atentos para actuar y atacar primero.

–Por eso Hades nunca gana las guerras santas. –dijo Kanon mientras se acercaba a Wyvern. –Tiene un ejército de pendejos con el cerebro podrido –susurró justo en la oreja del rubio.

Era más de lo que tenía pensado soportar.

–¡Maldito! –gritó a la vez que le encestó un golpe en el rostro.

Dragón Marino fue impulsado por la fuerza de éste, pero se equilibró para no caer al suelo. Su pulgar pasó por el labio lastimado, percatándose de la herida sanguinolenta que le habían creado.

–¿Qué acabas de hacer? ¡Imbécil! –levantó su rostro, dejando ver el hilillo rojo de su boca, propinándole un puñetazo en el estómago del espectro. Aún con la armadura, el golpe fue en extremo fuerte, haciéndole escupir, dejándolo sin aire. Su casco rodó ruidosamente en el piso.

Tosió un poco, y se recuperó de su postura.

–En el santuario de Atena, desapareció uno de los acreedores de una armadura dorada... –decía entre jadeos para recuperar el aire. –Su nombre no aparece en ninguno de los libros.

Kanon encerró su mano en la boca del rubio, quien rápidamente le sostuvo del brazo. Dragón Marino somató la cabeza contra una de las columnas.

–Mira maldito espectro... cualquiera que sean tus conjeturas, no te benefician. Así que te quedarás callado. Yo no temo en enfrentarme a ti ni al inframundo entero. –Su cosmos se elevaba en demasía, contrario al espectro, que no podía incrementarse como lo haría en las guerras santas ya que no portaba la protección de su señor, quien aún no había despertado.

Lo soltó de golpe, provocando que exhalara bocanadas de aire.

–¿Por qué siempre quieren las cosas de la mala manera? –preguntó, pegando más su cuerpo. –En vez de hacer la guerra, podríamos hacer el amor –susurró en su oído.

–¡¿Qué!? –Se sobresaltó, abriendo los ojos pero sin mover un ápice de su cuerpo.

–¿Qué dices? –Propuso casi chocando sus narices, con sus labios a centímetros, mezclando sus alientos. Radamanthys estaba estático, sin decir nada, cerró sus ojos con fuerza, a la expectativa.

–¡No puedo creerlo! –gritó Kanon empujando nuevamente al espectro contra la columna, mientras él se volvía hacia la mesa con manjares, riendo a carcajadas. –Hubieras visto tu rostro. Sé que soy irresistible pero, ¿cuánto llevas aquí? ¿Quince? ¿Veinte minutos? Creo que esto sería un nuevo récord para mí –se jactó.

El espectro, confundido y con un leve rubor en sus mejillas, dijo varias cosas inentendibles, buscando defenderse.

–Solo quiero preguntarte, si la desaparición de ese caballero, tiene relación con que Poseidón no se encuentre aquí. ¿Será que él era el recipiente? –volvió al tema, buscando la manera de regular su respiración.

–Eres interesante –dijo Kanon, sentándose en una de las sillas cómodas, colocando sus piernas en el brazo del mueble. –Es una teoría interesante, pero te digo algo... Ustedes no deben preocuparse por Poseidón. Te aseguro que las intenciones de estos dos Dioses son las mismas: Derrotar a Atena, ¿no?

Radamanthys asintió, acercándose para poder verlo mejor.

–No tienen de qué preocuparse. Pero Poseidón necesita tiempo –se levantó para dirigirse nuevamente hacia el espectro. –Y tú, ¿qué tanto tiempo puedes pasar fuera del inframundo? ¿No te interesaría formar parte de mi colección?

Wyvern hizo una mueca de desagrado, pero no evitó el roce de la mano de Kanon sobre su muslo, esa pequeña área que no cubría la surplice.


**~**~**~* Continuará *~**~**~**

Érase una vez en AtlantisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora