7. Aire

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Se había tirado el resto de la mañana sola en aquel claro que tanto adoraba mirando el mar mientras se fumaba su cuarto cigarro en lo que llevaba de día.

Daba una cala profunda como si el humo pudiera llenar el agujero que se le había formado con las palabras de Amelia.

De verdad que Luisita se consideraba una persona trabajadora. Hubo épocas en las que dormía más en el estudio que en su propia casa. Repetía todo hasta la perfección y cuando tenía gira, se quedaba hasta altas horas de la madrugada practicando los pasos, hasta el punto de que aquello empezó a causarle mala fama entre los bailarines.

Donde ella veía querer hacer las cosas bien, los críticos veían a una caprichosa que se enrabietaba si no conseguía que todo saliera como ella quería.

Y no, el trabajo en el campo no era su fuerte, pero de verdad pensó que no le iría tan mal como para ser despedida el primer día.

Amelia parecía una persona cerrada que no estaba muy por la labor de seguirle el juego como lo hacían todos, y sinceramente, le pareció divertido al principio. Jugar con su paciencia, ponerla nerviosa. Sin embargo, la había llevado hasta el límite.

Sinceramente, no todo lo que le había dicho a Amelia era para molestarla, porque de verdad no entendía cómo una persona podía preferir vivir en mitad de la nada en vez de una ciudad donde tienes todo a tu alcance en cuestión de minutos.

Y no fue la simple respuesta de Amelia lo que había provocado ese dolor en el interior de la rubia, sino su forma de decirlo, su tono mucho más elevado de lo que la había escuchado decir hasta ese momento, sus ojos enfadados, cansados.

No la culpaba, por supuesto que no.

Cinco años, ¿había dicho cinco? Sí. Cinco años.

Cinco habían sido los años que aquella chica se había pasado en un hospital y el motivo ahora mismo era lo que menos le importaba a la rubia. Lo que le importaba era haber sido tan insensible, tan... tan idiota. Si lo hubiera sabido, no se habría comportado así. Habría sido más delicada o habría intentado entenderla, no lo sabía. Ojalá la ojimiel se lo hubiera dicho, o su abuelo o alguien, porque estaba segura de que su padre también lo sabía. Alguien podría haberle dicho algo, no que, como siempre, la mantenían en la ignorancia.

Quizás si que habían dicho algo, quizás Amelia le había dejado alguna señal, quizás simplemente, todos tenían razón y ella simplemente era una egocéntrica que no veía más allá de sí misma.

Quizás Luisita sólo sabía estropearlo todo una y otra vez.

Cerró los ojos deseando estar en casa, en aquel lugar donde para nadie era Luisita. Donde nadie esperaba más de ella que dinero y fiestas, donde no decepcionaba a los que tenía cerca.

El sonido de su estómago rugiendo interrumpió sus pensamientos. Ni si quiera sabía cuánto llevaba ahí, pero por aquel ruido indicándole el hambre que tenía, estaba segura de que ya era hora de almorzar.

Le dio una última calada a su cigarro y lo apagó antes de levantarse y caminar de vuelta hacia la casa.

Sus pasos eran pesados, su pecho estaba encogido en un puño y juraría que se le habían estrechado las vías respiratorias, porque no era normal la poca cantidad de aire que le entraba por mucho que inspirara.

Llegando a la casa, pasó por el viejo granero y el corazón le dio un nuevo vuelco al pensar en Amelia y sus ojos enfadados.

Y sinceramente, Luisita no se sentía así de mal por algo personal porque al fin y al cabo, tampoco conocía tanto a la ojimiel. Se sentía así de mal porque, a pesar de casi no conocerla, parecía haberla decepcionado.

Si muriéramos mañana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora