Encastrados

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Los días de River eran los más felices para Enzo y Julián: entrenar durante todo el día, patear pelotas, sudar hasta no poder respirar más. Quizá era un poco exagerada la forma en la que amaban ese desgaste físico cuando estaban en el club pero había algo de todo eso que se había transformado en su casa.

Julián, que siempre se sintió muy lejos de su verdadera casa encontró en River un lugar donde refugiarse, una guarida que le prometió que sus sueños de ser un futbolista podían suceder. Aún siendo un omega. Aún siendo del interior. Y había encontrado esa sensación de hogar no solamente en el club millonario sino en su mejor socio, su amigo incondicional y omega como él. En Enzo.

Desde que comenzaron a jugar juntos en River se habían vuelto inseparables. Enzo había tenido una carrera más difícil. Estuvo casi un año a préstamo en Defensa y Justicia y recién hacía poco tiempo había vuelto al club del que estaba enamorado. Julián, en cambio, ya llevaba haciendo destrozos ahí un tiempo. Pero con la llegada de ese otro omega descubrió lo que era tener un socio en la cancha y en la vida. Uno de verdad.

No había otros omegas en River además de ellos dos. El fútbol era predominantemente alfa, aunque no había restricciones para los omegas. A ellos dos todo les costó más. Y eso los acercó de una manera inevitable. Juntos no sólo eran la dupla perfecta, un peligro para cualquier rival, sino también un par de amigos cuya unión era irrompible. Estaban encastrados, sin posibilidad de desarmarse.

Una vez que lograron cierto éxito en River comenzaron a tener sueldo mucho más altos que antes. Julián pudo comenzar a vivir solo en la ciudad y Enzo también se mudó a capital para estar siempre cerca del Monumental. La vida parecía ser más fácil y verse en el mismo barrio se convirtió, para ellos, en una extensión natural de sus entrenamientos.

—¿Quéres venir a casar? —preguntó Juli con la botella de agua en la mano, a punto de tomar un poco—. Mañana es nuestro día libre.

—Uh, estoy medio complicado, tengo algunas cajas sin desarmar aún —respondió Enzo agachándose para estirar su cuerpo—. ¿Querés venir vos mientras yo termino de ordenar un toque?

—Dale, de una, podemos cenar, ¿no? —preguntó Juli y su amigo asintió conforme—. ¿Qué te gustaría comer?

Enzo se levantó y puso el dedo sobre su mentón, pensando. Siempre hacía ese gesto con la boca, parecía casi un puchero. Julián a veces se quedaba demasiado tiempo mirándolo y tenía que sacudir la cabeza para volver a enfocarse.

—Podemos pedir pasta, está media enquilombada mi casa boludo, no tengo ganas de cocinar.

—No te preocupes, podemos pedir un vinito también.

Enzo lo miró y le guiñó un ojo. Ambos sabían que no podían tomar demasiado pero ya venía su día libre así que podían darse algún permitido.

Apenas salieron del club, fueron hasta la casa de Enzo. Julián tuvo un momento donde se cagó de risa porque su amigo pensó que había perdido o se olvidó la llave porque no la encontraba, pero aparecieron al fondo de la mochila. Enzo andaba re a mil y todavía no se acostumbraba a estar solo. Así que Julián pensó que estaba bueno también darle una mano.

Apenas entró, se encontró con un desastre como dijo Enzo. El departamento no era enorme, pero era cómodo para una persona. Tenía un living con un sillón y una mesita con dos sillas no más pegado a la cocina, pero lo que le sorprendió fue el desorden. Había bolsas de consorcio negras distribuidas en varios sectores del piso, cosas tiradas en la mesa, algunas cajas y no fue muy fácil pasar.

—Ya sé que es un quilombo, pero viste que ordenar es un poco complicado —comentó Enzo entrando para dejar su mochila en la silla—. Mi vieja encima vino y me trajo cada boludez...

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⏰ Última actualización: Feb 18, 2023 ⏰

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Encastrados | Enzo Fernández x Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora