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Recuerdo cuando, a veces, a la hora de comer, comenzábamos un combate de albóndigas –o lo que pillásemos–, porque no teníamos nada mejor que hacer. Y acabábamos hechos una pena, y las enfermeras nos regañaban, y nos llevaban a fuera castigados, y justo cuando cerraban la puerta, nos descojonábamos tanto que parecíamos locos, y yo maldecía en voz alta al hospital y a las bordes enfermeras, y yo le decía que no lo repetiese, porque era muy pequña para andar diciendo semejantes groserías, y a Amanda le daba igual, y también los mandaba a la mierda.

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