Trago Especial

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El hombre en la cruz, coronado con espinas y cubierto de sangre, me devuelve la mirada. Los ojos de Cristo demuestran agonía y pesar, pero no por si mismo, por su situación deplorable y humillante, sino por los demás. Claramente no por mí, pero quizás sí por la niña que reza a mi lado. Por Faith, que me obligó a acompañarla a la misa dominical para poder orar por la recuperación de nuestra madre y por el regreso seguro de todos los hombres que marcharon a la guerra. 

La iglesia, uno de mis lugares menos predilectos de todo Small Heath (aunque más que mi propio hogar), está repleta de madres, hermanas, hijas y esposas rezando. También hay algún que otro muchacho, que cumple su papel de acompañante mejor que yo. Al menos, algunos de ellos fingen suplicas a Dios. 

Unas risas llaman mi atención, rompiendo el intercambio de miradas que llevo manteniendo con el hombre crucificado desde que tomé asiento. Volteo a ver el origen del ruido, que proviene del exterior, y me encuentro a los hermanos Shelby cuchicheando en la entrada.

Regreso la vista al frente, reanudando mi batalla interna en contra del hijo prometido, que aceptó con resignación todos los males que su padre le envió. Sin embargo, esos ojos tristes y desamparados no hacen más que sofocarme, entristecerme hasta lo más profundo de mi ser.

Me inclino sobre mi hermana y le toco el brazo, para llamar su atención.

-Te esperaré afuera- aviso, en susurros, y me pongo de pie. 

Salgo de la capilla con el estómago revuelto y varios pares de ojos siguiéndome (con Cristo incluido), buscando el paquete de tabaco escondido en mi abrigo. Ignorando a los muchachos que parlotean y comparten una botella de alcohol en medio de la calle, me enciendo un cigarrillo y arrojo el fósforo al suelo. 

Aspiro el humo y respiro profundamente del aire del exterior, sintiéndome demasiado ligera para tener en cuenta de que acabo de huir de la casa de Dios. Muy consciente de las miradas que me dirigen los tres hermanos, me recargo en la pared empedrada y concentro toda mi atención en la punta desgastada de mis zapatos, de mi único par. Paso por alto la conversación en la que están enfrascados, regresando a la discusión que tuve esa misma mañana con mi madre (si se puede llamar discusión el estar preparando el desayuno mientras tu progenitor te desea el peor de los males), hasta que uno de ellos se dirige a mí.

-Pelirroja- llama el mismo muchacho del canal, el pelinegro. Sigue en el mismo lugar, junto a sus hermanos, pero agita la botella hacia mi-. ¿Qué dices? ¿Te apetece otro trago?

Demoro más de lo que me gustaría en contestar.

-¿No es un poco temprano para eso?- inquiero, con una ceja alzada, y le doy una pitada a mi cigarrillo. Él sonríe, pero los otros dos se burlan. Incluso me parece oír a uno de los Shelby llamarme aburrida.

-El mediodía es como cualquier hora- responde, divertido. Ante mi falta de reacción, se encoge de hombros, le da un trago y le cede la botella a sus hermanos.

-¿Se puede saber porque mierda le faltan el respeto a Dios de tal manera?- exclama una voz femenina a mi lado, exaltándome. Una mujer emerge del interior de la iglesia, con un bolso debajo del brazo, y camina hacia los muchachos.

-El vocabulario, tía Pol- bromea uno de bigote, provocando una risa en los otros chicos. La susodicha lo ignora y centra su atención en el único que da un paso hacia ella, el mismo que me ofreció alcohol.

-¿Qué es tan urgente como para arruinar una misa?- pregunta esa tal Pol. 

Tomo otra pitada y aliso mi falda, fingiendo que no estoy escuchando con atención toda la conversación.

Wicked Game | Peaky Blinders¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora