Aún estando adentro, siente el ardor helado en su cuerpo. La ventana está cerrada, pero el suelo que sus pies descalzos tocan, está tan frío como sus manos ahora. Es casi medianoche. Sabe que debería estar durmiendo. Pero no puede cerrar los ojos. Se recuesta sobre la cama. Sin siquiera recorrer las sábanas para cubrirse, tan solo lo hace y su cabeza se acostumbra en poco tiempo a la suavidad de la almohada que le deja descansar un momento de estar casi demasiado activo durante el día. Sus manos descansan en su abdomen. Su vista fija en la oscuridad del techo sobre su cabeza, examinando la porosidad y humedad que ha dado una textura particular con los años de antigüedad, o al menos, lo que puede alcanzar a ver apenas, gracias a la luz de la luna que llega desde la ventana de su habitación, con las cortinas parcialmente abiertas. Puede ver desde ahí las nubes grises que adornan el cielo. Está casi despejado. O al menos es lo que parece. No logra distinguir el color negro del cielo entre el de las nubes.
Tampoco puede ver muchas estrellas desde donde está. No encuentra ningún interés en mirar hacia la nada. Es un cielo nocturno que puede fácilmente ver todas las noches. Pero no sabe en qué momento ha perdido las ganas de averiguar mil cosas sobre las estrellas. Ha creído saber que no se es capaz de alcanzarlas. Se ha rendido, de todos modos. Se ha sentido ver las estrellas apagarse una tras otra hace un tiempo. Y no es capaz de olvidarlo. Como sea, aunque no está entre sus planes volver a quedarse dormido entre lágrimas y llantos reprimidos, una vez más tiene un encuentro involuntario en la humedad que le recorre las mejillas. Solo un par de lágrimas. Es como si sus ojos estuviesen deshidratados y no pudiesen dejar salir nada más. Sabe que no es posible, por cuántas veces ha experimentado eso. Pero esto se siente diferente. Siente el pecho vacío. Como si alguien le hubiese arrancado el corazón. Con las costillas rotas y un hueco en el pecho.
Se siente atrapado de nuevo. No tiene sueño. Ese es el único desventajoso problema que tiene ahora. Porque de otro modo, podía estar durmiendo plácidamente en vez de no dejar ir todo lo que le mantiene con los ojos abiertos. Se siente como un búho. Uno que observa fijamente el techo como si fuese a romperse de repente, como si tuviese ese poder.
Los sonidos naturales del exterior son tan tranquilos; el viento choca contra las ramas de los árboles y algunas hojas caen de estos. El frío es agradable. No le resulta molesto. Eso, porque tiene la ventana cerrada. El ambiente es tan silencioso y pacífico que crea un contraste imperfecto entre los ruidos sordos de su cabeza, y el sonido en seco que choca contra su ventana, como algo que se ha disparado hacia ella con fuerza. Sabe que no puede ser algún árbol, ni un pájaro. Piensa por un segundo que es solo su imaginación jugándole una broma desagradable. Está más alerta ahora, se sienta en la orilla de la cama, con la punta de sus pies descalzos rozando el suelo frío, y para su buena o mala suerte, el ruido se repite una vez más. Se da cuenta que no es ningún pájaro, sino una roca. Una pequeña, que no ha logrado agrietar el vidrio, pero sí ha logrado fastidiarle. Aun así, la emoción y el nervio le recorre porque no sabe de qué se trata. Es extraño mientras se acerca a la ventana a dos pasos sin presión, porque siente una adrenalina extraña después del tan bajo humor que ha tenido. Recorre la cortina hacia un lado, sin discreción, y en su lado de la calle solitaria se encuentra al joven de largo cabello rubio alborotado parado ahí, mirando a la ventana. Ahora, más que molesto o confundido, se siente perturbado. Aun así, la curiosidad le pica, y se apresura a abrir la ventana, aún con cuidado de no hacer demasiado ruido.
Una vez que logra abrirla por completo, asoma su cabeza al frío—. ¿Vance, qué haces aquí? —trata de susurrar, dando un grito suave, que no roza el volumen extremo.
Es suficiente para que el mayor le escuche. Aun así, no quiere saber qué es lo que ha guiado a alguien como Vance a acercársele. Menos a tales horas de la madrugada. Ni siquiera tiene un reloj cerca pero está conciente de que es alrededor de la una de la mañana. El rubio, quien estaba a punto de irse después del segundo intento, le sonríe casi alegre y travieso, como un niño pequeño haciendo travesuras, y a Bruce no podría parecerle más extraño, pero le forma una sonrisa enternecida por ver el gesto en su rostro.
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The dead boys [TBP ; RINNEY/BRANCE/GRILLY]
FanfictionDespués de que la oleada de secuestros finalizó con Finney Blake, los seis chicos se enfrentan a lo que significa volver a la normalidad. Contador de palabras ≈ 30,730