4.- Robin Arellano

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Hasta este punto no era inusual pasar tanto tiempo con Finn. Dormir juntos, sin embargo, era algo que no había sucedido en casi un mes. Algo que, hasta ahora, había pasado con más frecuencia durante su estancia continua en aquél espacio cerrado, limitado de lugares lo suficientemente cómodos como para tomar una siesta duradera y necesaria. Pero Robin le insiste con esos enormes ojos de ciervo de los que Finn es incapaz de escapar, y le es inevitable tener que hacerle una llamada a su propia casa solo para avisar que no llegará. Su padre está de acuerdo, a medias, por así decirlo. Agradece que su hijo no tendrá que volver a altas horas de la noche. Finn está un poco ansioso, sentado en el piso, dando ligeros pero sonoros golpes contra el suelo frío con las yemas de los dedos. Su madre está en casa y Robin no para de sugerir ideas para pasar el tiempo que les queda juntos el fin de semana, tan siquiera antes de volver a meter la cabeza en los libros.

—Robin.

Lo llama por su nombre, pero no lo mira a los ojos. En cambio, solo está paseando la mirada por la pared, como si fuera algo de lo más entretenido. El azabache lo mira, atento a su pequeño comportamiento, del cual hasta ahora, se había olvidado.

—Dime —ni siquiera está conciente de querer escuchar lo que fuera a decir, sea lo que sea. Pero no puede esperar nada, ni muy grande ni tan diminuto. Lo conoce y no importa el significado de sus próximas palabras, es muy probable que sea algo totalmente diferente.

—¿Cuántas horas duermes cada noche?

E incluso si sabe que debe estar preparado para lo que sea, es incapaz de responder a una pregunta como esa. No por no tener una respuesta, sino por la forma en que la cuestión fue planteada. Una voz fría y casi insensible.

—¿Eh? —es capaz de pronunciar, apenas, pero solo espera una explicación a la insensatez que acaba de inquirir. Finn lo mira, firme, le hace saber que no obtendrá respuestas si él no las tiene primero. Entonces, después del silencio impertinente, Robin le contesta— Yo... no lo sé. ¿Ocho? ¿Seis?

—¿Por qué estoy aquí, Robin? —se vuelve un casi murmullo, la voz dulce y tranquila, antes de mostrar un reproche con la mirada color miel. Robin parpadea, casi extrañado.

—¿Cómo que por...? Finn, ya es tarde. No quería que--

—¿Estás seguro? —siente que casi lo está obligando a darle una razón real. Y es que el pequeño y oculto motivo egoísta que tiene para que pudiera quedarse la noche entera, solo estuvo escondido por un pequeño tiempo en el que Finn ni siquiera se molestó en averiguar e interrogar al respecto. Y tampoco sabe qué hará con la información que obtenga de ello.

—Finn... —está casi rogando en silencio por no soltar las palabras exactas, pero tampoco las incorrectas. No quiere decírselo. No quiere decirle de su absurda necesidad de compañía porque el insomnio y las pesadillas lo mantienen aferrado al llanto nocturno. No quiere romper su propio cascarón que él mismo creó. Y menos tratándose de Finn. Pero después de que el silencio le dejara procesar lo bueno o malo que es decirle la verdad a su amigo, decide darle por lo menos, un pequeño rastro de lo que en verdad sucede en su cabeza—. Simplemente quería algo de compañía.

—Sabes que ninguno de los dos va a dormir esta noche, ¿verdad? —sabiendo eso, y habiéndolo establecido de forma verbal y directa, casi como una bala de realidad en su cabeza, no sonaba tan mal. Hasta que uno de los dos terminara por desfallecer en manos del sueño, todo está bien para ellos. En la mutua calma ambos sabían que se sentían seguros, pero no lo dicen en voz alta, y no saben eso del otro.

—Y tú sabes que no vas a quedarte en el piso toda la noche —se queja, sin ninguna intención visible de hacer algo al respecto. Solo espera a que se decida por subirse a la cama, o se resigne y le quite las sábanas de encima solo para enrollarse con ellas en el suelo. Y no sabe cómo pero prefiere la primera opción.

The dead boys [TBP ; RINNEY/BRANCE/GRILLY]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora