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Todo iba bien. Todo iba estupendo. Pero nadie tenía en cuenta, ni siquiera yo, de que era una granada. Y las granadas tienen que explotar en algún momento. Y yo exploté, y destruí todo a mi paso. 

Abandoné el mundo que conocemos durante doscientos cincuenta y nueve mil doscientos segundos, y justo cuando todo el mundo pensaba que  ya no estaba, resurgí. Y vislumbré a Amanda, y me di cuenta de algo: ella también era una granada. Pero era mi granada, y no iba a permitir que explotase nunca.

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