cuatro

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Hoy mis padres se acordaron de mi existencia. Casi que por primera vez les estoy conociendo la voz. Es domingo, y tuvimos la oportunidad de coincidir en aquella gran mesa, donde la mayoría de las familias pasan los momentos más felices (pienso yo).

Me parece super extraño que estemos en el mismo lugar, al mismo tiempo, por duración prolongada. Es puramente casual este inesperado encuentro, también incómodo. Ni yo ni ellos sabemos qué decir o hacer; totalmente desconocidos a pesar de compartir ADN.

Hice un apetitoso ramen instantáneo mientras ellos pidieron comida a domicilio. Yo seguía en la mesa comiendo cuando les trajeron sus menús; mi madre los fue a buscar, solo le pude dar dos o tres sorbos más al caldo, viéndola luego regresar y llamar a mi padre hacia un costado. Pensaron que teníamos una casa muy grande, pero pude escuchar todo lo que tenían para decir.

La niña está ahí, ¿qué hacemos?

No lo sé, quedémonos aquí en la cocina. Demonios, no contaba con esto, verla otra vez estorbando.

Arruinó nuestros planes de vuelta. Yo te dije que la tendríamos que haber dado en adopción.

Y hasta ahí su discusión, ya que cerraron la puerta y las ondas sonoras se quedaron con ellos.

Miré el plástico que tenía en la mano y, mentalmente, me pregunté si valía la pena terminarlo. ¿Por qué no agregarle un trastorno más a mi existencia? La anorexia vendría bien para estos momentos (creo yo). Tiré a la mierda el contenido sobrante y me fui a mi cama.

En este momento, es en el único lugar en el que puedo estar; mi nido para pensar. Como que me doy cuenta que soy yo y nada más, solamente robando oxígeno, valioso oxígeno, seguramente, a alguien que lo necesita, y yo estoy inconscientemente arruinándolo.

Realmente como vidrio, la vergüenza me acompaña a donde vaya. Cuando siquiera me notan, ya me angustio porque nunca es para bien, detrás siempre hay alguna humillación dolorosa y sádica.

Tan solo me gustaría estar en mi burbuja. Tengo que mantenerme seria y controlar mis emociones al máximo en multitud porque me desespero. Al borde del ataque de pánico, sudo frío y siento mucha relajación y excitación, como si estuviera perdiendo el control de mí.

Nadie puede leer mis pensamientos porque, sino, sabrían que podrían lastimarme, lo expuesta que estoy al sufrimiento, excavar en mi interior. Siendo que haya gente con buenas intenciones, piensan que mejorar es tan fácil. El mundo no es para mí, y verlo de afuera es otra cosa.

Creen que mi personalidad es un capricho, se ensañan con que todo es motivación y superación, cuando no es tan sencillo. Por más que intente progresar, hay algo que me repele, pareciendo que lo hago a propósito, frustrándome peor.

Son personas pasajeras que lo único que les molesta es mi existencia, disfrazadas de bondad. Solo quieren que sea una pieza más, les espanta lo poco común. Hasta que se los demuestro y vuelve la indiferencia.

Honestamente, creo que todo el mundo es malo, el bien solo es un cuento. Para esta tierra, soy un ser marginal que no vale nada, sin sentido e insustancial. A lo largo de mi vida se encargaron de demostrármelo.

Se ríen a mis espaldas pensando que no me doy cuenta, pero sí lo hago, a veces hasta los escucho. Con las mínimas palabras repetitivas, sé a quién va dirigido, además de que soy la única miserable cerca cuando esto sucede. Horrible es cuando se ríen entre varios, pero más feo es cuando hay testigos que me miran siendo víctima, sintiendo pena, pero, aún así, sin hacer nada.

Ya pasé por el estado de enojo (muy suave, porque nunca tuve fuerzas ni para eso). Echarle la culpa a alguien más por mis frustraciones no tenía sentido, todo lo que me tocó es porque lo merezco y punto. No hay terceros involucrados.

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