II. Escucha y serás sabio

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Los bostezos que daba Columba Al-tair al despertar parecían chillidos de una mujer en peligro. Aunque a estas alturas a Shanley ya no le asustaban demasiado. Ahora era un entendido y sabía de sobra que eso que apuñalaba sus oídos cada mañana, no era más que uno de los tantos rasgos impertinentes de los checlelianos; por lo que no había ningún motivo por el que perder los nervios.

«Aun cuando tengas muchas ganas de hacerlo», tarareó en su interior al tiempo que se ponía de pie para estirar los brazos. Y las piernas. Y todo en general. Le dolían los huesos, y el grado y medio que hacía en Thanis lo empeoraba hasta el horror. No había sido únicamente una broma de Marik eso de ser el más anciano de los ocho.

«De los siete», se obligó a rememorar, pese a que AME5 bien podría contar como un miembro extra.

—Buenos días, contramaestre —le saludó el susodicho, anclado al fondo de la habitación—. ¿Cómo ha dormido?

«Lo sabes perfectamente», pensó, pero respondió algo distinto y escueto, propio de los buenos mentirosos.

—Has roncado —intervino Columba mientras se quitaba la ropa.

Shanley esperaba que no se notara la vena que se le había hinchado en el cuello.

—¿De veras? —le siguió el rollo—. ¿Y eran más o menos molestos que tus peculiaridades? —sonrió, al mismo tiempo que se regañaba por ello. A veces su boca iba más rápido que su moral, incluso si se repetía las cosas. No obstante, la maestre no se enfureció. De hecho, le devolvió la sonrisa.

—Como declaras, lo mío es una peculiaridad. Pero lo tuyo es de viejo y hay que tener cuidado —dijo con suavidad, ya que, como había aprendido también, los checlelianos no podían decir nada que no fuera desde la más absoluta elegancia. Aun si eran pullas como aquella.

—Entendido —asintió él, enrojecido de los pies a la cabeza, y luego se volteó hacia la oscuridad en la que se encontraba la máquina—. Entonces, ¿qué es lo que pasa, AME? —preguntó—. ¿A qué vienen esas prisas?

—Mis disculpas —respondió la IA—. Creí que les estaba despertando de forma dulce y amigable. Quizá mi información de como hacerlo está desfasada.

Shanley se rio falsamente. Era extraño eso de hablar con alguien que no estaba ahí.

—Es posible, sí —le dijo, y al instante añadió: —Veinte años bajo el agua deben oxidarte en lo que respecta al mundo real.

—¿Tanto puede cambiar mi planeta en ese tiempo?

«No», se reconoció a sí mismo el contramaestre. «Eso es lo que da miedo. Mira si no las leyes de la agencia, que a su vez son las leyes de la aristocracia. ¡No han cambiado desde la marcha de los dioses! Hay avances, pero en esencia los marathierdanos siguen siendo los mismos súbditos de siempre. Y si no que nos lo digan a nosotros».

Ante la mala cara de su compañero, Columba Al-tair encarriló de nuevo la conversación.

—Sospecho que hay algo que debemos arreglar.

—Obviamente, maestre —les dijo el robot al fin—. He detectado una obstrucción en el filtro del nivel dos que compromete nuestra agua potable.

—Es cierto que no le hemos echado un ojo desde eso —reconoció la mujer—, por lo que la porquería se habrá acumulado. No creo que nos lleve demasiado, sin embargo. —Buscó la aprobación de Rawl Ainos, empero este continuó desvistiéndose en la soledad de su propio mundo—. ¿Lo saben los demás? —cuestionó a la IA con tal de ignorar al ambiente.

—Me he visto obligado a decírselo al tersegundo oficial Erak Marle a causa de mi falta de talento. Pero la capitandante Marik también les espera, por si les hace sentir más seguros.

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