XVIII. Hay muchos mundos en el cosmos, pero hay más dentro de nosotros.

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Con tres testimonios y nuevas y convenientes pruebas, resolver la desgracia de ARGO resultó un juego de niños. Unos juicios de más y lograron el final feliz. Todo un cliché. Igual que la fiesta de condecoración que empezaron a organizar más pronto que tarde; en la que, además de rendir homenaje a los miembros caídos —que no fueran la reciente degradada Daphna Marik—, retiraron de las misiones de la agencia con honores a Raidna Kellernam y Erak Marle. Aun cuando, a opinión de Murmur, ninguno de los dos se quedó lo suficiente como para disfrutar del festival en el que estaba arrasando.

Pese a dirigir algún vistazo de enojo hacia la parte sobresaliente de la agencia, el gran duque de Scilla, animado por el administrador Nettuno y el inanimado presidente Aralas, se ganaba al público constantemente en la plaza de Dromedaria; la ciudad decarabiana más cercana y, por ende, la única en la que podrían hacerles entrega siendo Marle un maratherdiano de Ligeia.

Eligor, apoyado en uno de los ventanales de los pasillos del MSC, el edificio dedicado al desarrollo de AMEs —ahora NAMEs o, según el veredicto, robots de desguace—, cohetes, botes e hipomarinos, retorció en sus manos endurecidas la ridícula medalla que el propio chico le había entregado, al tiempo que pensaba que sin esos trozos de vidrio impenetrables, ya la hubiera lanzado a la cara del gran duque peludo.

«Aunque esto no sirve ni para echar una partida de discos».

Se conformó con dejarla caer al suelo y luego pisarla con sus botas de piel —la piel de un niño que había intentado rebanarle el cuello tontamente en el pasado— como si aplastara un insecto.

Los cuchicheos de un par de jóvenes novatos causó que desviara su atención de manera discreta hacia el pasillo de al lado. Sus monos de color marfil le indicaron que pertenecían al JSC, el departamento de cara a Caacrinolas, que se dedica a mantener y enseñar a los futuros tripulantes, aparte de coordinar, dirigir y supervisar todos los vuelos y actividades de lanzaderas que se programan en el pequeño KSC, situado frente A Danalef; y que, por lo tanto, de la única persona de la que podían estar hablando así era de la especialista a la que Marle había ido a ver.

—Apenas sale de su habitación, ¡pero cuando lo hace casi prefieres que nunca lo haya hecho! ¡Esas heridas...! —Fingió un sonoro estremecimiento—. ¡Nunca puedo dejar de fijarme en ellas!

—Bueno, a mí me han dicho...

—¡Y por la noche, Alya! —la interrumpió el chico, al tiempo que se apretaba el entrecejo—. ¡Qué gritos! ¡Y lo que dice...! Si no fuera porque de veras necesito un sueñecito, me darían hasta escalofríos...

—¡Ja! —se burló la chica después de ponerle una mano en el hombro—. ¡Porque no la has oído hablando como si alguien más estuviese consigo! El otro día, Faye Delaunay pasó por los dormitorios con Itanod para... Bueno —enrojeció—, ¡eso da igual! El caso es que vio la puerta de su cuarto entreabierta, y a la vuelta... ¡Ay! —Un destello hizo que se frotara el ojo a consciencia—. ¿Qué es eso? —señaló con el índice encorvado.

En el suelo gris y pigmentado de cerámica, el premio de Erak era incapaz de no iluminarse sin la presencia del duque que, resoplando por dentro, había preferido irse en dirección contraria antes que aleccionarlos como a sus pequeños bastardos. No estaban en su reino. Y era una pena porque, si esto era lo que iba a viajar por el universo, estaba claro que ARGO no sería la primera, ni la última tragedia que los pondría nerviosos.

Pero eso tampoco era una sorpresa, ¿no? Ellos mismos, por ser en parte maratherdianos, también estaban condenados a ceder, aún más conscientemente, a ese ciclo infinito.



De piernas cruzadas a la única ventana del cuarto, Raidna magnificaba al máximo el telescopio para poder observar el océano. Sin embargo, los defectos de su diseño hacían que Thanis estuviera bastante más borroso y distorsionado que en el reflector del desierto.

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