𝑇𝑤𝑜 𝐹𝑜𝑜𝑙𝑠 𝐼𝑛 𝐿𝑜𝑣𝑒 || 𝐷𝑟𝑎𝑐𝑜 𝑀𝑎𝑙𝑓𝑜𝑦

The weirdest day ever

𝐷𝑟𝑎𝑐𝑜 𝑀𝑎𝑙𝑓𝑜𝑦

Estaba cometiendo la mayor estupidez de todo el año, no, de toda la decada. Tal vez de toda mi vida. Pero sentía la adrenalina, ese sentimiento de emoción, de estar al borde de tu asiento. Solo me habia sucedido pocas veces, pero nunca por una chica, y se sentía bastante extraño. Además de que sentía que traicionaba a Theo.

Pero no lo pensé dos veces. Bueno, tal vez lo hice, mas de dos de hecho, pero me gustaba decir que lo habia hecho sin pensar, porque era a lo que usualmente Morgan me orillaba, hacer las cosas sin pensar, sin previo aviso, sin dudarlo.

—Me voy a arrepentir mucho de esto—murmuré.

Mis manos por fin salieron de los bolsillos, sus manos y mirada pasaron de desafiarme a suavizarse en tan solo segundos y no podia quitarle la mirada de encima.

Maldita chica.

—De que?—me respondió.

No le pude responder, no habia palabras.

Tome su rostro con ambas manos, aún estaba dudando de cada milimetro que mis músculos se movian, pero ya era muy tarde.

Estampe mi boca en la suya, fue algo muy rápido, un pico, bueno tal vez no fue tan rápido y tal vez, solo tal vez, tampoco fue un pico, pero lo sentí fugaz. Rápido.  Emocionante, como cualquier cosa de ella y de verdad me asustaba.

No se separó, no hizo nada durante los pocos segundos que nuestras bocas estuvieron unidas y mis manos en sus mejillas, pero hizo algo cuando se separó.

Me miró, sus pupilas estaban dilatadas y lucía nerviosa, no podia esperar menos.

Tal vez habia sido el peor beso de su vida, tal vez, solo tal vez habia sido bueno. No lo sabía. No sabía nada de lo que pasaba por su mente, ni ella de lo que pasaba por la mía. Pero ninguno decía nada.

—Me gustan las fresas— por fin rompí el hielo. Saboreando su lipgloss que estaba impregnado en mi boca.

—Debería decir que a mi no me gustan las manzanas verdes?—murmuró mientras el rojo de su rostro disminuía y seguíamos caminando.

No le gustaban las manzanas verdes, las mejores manzanas, que malos gustos.

Mi pensamiento fue interrumpido por un ruido de algo cayendo. Era una varita.

La varita de Morgan, que sujetaba su pelo, ahora estaba en el piso, y su pelo cobrizo estaba volando por todos lados de su cabeza.

Amaba su pelo.

—Por Merlín. Maldito pelo!—recogió la varita y lo sujeto de nuevo.

Estábamos a una vuelta de llegar a la esquina del infierno donde Clearwater solía hacer sus juntas de prefectos, pero Morgan se detuvó.

—Que sucede, Tina?—pregunté girandome.

—Dime así más seguido— tomó mi corbata, la empuño en su mano y tiró de mí para darme otro beso.—Por favor. —susurró.

Sus mejillas rojas y sus pupilas dilatadas quedaron grabadas en mi mente, y me dí cuenta lo que le hacia falta a los dibujos.

Color.

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