6. Sólo quiero tranquilidad

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Amelia no tenía despertador, se deshizo de él en el momento que se instaló a vivir en el campo. Lo asociaba con el estrés de tener que estar pendiente a un horario, a un calendario y a citas médicas. Tenía un único reloj en la pared del pequeño estudio en el que ahora vivía y eso era todo lo que necesitaba.

Se levantaba temprano o bien por la luz del día o por el sonido del gallo anunciando que la mañana había llegado, pero aquel día se levantó en la primera luz del alba porque no aguantaba dar más vueltas en la cama.

Se había tirado toda la noche dándole vueltas a aquella novedosa sensación instalada en su interior desde que se despidió de Luisita aquella noche.

Su vida consistía en despertar, trabajar en el campo, comer con Pelayo, hacer algún recado que necesitara en el pueblo y cenar sola. Por supuesto, a excepción de los veranos donde durante un mes su rutina se trastocaba por la visita de María. Tampoco es que cambiaran muchos sus días a diferencia de que tenía algo más de compañía, y cuando su amiga insistía demasiado, iba con ella y sus amigos a tomar algo aunque todos sabían que Amelia no se quedaba mucho.

Pero ahora, había una chica en la casa de al lado. Una chica que parecía estar mucho más perdida de lo que dejaba ver a cualquiera.

Vamos a dejar una cosa clara y es que, a Amelia Ledesma, una de las cosas que peor se le da en este mundo es tratar con la gente. No era sociable, podía pasarse semanas en las que las únicas personas con las que hablaba eran con Pelayo y con sus padres cuando la llamaban por teléfono.

Estaba habituada a la soledad y le gustaba. Era algo conocido, y lo conocido era bueno. Estable.

Sin embargo, Luisita no era conocida y la confundía mucho. La noche anterior había sido la conversación más larga que había tenido con ella y probablemente, con cualquier persona que no fuera su familia, Pelayo o María. Pero eso no fue lo sorprendente.

Lo sorprendente fue que, con Luisita, no tartamudeó, ni le sudó las manos, ni el corazón empezó a latirle con fuerzas, ni sintió la necesidad de apartar la mirada ni la urgencia de salir corriendo cada vez que le pasaba con alguien con quien no estaba acostumbrada a pasar el tiempo. No le dio esa ansiedad que siempre le daba cuando se sentía fuera de lugar. Bueno, excepto cuando la rubia había intentando ligar con ella porque Amelia ni si quiera se acordaba de la última vez que alguien ligó con ella, probablemente nunca. Pero no le dio demasiada importancia, la rubia parecía estar demasiado borracha como para ser consciente de lo que hacía.

Y aunque quería quitarle importancia, toda aquella nueva mezcla de sensaciones fue el cóctel perfecto para quitarle horas de sueño a la ojimiel y hacer que su día empezara antes.

Se vistió rápido con su habitual mono de trabajo, desayunó algo ligero, le puso a Luna su comida y salió al exterior para empezar su día.

Como cada mañana, la brisa golpeó la cara de Amelia nada más salir. Amaba aquella sensación. La tranquilidad del campo, el silencio interrumpido exclusivamente por el movimiento de las hojas de los arboles y los primeros pájaros cantando anunciando el comienzo del día.

El silencio, la soledad, la tranquilidad. Todo era perfecto.

Hoy planeaba un día tranquilo. Era el primer día de jornada que Luisita la acompañaría y no sabía cuánta experiencia tendría la rubia en el trabajo del campo, pero apostaba que no mucha y no quería que se arrepintiera tan rápido.

Algo en la mirada que tenía la noche anterior la rubia hacía que Amelia tuviera la sensación de que algo no iba bien en su interior. Quizás sólo necesitaba un poco de aire fresco, quizás era mucho más profundo.

No sabía nada de Luisita, sólo lo poco que había hablado con ella aquella noche y lo que le había contado María, que no parecía parecerse mucho a la imagen que ella se había llevado de la rubia.

Si muriéramos mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora