Bottom of the River

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La cocina está pobremente iluminada por un par de velas a punto de extinguirse. La única zona visible es la de la mesa redonda con las tres sillas astilladas. Un silencio sepulcral nos acompaña a Faith y a mi.

Ignorando los ojos de precaución de mi hermana, suelto un bufido y me froto la comisura de la boca, hastiada. Mi atención se centra en el cuenco de estofado y la silla vacía.

La fatiga pesa sobre mis hombros, los comentarios degradantes de mi jefe aún resuenan en mi cabeza y mi bolsillo sigue igual de vacío. Mi ceja se crispa, inquieta por el ritual de todas las noches: esperar a que nuestra madre se digne a bajar a cenar.

-Se va a enfriar- advierto a la menor, que me mira como un perro mojado. 

Es especie de trampa. No podemos comenzar a comer hasta que mi progenitora lo haga (a no ser que nos sintamos deseosas de un regaño o, en mi caso, una paliza). Tampoco podemos apresurarla, Faith por miedo a que se desahogue en mí y yo por evitar respirar en la misma habitación que Charlotte Masen.

Mi hermana abre la boca, probablemente para tratar de calmarme, pero la cierra cuando se escucha a la escalera crujir. Inconscientemente, me inmovilizo, con los ojos clavados en el plato de comida destinado a mi madre. Con los antebrazos presionados en la madera maltratada de la mesa y las palmas extendidas sobre la misma, espero.

Otro escalón rechina. Pasos desiguales lo siguen, casi arrastrándose sobre el suelo. El golpeteo de los tacones contra el piso altera mis nervios, sin embargo, se detiene brevemente debido a un ataque de tos.

No levanto la vista del guiso de verduras y carne, o del vapor que emana, o de los rajaduras del cuenco. Ni siquiera cuando ella toma asiento o sus manos, manchadas por el paso del tiempo, se sitúan a ambos lados del plato. Tampoco lo hago cuando Faith le da un vaso de agua para que calme su ataque de tos.

-Gracias, cariño- suelta ella, luego de recuperarse. Su tono es meloso, extremadamente dulce, un veneno encantador. Honestamente, prefiero la forma en que me habla a mí.

Recién veo el rostro de mi madre cuando ella se lleva una cucharada del estofado a la boca. Charlotte no me devuelve la mirada, degusta su comida y lanza una exclamación de alegría, probablemente planeada. Después come su segundo bocado. No es hasta su tercer mordisco que cae en cuenta de mi presencia, o eso aparenta. Su rostro se transforma ante mis ojos, a su ceremonia de repulsión diaria.

-¿Por qué mierda me miras así, eh? ¿Crees que no lo noto? 

No respondo. Faith comienza a morderse las uñas.

-Me juzgas como si fueras mejor que yo, pero solo eres un maldito engendro del Diablo. ¡Si, eso eres! Después de todo lo que hice por ti estos años, tú me pagas con esa cara de mierda. Ni siquiera puedo cenar tranquila sin que tu mediocridad me quite el apetito- escupe, como parte discurso habitual.

Mi expresión se mantiene neutral, inmutable a sus palabras. No paso por alto la forma en la que clava las uñas en la mesa antes de volver  a hablar.

-¿Quieres saber por qué tu padre se quitó la vida? Fue para no volver a verte, siempre lo avergonzaste, pero no tenía las pelotas para admitirlo.

El sonido del reloj corre a la misma velocidad de siempre, mi corazón no.

-Nora- suplica mi hermana cuando me pongo de pie. 

La ignoro, caminando hacia Charlotte. Su gesto de suficiencia, por lograr su cometido, flaquea. No me tiembla el pulso para tomar su plato de comida y arrojarlo contra la pared. El cuenco de cerámica se revienta en decenas de fragmentos, justo como la fingida tranquilidad de mi hogar.

Wicked Game | Peaky Blinders¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora