17. Tenerte cerca

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A Luisita siempre se le había dado muy bien ligar, dar ese primer paso para conseguir que alguien cayera en sus encantos. Con los chicos era más fácil, sólo necesitaba hacerles creer que todo era idea de ellos. Los oídos de las chicas eran más difíciles de endulzar, y aun así, ella siempre sabía que decir.

Pero no con ella.

Joder, con Amelia todo era tan diferente. Hasta su forma de besar era diferente.

Cuando besó a Amelia no tenía esa confianza absoluta que siempre tenía cuando se acercaba a unos labios, sino el nerviosismo de una adolescente apunto de dar su primer beso. También fue diferente la suavidad con la que la besó.

Luisita besaba con fiereza, como la de una persona que ansia llenarse de aquella sensación de placer que le hiciera dejar de pensar. Pero a Amelia la besó despacio y su cabeza no se vació, sino que no paraba de pensar en ella, en sus labios, en su sonrisa, en la forma de mirarle, en lo que sentía cuando lo hacía.

De repente, su cabeza se llenó de Amelia Ledesma.

Y no sólo duró ese momento, sino que ya habían pasando un par de días y en lo único que podía seguir pensando Luisita era en Amelia Ledesma y en su maldita sonrisa.

Y sus ojos miel.

Y sus suaves labios y lo mucho que deseaba volver a besarlos. Pero no lo había hecho.

Desde que se besaron aquella noche bajo las estrellas, no habían vuelto a hablar apenas y mucho menos a acercarse tanto. Se tiraron todo el domingo casi sin verse, solamente cuando la vio junto a María en el huerto. Pero ahora era lunes y ambas habían vuelto a aquella rutina laboral.

Luisita seguía sin poder dejar de pensar en ella y aunque intentó acercar posturas un par de veces a lo largo de la mañana pero Amelia hacía como si nada hubiera pasado. Joder, ella sólo quería volver a acunarle la cara y besarla con ganas, pero cada vez que se acercaba un poco a ella, la ojimiel se ponía tensaba tanto que cuando la rigidez se iba de su cuerpo, se alejaba tanto de la rubia que hacía que Luisita sintiera una pequeña punzada.

Y no sólo eso, sino que conforme pasaba la mañana, Amelia cada vez parecía más y más nerviosa.

Ya no sabía qué pensar. Aquella noche pensó que Amelia sentía lo mismo que ella, sus labios la correspondieron y fue recíproco. Pero ahora... ahora parecía todo lo contrario.

Ya habían terminado y estaban recogiendo en silencio, y a Amelia se le cayó tres veces las tijeras de podar, haciendo tan evidente su nerviosismo que Luisita no pudo aguantar más.

– ¿Te pasa algo?

Amelia estaba de espaldas a ella y sólo carraspeó un poco antes de hablar en un murmuro.

– No, que va.

– ¿Y entonces por qué pareces tan nerviosa?

Suspiró y se giró finalmente a enfrentar a Luisita y sí, estaba muy nerviosa. Quizás se arrepentía y no sabía cómo decirlo. Quizás todo había sido un malentendido por parte de la rubia que había malentendido su amabilidad. Quizás todo estaba en la cabeza de Luisita.

– Hay algo que quería hablar contigo y...

– Amelia, si lo de la otra noche no te gustó o... no sé, simplemente has cambiado de opinión, no pasa nada. Podemos olvidarlo.

En cuanto puso aquel recuerdo en la mente de Amelia, la ojimiel se sonrojó tanto que a Luisita le pareció adorable.

– No es sobre eso.

Luisita dejó salir un pequeño suspiro sin poder evitarlo y sonrió levemente, haciendo que Amelia también sonriera un poco aunque más por el nerviosismo que por otra cosa. Se acercó a Luisita y se atrevió a mirarla a la cara.

Si muriéramos mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora