19. Nuevos comienzos

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Sus labios habían estado tan cerca...

Luisita había estado a punto de besarla otra vez y ya sabía en su interior que quería que sucediera de nuevo, pero hasta que no había sentido su aliento sobre sus labios no había sido consciente de lo mucho que lo deseaba.

Joder, es que le gustaba mucho. Muchísimo.

La rubia había conseguido en muy poco tiempo colarse en su interior y eso era algo que nadie había conseguido jamás. Se sentía tan cómoda con ella que había bajado la guardia lo suficiente como para que Luisita encontrara un hueco por donde entrar. Sin embargo, cada vez que la tenía así de cerca se bloqueaba y era incapaz de moverse. Como le había pasado con el primer beso, como le había pasado la noche anterior.

Cuando Luisita se acercaba con intenciones de besarla, por mucho que lo quisiera, su cuerpo se bloqueaba. No quería que le siguiera pasando, no quería quedarse inmóvil cada vez que la tenía cerca, quería reaccionar y hacerle sentir a la rubia que esas ganas eran recíprocas. Pero todo lo que sentía en su interior era nuevo e intenso, y le estaba costando mucho procesarlo.

Sin embargo, había decidido que no iba a dejar que aquellas emociones sigan apoderándose de ella en esas situaciones. Porque aquella noche era la moraga que harían en la playa con sus amigos y, si Luisita volvía a intentar besarla, la correspondería.

Así que, ahora lista y preparada para irse, esperaba nerviosamente junto a María en el porche de la casa de Pelayo a que Luisita saliera de una vez para reencontrarse con sus amigos en la playa.

Estaba claro que María notaba su estado de ánimo, porque la miraba refilón de vez en cuando con una sonrisa vacilona que hacía que se avergonzara levemente por su actitud. Sin embargo, se le olvidó todo cuando vio a Luisita salir por la puerta.

Estaba... increíble. Bueno, ella ya consideraba que la rubia iba siempre estupenda, pero es que el conjunto que había elegido para ir a la playa no era para nada parecido a sus pantalones cortos de flores y a su camiseta blanca básica. Luisita iba con un vaquero corto roto, con una parte de arriba de encaje blanco que no estaba segura de si era un sujetador o un top, unas sandalias griegas y un kimono color crema que tenía pinta de ser caro. Estaba despampanante.

Llegó hasta ellas y a Amelia ni si quiera le salieron las palabras. Menos mal que María siempre la sacaba de sus bloqueos.

– No sabía que íbamos a Coachella.

Luisita le sacó la lengua a su hermana como respuesta y luego miró a Amelia con una pequeña sonrisa, pero sin acercarse a saludarla con dos besos. Sinceramente, la ojimiel se sintió algo decepcionada por ello, pero tampoco supo decir si era bueno o malo, ya que ahora sólo dos besos le sabría a muy poco.

Convencieron a Amelia de ir a la playa andando y dejar el coche en casa, ya que sólo eran cinco minutos más al ser cuesta abajo y así podría disfrutar sin la preocupación de tener que conducir a la vuelta. Irían a la pequeña cala que había junto a la casa de Pelayo, esa a la que tanto le gustaba a Amelia para pasar los domingos en soledad.

Bajaron charlando entre María y Amelia, ya que la rubia se había quedado algo rezagada tras ellas y sinceramente, Amelia nunca había visto a Luisita tan callada. Sin ningún comentario fuera de lugar, alguna broma de las suyas o alguna queja de lo mucho que estaban andando. Nada.

Llegaron a la playa donde ya estaban el resto de amigos esperando. Habían encendido una barbacoa frente a la que estaba Marina cocinando algunos pinchitos, unos altavoces a los que estaban conectado el móvil de Nacho encargándose de la música, y un par de neveras donde no faltaban ni el hielo ni las cervezas.

Cuando aparecieron, era obvio que la mayoría aún no se habían acostumbrado a la presencia de Luisita, pero la rubia parecía muy acostumbrada a aquella atención. Todos se acercaban a saludarla mientras María ponía los ojos en blanco ante el poco caso que le habían hecho sus amigos cuando les había pedido naturalidad.

Si muriéramos mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora