* Capitulo No. 7 *

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El sol anunció el alba y Zee se sentía extrañamente enérgico, pese a apenas haber descansado, pero no le dio importancia. Se dio una larga ducha de agua caliente y se vistió con unos pantalones grises, unos zapatos de vestir, un suéter negro de cuello alto y un abrigo largo de color negro por encima, peinó con sus dedos su cabello y guardó todo su equipo en su auto. Repasó varias veces que no se le quedara nada, deteniéndose para desayunar rápidamente en un restaurante familiar y continuando hacia la dirección que Saint le había enviado, junto con un mensaje de buenos días.

El estudio era casi a las afueras de la cuidad, en uno de los últimos pisos de un edificio; Zee lo agradecía, significaba que podría usar la luz natural que entrará por las ventanas sin temer que alguien viera lo que hacían. Saint lo esperaba afuera del edificio, usando unos pantalones azul claros y un abrigo rosado tenue más ancho que el del día anterior, y cuando le sonrió abiertamente, con sus mejillas adoptando un sonrojo delicado, Zee tragó en seco, sintiendo como si toda la calidez del mundo se concentrara en ese tierno chico en ese momento.

Ambos se saludaron y subieron el equipo de trabajo de Zee mientras que Saint se disculpaba de antemano por lo desordenado que estaría su estudio, considerando que nunca lo limpiaba, pues en su desorden estaba su orden. Cuando entraron, Zee quedó completamente complacido con la imagen.

El lugar era amplio, pero estaba abarrotado de lienzos, caballetes, latas y distintos tipos de pintura, pinceles, telas, lienzos de prueba, bocetos a grafito y diferentes cuadros terminados. Las ventanas eran enormes y dejaban entrar en su totalidad los rayos del sol, dando una iluminación predilecta, recorriendo dos de las cuatro paredes de la habitación, lo que significaba que el ocaso iluminaría todo desde la izquierda cuando llegase; además daba la facilidad de poder usar el panorama exterior como fondo en el ángulo correcto.

Saint observó el brillo en los ojos de Zee a medida que analizaba el estudio, notando la forma en que se emocionaba; el día anterior cuando Zee le contó sobre lo mucho que había ansiado poder hacer aquella sesión fotográfica, Saint le había creído, pero solo lo entendió hasta ese momento.

-Podemos empezar cuando quieras -comentó Saint, ganando una confianza que no recordaba tener. Quería hacer esto, no tanto por el pago o la experiencia, sino por él, por extenderse tanto como fuera posible ese momento.

-Iré acomodando mi equipo, puedes prepararte -comentó Zee dando a entender que empezarían ya.

Saint desapareció detrás de una de las puertas que daba hacia el baño del estudio y Zee se quitó el abrigo, remangando las mangas su suéter y colocando los reflectores de luz para que atraparan la misma luz natural que entraba por las ventanas, aprovecharía al sol tanto como pudiera. Saint regresó minutos después, vestido con un kimono sencillo, color celeste claro, sujetándose el cabello con una cinta negra para apartarlo de su frente. Había manchas de pintura de mucho tiempo en su ropa, aunque se veían recién lavada.

-Uso esta misma ropa para pintar siempre, me hace sentir cómodo y ayuda a mi inspiración -explicó Saint, como disculpa ante la atenta mirada de Zee.

-Es perfecto -aseguró él pelinegro mientras intentaba concentrarse, evitando pensar en la manera en que Saint le parecía tan cercano vestido con esas prendas -. Empezaremos entonces.

-Sí -afirmó Saint emocionado.

Para Zee la luz fue su mejor amiga, la mañana le dio todo de sí misma mientras que capturaba con su lente la figura fotogénica exquisita de Saint, un ángel en la tierra. Era un pensamiento cursi, pero la manera en que el castaño se mordía el labio mientras pintaba, su ceño fruncido cuando alguna pintura se derramaba, la delicadeza con la que sostenía los pinceles, su cabello agarrado en una coleta, sus dedos manchados ensuciando de pintura sus mejillas o su cuello cuando se tocaba, no dejaba espacio a otra comparación.

Zee le había pedido que pintara, que él se encargaría de todo, y Saint lo había hecho. Para cuando el sol alcanzó su cénit, Zee había logrado la parte inicial de la colección y Saint había terminado dos de sus cuadros que estaban incompletos; era como si, con Zee acompañándolo, la inspiración le fluía sola.

La parada para el almuerzo fue divertida, Zee le mostró a Saint todas las fotos y fue admirando la manera en que el rostro del menor se iluminaba cuando Zee lo elogiaba, tanto por lo bien que quedaron todas las fotos, como por la forma en que era en sí mismo.

Saint le contó el por qué de su pseudónimo, Zee le explicó sus intenciones de hacer una exposición con esa colección, Saint estuvo de acuerdo con revelar quién era si aparecería de esa forma y ambos supieron que no era un sacrificio, simplemente era el momento adecuado.
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❤️💙

AMOR DE ANTAÑODonde viven las historias. Descúbrelo ahora