12. Séptimo

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A la mañana siguiente, Patricio ni siquiera podía levantarse de la cama, no tanto por el esfuerzo físico que significaba, simplemente no tenía ganas. Pensó en masturbarse pero ya ni siquiera lograba mantener la erección, pues cada que intentaba imaginar cuerpos frescos y destripados, llegaba a su mente el recuerdo de los ojos de sus padres en la sala. Incluso buscó la pistola que le había dejado como regalo "el otro" e intentó suicidarse, pero no tenía balas. Que parejo estará tu encuentro, maldito idiota, pensó.

Cuando logró levantarse, tampoco podía ir a ver los cadáveres que yacían en la sala de su casa. Una vez más se sentía cómo el joven que inició la carrera de medicina legal, que con miedo y asco realizaba las prácticas con cadáveres reales, obviamente se acostumbró y hasta fue fuente garantizada de auto-placer, pero era distinto ver cadáveres de desconocidos que los de sus propios padres.

No desayunó, no comió y trató de no hacer nada todo el día. Únicamente tuvo la disposición de bañarse para quitarse todo el sudor del cuerpo y limpiarse el cabello que se sentía grasoso, pero de ahí en fuera, su último día de vida lo veía pasar en las horas mientras estaba acostado en cama con una tremenda depresión y con el orgullo tan dañado como para hacer algo con "el otro".

Dieron las 8 de la noche e incluso ya estaba listo en su habitación para que en cualquier momento llegara su verdugo. Se sentó en la cama y recargó la espalda sobre la pared mientras veía videos en YouTube, no encontró mejor forma de disfrutar sus últimas horas de vida. Parece irónico que a pesar de estar acostado todo el día, estaba cansado de no hacer absolutamente nada, por lo que sintió los ojos pesados, y poco a poco se quedaba dormido. Al principio se negaba a cerrar los ojos y descansar, pues no quería recibir al otro mientras dormía, quería darle pelea con el fin de poder salvar su vida... Pero el cuerpo cedió y cerró los ojos.

Un sueño pesado se hizo presente...

-¿Patricio?, ¡PATRICIO! ¿DÓNDE ESTÁS?- Escuchaba una voz de un niño a la lejanía, intentaba ubicar el lugar de donde esta provenía, pero el lugar tampoco le ayudaba a fijar su ubicación, nunca había estado ahí, es más, ni siquiera sabía que existía un lugar así. Era una habitación blanca, completamente blanca. -¡YA TE VI! No te muevas, Pato. -Escuchó después de unos segundos.

Momentos después comenzó a escuchar pasos que cada vez se hacían más apresurados y fuertes, retumbaban en la extraña habitación con un poderoso eco. Esto le generó cierta sensación de inseguridad y nervios, lo hizo sentir enclaustrado... hasta que vio de quien era la voz... La razón por la que había perdido todo...

-¡Hola, Pato! Estoy feliz de verte...- Era su hermano, Roberto. Pero no se veía como cuando falleció, de ser un adolescente de 17 años, casi 18, pasó a ser un niño de no más de 12 años. -Te extrañé mucho, hermanito- Dijo el niño con los ojos llenos de lágrimas.

-Beto...- Patricio estaba en shock, no le importaba que su reencuentro haya sido con un niño, no dejaba de ser su hermano... Su hermano menor... Él también sintió los ojos húmedos y que las lágrimas resbalaban sobre sus mejillas. -Perdón... Perdóname hermano... Perdón por no haberte protegido... Por no haber estado ahí...- Dijo sollozando- Eh tratado de... Hacer que tu muerte valiera la pena, quise matar a los que te alejaron de mí, y lo hice con algunos. Pero a cambio... Mamá y papá tuvieron el mismo destino...- Patricio tenía intenciones de seguir hablando pero su hermano lo interrumpió.

-Pato... No tienes que disculparte, yo me lo merecía, no voy a negar que fui un mal niño...- Respondió Roberto.

-¿Pero de qué hablas, enano?, eras el mejor de la familia, eras su brillo, nuestra alegría... Eras el niño más ejemplar de tu edad que conocía- Patricio estaba confundido ante la afirmación de su hermano.

Cazar sin ser cazado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora