epílogo

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Cuatro años pasaron.

Tuve que aprender a la fuerza: la autodependencia, el valor y el sacrificio propio, y el bienestar con mi misma personalidad.

Luego de haber sufrido tanto.

El tiempo me hizo darme cuenta de mi esencia, la que al final del recorrido pude encontrar. Todas las vivencias tienen su motivo: bienestar, preponderancia, fracaso, etc.; todas con el fin de aprender a mejorar, empeorar, hacerte cambiar...

A abrir los ojos.

Yo por suerte no perdí mi sostén (no del todo); no tenerla físicamente no me prohíbe poseerla en mi alma.

Como era de esperarse, el contacto se fue perdiendo a la larga, pero solo a la distancia porque estamos más conectadas que nunca; prometimos nunca olvidarlo.

Pasé noches dudando, pensando en qué fue lo que había hecho mal para que me dejara así sin más, qué fue lo que me faltó. Me arrepentí por haber permitido que huyera de esa manera. Estaba consciente de su sentimiento (jamás lo dudé), pero me lo hizo recalcar en mi mente: cuando amas a alguien no lo abandonas; pero yo también tuve que entender que, si no hay otra salida, no queda nada más por hacer.

Me dolió (mucho), no lo voy a negar, a tal punto de tener una recaída. Me hizo mal, me destruyó. La dependencia me hizo mierda, aun así en mi cabeza no era eso, era amor; es amor que sigue constante y vivaz, no se puede esfumar así de la nada. El hecho fue repentino e inesperable, no tenía los medios necesarios para pasar por eso. Puse en duda su palabra por mucho tiempo, teniendo miles de conversaciones conmigo misma, pero siempre terminaba con la misma conclusión: la amo más de lo que me amo a mí.

Y es lo que hice, tenerla presente.

La escuela la terminé en tiempo y forma, con buenas calificaciones y felicitaciones de diversos maestros; pude acabar esa etapa en paz. Al cumplir los dieciocho, y sin rezongar, me echaron de mi casa, sacándome un peso de encima. Esos señores son un tema aparte; nunca más los vi, por lo menos en este momento de mi vida no es algo que anhelo.

Conmigo es suficiente.

Qué difíciles son esas palabras, cuestan horrores. Hay que repetirlas muchísimas veces para creerlas, para hacerlas realidad; es otra dimensión (desconocida). Terminas vagando en tu suspicacia, de misterio, pero una vez que te encuentras no hay vuelta atrás.

Luego de haber ahorrado lo suficiente, un día decidí seguir con nuestra historia dejando mi zona de confort de lado, "arriesgándome", ya que no tengo nada que perder, sino que ganar. Marqué mi próximo destino.

(...)

—Muy bien, señorita, puede pasar —me dijo la señora del aeropuerto entregándome de vuelta mi pasaporte para liberarme.

—Muchas gracias —le brindé una reverencia.

Comencé a caminar y fui a sentarme para esperar a que nos llamen al avión y luego despegar hasta el país vecino. Cuando faltaban cinco minutos para que llegara pronto el despegue, avisaron por los altos parlantes que el vuelo se había retrasado dos horas.

Maldita sea.

Ya me había acabado una de mis playlists de música en esta larga espera y había recorrido el aeropuerto íntegramente, no sabía qué más hacer.

Iré al baño porque me urge, pero después de eso tendré que arreglármelas con mi imaginación; quizás fantasear un poco con el dulce reencuentro.

Por suerte no había casi nadie en el baño, solo un cubículo ocupado, por lo que me metí a otro a hacer mis necesidades. El poco tiempo que tarde... No puedo creer lo que vi cuando salí del inodoro: la persona que estaba parada en frente del espejo, mirándome a través de este con la misma cara de sorprendida.

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