26. Las dos caras

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Pensó que la primera noche tras volver de aquella escapada, dormiría de fábula, porque echaba de menos su cama. Pero en realidad, ahora echaba más de menos dormir junto a ella.

Quiso quedarse a dormir en casa de sus padres, pero su madre prácticamente la echó. Le había contado lo que había pasado en el aeropuerto, el fin de semana de lujo que habían vivido, la gente que había reconocido a la rubia mientras hacían turismo. Su madre la había comprendido, entendía que lo sucedido en la llegada la hubiera sobrepasado. Pero no iba a dejar que su hija volviera a refugiarse en su escondite como hacía cada vez que algo le agobiaba. Debía tomarse su tiempo para pensar, pero también para afrontar la situación. Así que, la mandó de vuelta al campo de Pelayo sin mayor piedad.

Cuando bajó de la furgoneta una vez dentro de la propiedad, vio su maleta en la puerta de su apartamento. Había salido tan corriendo del aeropuerto que ni si quiera había pensado en su equipaje. Y Luisita había tenido el detalle de dejárselo ahí para que no tuviera que entrar en la casa, porque con este gesto, estaba claro que María le había trasladado su deseo de que le diera algo de tiempo para procesar.

Y así fue, porque al día siguiente, Luisita no apareció para trabajar con ella. Le dolía y lo agradecía a la vez. Joder, es que estaba tan confusa...

Había almorzado sola en su apartamento a pesar de saber que Pelayo seguramente la esperaría para comer juntos, pero era muy probable que María ya le hubiera puesto al tanto de la situación con Luisita. Igualmente, se sentía culpable. Aquel hombre había hecho siempre todo lo posible por incluirla en su familia y sintió que le debía una disculpa por aquel desplante.

Así que, cuando terminó de recoger la cocina, fue a la casa a buscar a Pelayo y hablar con él. En cuanto entró, la casa estaba en total silencio, pero a pesar de ello, el corazón le latía con fuerza por la posibilidad de encontrarse con la rubia. Entró en el salón sin ver ni rastro del hombre al que buscaba, sin embargo, al entrar en la cocina se encontró a alguien que hizo que su corazón diera un vuelco. Pero no, no era ella.

María estaba sentada en la mesa de la cocina con un café y su portátil abierto, y se tuvo que dar cuenta de la reacción de Amelia porque la miraba con una ceja alzada.

– Pensé que eras...

– ¿Que era tu novia? – le interrumpió. – ¿La chica que llevas evitando un día entero?

Amelia puso los ojos en blanco porque ya conocía a su amiga y su poca sutileza para decir las cosas.

– No la estoy evitando.

– Ya, claro...

Suspiró y se acercó a coger un vaso de agua para sentarse junto a ella.

– Te dije que necesitaba tiempo y espacio, sólo es eso. – bufó mientras se dejaba caer en la silla de su lado.

– No es justo que la culpes, lo sabes ¿verdad?

– Por supuesto que no la culpo. Sé que no es su culpa, no fue quien llamó a esa masa de gente.

– ¿Entonces?

Se encogió de hombros e inspiró hondo.

– Nada. Sólo que me he dado cuenta de que no sé si la conozco. Que la Luisita con la que he estado conviviendo estas semanas no es la única versión de ella que existe. Necesito tiempo para descubrir quién es antes de seguir con esto y que ambas salgamos heridas. Porque el problema es que estuve con Luisita Gómez todo el viaje, pero llegué con Lu Morrigan, y ahora... no sé con cuál de las dos estoy saliendo.

– No, Amelia. El problema está en que lo creas así. No son dos personas diferentes, caramba. Son la misma. Tú conociste a Luisita estando perdida y ahora no está cambiando quien es, sino encontrándose a sí misma. El problema no es que Luisita cambie cuando sale de aquí, sino que tú sólo quieres ver esa Luisita. Es como si sólo piensas que un álbum es tu favorito porque te encante una sola canción. Tienes que escucharlas todas.

Si muriéramos mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora