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Me acuerdo de su catorceavo cumpleaños. De su cara de alegría cuando vi mi regalo. De su familia, y de sus dos amigas. Me acuerdo de sus nombres: una se llamaba Stacy –y he de admitir que su madre era guapa–, y, la otra, Sandra. Vi a un chico junto a ella, de apariencia asiática. Al parecer, el comentario huyó de boca en  boca, hasta acabar en su oído. Él me aseguró de que era completamente australiano. Creo que no le caí muy bien. Ni él a mí.

–¿Me enseñas a tocar una canción con la guitarra? –me preguntó Amanda.

Yo le prometí enseñarle Wake me up when September ends.

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