Capítulo 1.

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Me derrumbé y me quebré en sus brazos. Me aferraba a él con fuerza, dejando que los sollozos dolorosos brotaran de mi garganta. He dicho alguna vez que soy como una esponja que absorbe cada gota de agua hasta llenarse, y con solo un ligero apretón, todo el agua sale. Ahora, me he quebrado; se ha roto cada fragmento de mi ser. Estos días han sido difíciles, y aunque me cuesta admitirlo, estoy desanimada y quizás un poco cansada.

—Shh, tranquila—me dice mientras sus brazos me aprietan con fuerza—. No llores.

Me han dicho que caería y no me levantaría. Pues caí y me levanté. Han querido que nos hundamos, y míranos: caímos y nos levantamos. He oído que la vida es dura, y vaya que lo he comprobado. He llorado y lamentado cada maldito error que cometí, pero tal vez no somos perfectos; a veces es necesario cometer errores para aprender de ellos. Un día me desperté odiando al mundo, quizás deseando desaparecer, pero siempre hay un “pero”. Quizás fue ese “pero” el que me hizo seguir luchando contra toda la jodida mierda en la que me he revolcado en varias ocasiones. Quise un día no sentir dolor, pero me di cuenta de que sentir dolor es necesario para ser fuerte.

He dicho “ya no más” cuando la vida se empeñaba en hacerme sentir vacía. Toqué fondo, pero seguí escarbando en busca de aquella pequeña luz que iluminara mi oscuridad. Sin embargo, también descubrí que hay belleza y claridad en la oscuridad, así como tranquilidad. He sido mi propia perdición, pero también mi propia sanación. Cada palabra que cruza por mi mente me asegura que soy fuerte.

Sus brazos aún rodean mi cintura mientras mis manos se aferran a su camisa en puños, como si mi vida dependiera de ello. Me aferro más a su camisa mientras las lágrimas descienden de mis ojos acompañadas de sollozos. Solo siento ese horrible nudo en la garganta y esa presión en el pecho que me hacen saber que nada está bien… o mejor dicho, que yo no estoy bien. Cada vez duele más; duele ser joven y llevar ese peso sobre mis hombros, sentir cómo todo a mi alrededor se vuelve gris: ni blanco ni negro, solo gris; un gris lleno de tristeza y lágrimas que sigo derramando mientras trato de pensar en algo diferente a la "discusión con mamá". Suspiro levemente mientras su aroma impregna mis fosas nasales, transmitiéndome seguridad y calma total. Siento su mano acariciar mi cabello antes de dejar un beso allí.

Me esfuerzo por ser mejor por mí misma, no por los demás, porque sé lo que quiero en mi vida. Aguanto cada golpe de la vida; a veces quisiera rendirme, pero no lo hago porque sé lo que quiero: tengo sueños que cumplir algún día. Hay cosas que simplemente me superan y creo que son demasiado para mí. Soy joven y a veces no disfruto lo que se supone debo disfrutar; tengo tanto por hacer pero siento que no puedo.

—Debo irme, pero no dudes en llamarme si estás mal—le digo mientras asiento y deshago nuestro abrazo.

Se gira, caminando lejos de mí, aunque sus brazos me llenaron de consuelo. Aún duele.

Camino hacia mi casa mientras mi mente divaga en las palabras que me ha dicho mi madre. Siempre dicen que estamos muy jóvenes para sentir dolor, y esa es la frase más estúpida que pueden decir los adultos. Es mentira; por más jóvenes que seamos, también sentimos, y a veces es doloroso sentir. Pero aun así nos levantamos porque sabemos que debemos hacerlo. A veces estoy con la cabeza llena de pensamientos oscuros, siento esa sensación en el pecho o el maldito nudo en la garganta, y es muy difícil deshacerlo. Hacemos tantas cosas para complacer a los adultos que parece que no sirve de nada. Hay tantas cosas que hacemos para complacerlos que solo me siento asfixiada; me corta la respiración, me tienta a querer dejar de hacerlo, pero no puedo porque tengo muchas cosas pendientes aún.

Es horrible el peso con el que cargamos. Solo desearía desaparecer, irme, no lo sé. Hay tantos problemas que solo causan ganas de llorar, pero reprimo toda esa horrible sensación para que nadie pregunte por qué lo hago o para que mi familia no me vea mal. Es terrible la sensación de vacío que se forma en mi pecho o escuchar las palabras hirientes que nuestras propias familias sueltan sin darse cuenta del daño que causan. Es realmente feo sentirse tan frágil y cargar con tantas cosas que ni siquiera me pertenecen.

—Solo quiero un poco de paz—susurro mientras me abrazo a mí misma.

Una sonrisa triste se dibuja en mis labios al recordar a mi pequeña yo, esa niña adorable que solo quería crecer anhelando ser "grande para hacer cosas de grande". Sin darme cuenta, era mucho más feliz; una felicidad genuina, única y completa. He dicho que prefiero volver a esa etapa antes que vivir esta realidad. Es cierto: cuando era niña lloraba por raspones en las rodillas o en los codos, pero ahora lloro por los raspones en el corazón y en el alma. Solo era una niña que no sabía lo que quería, deseando crecer sin saber realmente cuánto significaban esas seis palabras.

Si mi alma genuina hubiera sabido qué tan grande sería la responsabilidad de esas seis palabras, jamás habría deseado crecer para no sentir...

Dolor.

Tristeza.

Vacío.

Suspiro nuevamente, conteniendo los sollozos que parecen querer desgarrar mi garganta. Tengo tantas ganas de gritar y poder sentir esa felicidad que sé que llegará, aunque no sé dentro de cuánto tiempo. Ya ha llegado una parte de ella; son sus brazos los que me resguardan cuando todo mi mundo se viene abajo.

¡Nos leemos pronto!

Metanoia [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora