I'm in here

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El diario de Faith tiembla en las manos de Eleonora. La joven no puede contener su emoción, que le sube por la garganta como un grito que nunca sucede. Lo tiene, finalmente tiene a su culpable. William Carter es el asesino de su hermana.

La primera parte del cuaderno estropeado fue la más sencilla de leer, conocía cada detalle de la vida de Faith mientras su madre vivía. Descubrir sus más profundos pensamientos no fue fácil, pero no la sorprendió. Luego de la muerte de Charlotte Masen, su hermana cambió radicalmente. Dejó de contarle sus secretos y ella estaba demasiado concentrada en su trabajo en la fábrica como para notarlo. Se cerró a su más fiel confidente y salió al mundo exterior sola, lo que sólo la perjudicó. No al inicio, por supuesto. Al principio, cuando comenzó a salir con William Carter, todo era un camino de rosas y días soleados. Hasta que conoció de primera mano la crueldad inherente de las personas. La falsedad, la arrogancia con la que te tratan sólo por creer que eres inferior a ellos, la violencia que te entregan cuando no son capaces de tolerar una negativa de tu parte. En realidad, Faith ya había sido testigo de esos patrones desalmados, pero con él comprendió cómo se sentía en carne propia. Que la persona destinada a amarte y protegerte, te lastime de esa forma. Y lo enfrentó en soledad, en silencio, sin el valor de contárselo a su hermana mayor.

Todo fue su culpa, él la rompió. Su hermanita estaba herida y él la terminó de destruir. Su confianza, su seguridad y su alegría. Él debía pagar. Esa noche, William Carter moriría.

Los pensamientos que se infiltran en el consciente de Eleonora son implacables y persistentes, su cuerpo se mueve igual de veloz que su mente. Arrojando el diario sobre la cama, ahora desarmada, de su hermana, se levanta y corre hacia el salón. En un breve momento de lucidez, llega hasta su destino sin tropezarse, se coloca los zapatos sucios y camina hasta la chimenea. Específicamente, hacia el atizador cubierto de hollín.

Conoce a Carter, en parte por los rumores de los que siempre le informa la Sra. Stenson y también por lo que pudo leer en el diario de Faith. Él es un Peaky de poca monta, un simple soldado, y, religiosamente, pasa sus noches bebiendo en el Garrison.

Con un arma en su mano, el corazón bombeando veneno corrosivo por sus venas y aliento a whisky en su boca, recorre el camino hacia el concurrido bar. Uno que conoce muy bien, por el que pasa todas las mañanas cuando se dirige a trabajar a la fábrica. Pero, esta vez, sus intenciones son mucho más siniestras, su postura erguida lo demuestra.

Algunos transeúntes, los que no están lo suficientemente abstraídos de la realidad, la observan con extrañeza, a ella y al atizador que sujeta con fuerza. La mirada preocupada de los habitantes de Small Heath debería ser una señal suficiente como para que desista de su tarea, para que dé media vuelta y regrese al aislamiento de su hogar. Sin embargo, no se detiene, no se frena a considerar las consecuencias que pueden acarrear sus acciones. Su única prioridad es hacer pagar al desgraciado que maltrató y violó a su hermana, que está libre de castigo. De su castigo.

Ignorando a las personas que entran y salen del pub, a los borrachos tirados en la acera, ingresa al Garrison. Las luces amarillentas, el bullicio, la calidez sofocante y el olor a transpiración, humo y alcohol la desorientan brevemente, pero la desagradable sensación es sofocada por la ira, la incontrolable necesidad de herir y destruir. De lastimar a ese hombre que ríe, bromea y bebe con sus amigos.

Reforzando el agarre en el atizador, camina hasta él, sin dudas en su mente. Está de espaldas a ella y charla con los otros hombres con los que comparte la mesa. Quizás dice algo ocurrente, porque ninguno nota su presencia hasta que es demasiado tarde. Nadie en el bar le dirige la mirada hasta que el atizador aterriza con fuerza contra el costado de su rostro. William cae al suelo y Eleonora continúa golpeándolo. Una, dos, tres, cuatro veces. Levanta el arma sobre su cabeza con las dos manos y lo deja caer sobre su cuerpo, con todas sus fuerzas. Sobre su cara teñida de rojo, su brazo, costillas y, nuevamente, su cabeza. La sangre mancha el atizador, salpica por todo el salón y ensucia la piel y ropa de la joven.

Wicked Game | Peaky Blinders¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora