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La brisa despierta a Doyoung quién ha dejado la ventana abierta toda la noche porque el clima es tan caluroso que no le deja dormir.

El sonido de las hojas de los árboles lo abraza esa mañana y el de sus padres platicando abajo en la cocina igual, después de varios minutos tratando de convencerse si bajar o seguir durmiendo la voz de su madre lo termina por despertar.

-¡Despierta! ¡El hecho de que tengas vacaciones no quiere decir que no debas ayudar con los deberes de la casa! -grita en un atropellado coreano, su madre no lo domina completamente y aquello hace que suene todo menos intimidante que cuando le habla en su idioma natal.

De padre coreano y madre italiana Doyoung ha vivido gran parte de su vida en Positano un pueblo en la costa Amalfitana de Italia, al sur de Nápoles y al raz del mar, de la gente nueva cada día y del calor.

Doyoung se queja mientras remueve su cabeza con la almohada y se estira como si fuera un gato. Luego se queda otros largos minutos sentado y mirando una esquina de su habitación asimilando que está despierto.

—¡Doyoung! —esta vez es su padre quien le grita.

No hay forma de negarse Doyoung se levanta para ponerse una camiseta ya que ha empezado a calarle el fresco de la mañana y cambiar sus shorts de dormir por un pantalón nuevo y colocarse sus tenis, luego se dirige al baño compartido de esa segunda planta para lavar su rostro y sus dientes.

Sus padres lo reciben en la pequeña y acogedora cocina, están despiertos desde muy temprano y por el aspecto que llevan asume que estaban arreglando el mini jardín que poseían.

Un desayuno ligero es lo de ese día; un croissant acompañado de mermelada y un café bastante cargado es lo que lo hace despertar.

—Pensaba hacer Ndunderi pero no tenemos casi nada en la alacena, así que te toca hacer el mandado si quieres comer más tarde.

Es lo que dice su madre mientras desayuna, toda su primera semana de vacaciones lo ha hecho salir a comprar incluso si solo se trata de un condimento sin importancia, pero siempre es con la excusa de que no sea un perezoso.

Lo único que lo motiva para ir por el mandado es el hecho de que es uno de sus platillos de favoritos. Doyoung acepta sin rechistar por esa razón, su madre le da el dinero suficiente y el toma la bolsa de tela para guardar las compras.

Al abrir la puerta a las nueve de la mañana de un día cualquiera -ya que ni tiene ganas ni le interesa saber en cual se encuentra- el leve sonido del mar y la calma de uno de los pocos solitarios callejones de arriba de esa isla lo inunda, dos turistas van pasando frente a el mientras suben más escaleras de esa estrecha calle, le miran con curiosidad pero lo que miran en realidad es su hogar ya que la única visión que los turistas tienen son la de las residencias y casas de lujo privadas y no las más sencillas como la de Doyoung.

A el ya no le sorprende, los turistas son su pan de cada día, su pueblo y los demás de la costa vivían de aquello. No se queja pues está acostumbrado ellos y se ha hecho amigos de varios de los que han pisado su hogar.

Mark es uno de sus pocos amigos extranjeros que estuvieron visitando por determinado tiempo Positano. Es el vivo ejemplo de que las postales aún pueden seguir enviandose entre personas incluso si en la actualidad existen los teléfonos para reemplazarlas. El hecho de que el canadiense se tome el tiempo de escoger una postal de su ciudad y escribirle su día a día o cosas relevantes que le pasaron hacen que valga la pena esperar una semana para recibirlas.

O como Yuta, un japones que fue por negocios a su tierra natal y terminó siendo querido y casi adoptado por su familia gracias a su carisma. A comparación de Mark, Yuta prefería intercambiar mensajes de texto y hablar por video llamada, su amigo suele contarle sobre el clima de su ciudad natal, la comida típica y los lugares más bonitos que debe de conocer un día que vaya a Japón.

También esta Renjun, aún recuerda cuando se perdió ya que no sabía cómo volver a la entrada para tomar un autobús pidiendo su ayuda, creando una buena amistad que perdura en los mensajes donde que le cuenta sobre su vida en China, le habla sobre los puestos de comida callejera y como le va estudiando arquitectura.

Doyoung emprende su camino escaleras abajo, a unos diez minutos se encuentra el mercado que se pone todos los días sin falta. Es temprano pero encuentra a más personas conforme va bajando, algunos extranjeros y otros los reconoce rápidamente como sus vecinos pues a comparación de otras islas está era la de menos habitantes y la mayoría se conocía.

Una vez que llega los rayos del sol lo reciben en todo el cuerpo y se lamenta no llevar un sombrero, rápidamente se escabulle entre los puestos con agilidad seleccionando algunas verduras para el desayuno y comida.

—¡Esto es absurdamente caro! —es el grito que escucha cuando está eligiendo entre un manojo de ajos y otro.

Esa es la típica queja de los extranjeros, pero era tan cierta. La ventaja que tiene Doyoung es que entre habitantes locales el descuento era mayor, no solo eso, incluso la señora del puesto de frutas le regaló dos manzanas porqué lo conoce desde que era un crío. Sin embargo era casi una regla dar a un precio más caro a extranjeros.

—Johnny cállate por favor. —pidió una mujer a su lado.

—Como quieres que me calle si una simple fruta cuesta como si me estuvieran dando un kilo ¡Este viaje nos va a dejar en quiebra! —la queja viene de parte de un chico alto de cabello castaño mas alto que la mujer que lo acompaña.

—No es necesario que compremos esto. Este pueblo es precioso Johnny, disfrutemos de la playa y de las calles.

—¡Incluso rentan los espacios de la playa! Esto lo hace menos bonito.

El chico alto sigue hablando en un fluido inglés mientras mira indignado entre la fruta y a la señora del puesto que a pesar de que no entiende nada se muestra algo asustada por las réplicas del chico.

Doyoung paga por su cabeza de ajos y decide acercarse a apaciguar el momento y que no se vuelva un escándalo. Entiende algo de inglés, porqué según el; cuando vives en un lugar turístico es uno de los idiomas que escucharás toda tu vida e inevitablemente terminas entendiendo una que otra frase, porque muy pocos turistas se toman el tiempo de aprender el idioma local.

Los dos extranjeros pueden ver cómo un chico delgado y pelinegro se interpone entre ellos empezando a hablar con la señora mayor el idioma local del que no entienden ni una sola palabra.

—Solo es un turista quejándose del precio de esa manzana —le explica en un casi perfecto italiano y con una sonrisa —, le regalaré una de las mias para que no haga más alboroto. —la señora termina por agradecerle volviendo a su labor de vender.

Doyoung saca de su bolsa una de las manzanas que le obsequio la dueña del puesto. Volteando hacia el extranjero se puede dar cuenta de que la diferencia de estaturas era notable porqué tuvo que subir su mirada para ver directamente a aquella persona que poseía una mirada afilada y profunda dueña de unos ojos color avellana que ahora lo veían con detenimiento. No se sintió intimidado si no encantado con ello.

—Es de cortesía, ahora puedes probar la fruta sin enojarte —Doyoung le toma suavemente de la muñeca depositando la manzana en la palma de su mano. Espera darse a entender con su básico inglés. —, hay espacios de la playa que no tienes que pagar, son públicos. A cinco minutos de aquí se encuentra uno —explicó —. Si quieres algo a menor precio solo no te quejes en voz alta y usa tu amabilidad.

Al castaño se le tiñen las mejillas de un rojo carmesí y no precisamente por el calor. Doyoung sonríe amable, retira el tacto de su muñeca y se va despidiéndose gritando un ¡Ciao! En cambio al otro no le salen las palabras quedando mudo, lo único que hace es ver cómo se retira la pequeña figura del chico.

—¡Gracias! —Su madre es la primera en reaccionar a la acción del chiquillo con una sonrisa —Ahora Johnny, se amable con la señora.












Tenía algo de tiempo planeando esta historia, si los datos son incorrectos no duden en corregirme, yo sigo investigando aún sobre este lugar tan bonito.

:)

Positano | JohnDoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora