Una carta de la primavera

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Se apagaron miles de luces cuando, al amar, mi corazón se quebró, y tras el cristal solo veo mi reflejo. 

Quizás dos terrones de azúcar o ninguna pizca; a ella le disgustaba disfrazar el sabor de la manzanilla con la dulzura del azúcar. 

Ella no perdía las esperanzas, pero la arena atrapaba sus piernas para nunca dejarla ir. No pudo correr para alcanzarlo.

El sol brillante y el canto de los cenzontles atestiguaron el término de lo que nunca sucedió, sueños de los que no quería despertar. 

Eran unos ojos que ordenaban mi canto, eran los versos de mis estrofas, eran las armonías de mis canciones y fue la pizca de azúcar de mi té. 

Él era precavido y discreto, y ella era desordenada y torpe, sin importar que todo pareciera irse en picada, si flaqueaba. 

Cuando su hablar se detuvo, encontró refugio en la escritura, en un par de hojas y tinta; mientras la tinta se deslizaba, el pecho dejó de quemarla un poco. 

Ella había leído del amor y conocía lo que debía hacer, pero siempre se aterraba, aterrada de no tener más que ofrecer. 

El amor no era blanco ni negro; no es de un solo color, es de todos los colores a la vez. Está plasmado con pinceladas finas y trazos gruesos, con degradados y colores intensos, con colores sombríos y colores cálidos. En los murales y en el papel, en mi piel y en nuestros corazones. Ella sabía que, sin tenerlo, con miedo de perderlo, temía más tenerlo cerca. 

Sin telones ni tapujos que impidieran ver el desorden de su curvatura, de la curvatura imperfecta de su rostro, nada impidió que viera la pureza de su alma. 

En una flor ocultó sus sentimientos, con la esperanza de que cada vez que un pétalo marchitara, sus sentimientos se desvanecieran. 

Decían que el tiempo era su aliado, pero cada vez que su mente borraba su nombre, él aparecía bajo la lluvia en la puerta. Su mente parecía más ruidosa, mientras su canto y su sonrisa perdían intensidad.

Los matices de míWhere stories live. Discover now