Y mientras tanto el sol se muere

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La niña suelta el aire de sus pulmones sobre la ventana vieja y raída y, gracias a su aliento condensado, puede iniciar su juego habitual: dibujar mariposas en el vidrio sucio. A través de este, el cielo gris y tormentoso ilumina débilmente a los vendedores fatigados; a las madres que regatean, con la esperanza de ahorrar el poco dinero que tienen; y a los niños que se rehúsan a volver a la calidez de sus hogares, ignorando la lluvia que se avecina a las calles maltratadas de Small Heath.

Faith, su hermana menor, canta una melodía a sus espaldas. Está recostada en la cama que ambas comparten, igual o más aburrida que la pequeña de pie, pero tienen prohibido salir de su habitación mientras su madre trabaja. Aunque, tampoco es que puedan hacer mucho en el resto de la casa y tampoco tienen permitido salir a la calle.

La menor continua con su tarea involuntaria de opacar los ruidos y gritos provenientes de la habitación al otro lado del pasillo, provocando el inicio de una jaqueca en su hermana, quien reanuda su obra de arte momentánea. Las gotas, que comenzaron a deslizarse por el vidrio, arruinan la forma de sus mariposas. Sujetando la manga de su vestido, que hace años fue de un bellísimo azul, limpia su lienzo y se dedica a esperar que la superficie en la que trabaja esté lista nuevamente. Sin embargo, unos gritos del exterior la distraen de su labor.

Pegando su frente a la ventana, observa con atención el otro lado de la calle. Una mujer mayor, abrazando su cuerpo por el frío y el viento, se asoma por la puerta de su casa y le grita órdenes a los niños que juegan a un lado de la acera. Sus alaridos agudos resuenan por la calle poco transitada y se escuchan con claridad en la reducida habitación, gracias al repentino silencio de Faith.

-Maldita sea, niños, entren ahora mismo. Vengan si no quieren pasar la noche en el canal, ¿me oyeron?

Dos de ellos, entre llanto y suplicas, caminan hasta la mujer e intentan refutar. Esta, sin paciencia, los silencia y hace que entren a la casa. El tercer muchacho, que ni siquiera se volteó hacia ella, observa directo a la ventana en la que Eleonora Masen dibujaba minutos atrás. Saca la mano de su bolsillo, dispuesto a saludar a la niña pelirroja que lo observaba detrás del vidrio manchado, pero es interrumpido cuando la mayor, su tía, vuelve a llamarlo.

-Thomas, ¿acaso no me escuchas? Adentro, ahora- insiste, sobresaltando al susodicho. 

El niño ingresa a su hogar con la cabeza gacha, la mano colgando a un costado y un saludo pendiente.

Desde la seguridad (y el aislamiento) de su habitación, la pequeña deja caer su frente sobre la fría ventana y se limita a observar con melancolía, y un poco de envidia, la aparente feliz vida de sus vecinos. 

-Nora, ¿qué crees que sucede cuando te mueres?- susurra su hermana a sus espaldas, con un hilo de voz.

La oye a la perfección en el cuarto vacío, pero su rostro continúa presionado contra cristal que la divide del resto del mundo y sus ojos no se despegan de la casa de enfrente, como todas las tardes en las que su madre no le asigna ninguna tarea.

Faith suspira, molesta por la falta de atención, antes de volver a llamarla.

-Noraaaaaa. 

.

-Eleonora, querida, te estás mojando- reprende la Sra. Stenson, más indulgente que la mayoría del tiempo, pero no recibe respuesta. La joven a su lado ni siquiera levanta la vista, su cabello húmedo se pega a su rostro y sus extremidades tiemblan, sin embargo la anciana no está segura de la verdadera razón.

Resignada a obtener respuestas de la pelirroja, vuelve a refugiarse de la lluvia bajo el techo medio en ruinas de la capilla local. Se arrepiente de haber invitado a sus amigas, ya que las mujeres no detienen su parloteo. Aunque en su defensa, la joven está tan absorta en sus pensamientos que no parece escucharlas.

El diluvio no mengua desde la noche anterior, como si el cielo acompañara a Nora en su pérdida. Las nubes son oscuras como el carbón y la lluvia hiela sus huesos, pero el frío es sofocado por el dolor insondable que late en su pecho, bombeando una pena nauseabunda por sus venas. El barro a sus pies se hunde con su peso y sus rodillas están débiles, y, aun así, se mantiene firme en su lugar. Cierra el puño con fuerza, sus nudillos se ponen blancos y sus uñas rompen la piel de su palma. La sangre se escurre entre sus dedos, tiñendo el charco a sus pies de rojo. 

El grupo de ancianas detrás de ella siguen compartiendo información como si se tratase de una junta militar. El predicador del pueblo, Jeremiah, se marchó hace tiempo, apenas terminó el entierro. El pitido que la ensordeció desaparece, permitiendo que pueda entender los murmullos de las mujeres.

-Escuché que su padre también lo hizo- lamenta falsamente una de las mujeres. Ninguna de ellas, a excepción de la Sra. Stenson, se relacionó alguna vez con sus padres.

-Y su madre murió de tuberculosis hace unos años- agrega otra.

-Pobre niña, tan joven y tan sola- corea la última. Mary Stenson se mantiene en silencio.

La lluvia, o las lágrimas, ciegan momentáneamente a la susodicha, que intenta en vano secar su rostro con su mano ilesa. Cierra los ojos, aguanta la respiración y, mientras tanto, el sol se muere. En su interior, todavía existe la esperanza de que todo ese día no fuera más que un producto de su imaginación, una jugada cruel de su mente para castigarla por sus errores, pero nada cambia. La realidad es esa.

Cuando ya no soporta la falta de aire, abre los ojos y vuelve a inhalar un poco de ese aire denso que la rodea. Lo primero que vislumbra es una cruz de madera. Lo segundo, el nombre y las fechas talladas en ella:

 Faith Masen

1900  -  1919

Wicked Game | Peaky Blinders¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora