20. La vida son dos días

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Probablemente, hacía años que Amelia no se despertaba con una sonrisa como esa y no era por lo bien que había descansado. De hecho, apenas había dormido.

Apenas había dormido porque su corazón volvía a latir con fuerzas al recordar la noche anterior, como si tuviera prisas para que fuera ya por la mañana y volviera a verla. Pero ya no había prisas, ahora sólo tocaba disfrutar del presente. Sobre todo porque ese presente podría ser tan bonito como efímero.

Hay veranos largos y otros muy cortos, y este año, a Amelia le daba la sensación de que septiembre llegaría demasiado pronto.

El momento de decir adiós.

Normalmente no se habría arriesgado a vivir una aventura así, una que sabía que acabaría y que era probablemente que saliera malherida con aquella despedida. Sin embargo, había decidido que, por primera vez, dejaría a un lado sus miedos y arriesgaría un poco siguiendo los consejos. Porque quizás María tenía razón, igual no le venía mal vivir un rollo de verano por primera vez en su vida.

Quizás podría repetirse todos los veranos.

Quizás, por ella, Luisita podría ser como las golondrinas. Esos pájaros que vuelan, viajan y viven, pero que cuando llega el verano, siempre regresan a casa.

Suspiró, no quería pensarlo.

No sabía qué le pasaba porque Amelia no era de esas que se preocupaban por el futuro. Lo había hecho durante demasiados años y había decidido hacía tiempo que sólo viviría en el presente y en la ignorancia de qué pasaría con el futuro. Pero es que Luisita se colaba en su mente creando todo tipos de pensamientos, y eso la confundía. Sin embargo, era momento de disfrutar del presente.

Se duchó, desayunó y salió hacia la zona del huerto. Sin embargo, la soledad no le duró mucho porque notó cómo Luna salió corriendo de repente hacia la casa de Pelayo. Cuando se giró para ver el por qué, ahí estaba la rubia tan radiante como siempre, y ella se sintió como una completa idiota por la sonrisa que se le había dibujado nada más verla.

– Hola, bonita. – le dijo a Luna acariciándole la cabeza.

Cuando la perra se dio por satisfecha con el saludo y volvió a salir corriendo por el campo, Luisita se incorporó y miró a Amelia con una intensidad que hizo que a la ojimiel le diera un vuelco al corazón.

Despacio pero firme, Luisita avanzó hasta ella hasta llegar a su altura. Le acunó la cara y la besó con las ganas que había acumulado durante toda la noche. Profundizó el beso haciendo que Amelia gimiera levemente ante la sorpresa y el placer del contacto de sus labios.

Se separaron y apoyaron sus frentes, sintiendo como sus respiraciones eran irregulares.

– ¿Y esto? – preguntó Amelia como pudo, algo sorprendida por aquella muestra de afecto.

– Ya sabes, por si morimos mañana.

Amelia se rio y beso aquella sonrisa que se le había dibujado a la rubia. Luisita respiró hondo y la abrazó por la cintura para poder tenerla cerca cuando cortaron aquel beso.

– ¿Qué quieres hacer hoy?

– Pues quería asegurarme de que los calabacines que planté la semana pasada ya han a

– ¿Es en serio? Amelia, que hoy es domingo. No trabajamos.

– Si, pero nunca he conseguido que crezcan los calabacines y me encantan, y quiero poder cultivarlos de una vez para poder comerlos.

– ¿Por qué no los compras del supermercado?

– Porque me gusta saber lo que como, ¿vale? ¿Sabes la cantidad de pesticidas que les echan a la fruta y verduras? ¿O los conservantes para que parezcan perfectas en el supermercado? La mayoría de las veces sólo estas comiendo sustancias tóxicas y cancerígenas. No sé, sólo quiero comer bien. Ya sabes, dieta sana, vida sana.

Si muriéramos mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora