XIII. Todos estamos hechos de carne

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Marle los sacó del agua, convertidos en un saco de carne tiesa que, por suerte, no había llegado a congelarse, tal cual la punta de su calzado. Y del propio Rawl Ainos que lo había seguido a pesar de sus condiciones.

—¡Por...! —exclamó el anciano, antes de aproximarse al médico con ruidosos saltos, inevitablemente —los huesos le crujían de manera infernal—, mientras la sala se mecía de nuevo hacia un lado. —¡Ay, ay! —Se desvió, a causa de ello. Pero con un esfuerzo extra logró aferrarse a ambos y sonreír de triunfo.

«No está mal, ¿eh?».

Marle no se la devolvió, sin embargo, y el viejo enrojeció más por bochorno que por frío. Aunque lo disimuló diciendo:

—¿Crees que podrás llevarla a tu espalda o nos la repartimos a medias?

—Sí —asintió el oficial, a la vez que mantenía el equilibrio ante otro balanceo hacia la derecha—. Es lo que pensaba hacer sin tu ayuda —agregó, provocando que Shanley se quedara petrificado como uno de esos muñecos de sal de Togoska, y que él le arrancara el control sobre Kellernam.

De forma momentánea, claro, porque por muy mayor que fuera, a veces el contramaestre podía ser el niño más cabezota que había a bordo. Aun cuando puede que fuera por ello, precisamente, por lo que siempre intentaba socorrerlos, razonó de pronto el oficial.

—¡Está bien! —le gritó el abuelo, ya en búsqueda del camacullo que navegaba sin rumbo a través de la esfera—. Pero que sepas que para ser un médico tan aclamado por tu gente... —Por el rey y por el duque, con qué retintín había dicho eso, se dijo el oficial—. No has pensado ni por un segundo en la comodidad del paciente.

»¡Vamos! ¿No crees que sería mejor transportarla con esto? —dijo, durante todo el tiempo que tardó en arrastrar hasta sus narices el objeto.

Marle tampoco le respondió a esto. Se lo quedó mirando. Tiritaba de la cabeza a los pies. El agua ya les llegaba por las rodillas y en un punto de su silencio, el viejo no aguantó más la espera y se la sujetó con fuerza para no sentir que se le escapaba de la pierna, cuyas cicatrices permanecían intactas, observó Erak. La única cosa positiva de todo aquello, porque Shanley era la muestra de que AME5 era más eficiente que su persona. Y eso le hizo tomar la decisión que le pedían las circunstancias, de modo que no tuviera que abandonar también su desconfianza.

Como pudo, cogió a la especialista en brazos y la puso sobre la suerte de capullo sin dejar que Shanley interviniera del todo. Los cables del robot, que la habían mantenido quieta en el suelo, ahora eran molestias flácidas, pero vivas, que, una vez colocada la chica, se engancharon alrededor de la punta del camacullo, para el terror de los dos.

—¡Maldita sea! —exclamó el contramaestre, a la par que se colocaba a los pies del aparato—. ¡Estos años aquí te han cundido, AME5! Nunca había visto a una máquina hacer lo que tú.

Marle inspiró y expiró suavemente sin apartar la mirada de la joven.

«No creo que ahora pueda contestarte», se dijo. Era lo lógico, al fin y al cabo. No obstante, al robot parecía encantarle el factor sorpresa, porque, al instante, uno de los ojos negros e inyectados en sangre de Raidna se abrió y miró en su dirección, asustándolos por enésima vez en el día; dándoles la señal de que ahí estaba. Aunque Marle palideció aún más al preguntarse si la doctora también podía verle de esa forma; si ya le profesaba el odio que le tocaba para que así abandonara sin remordimientos el planeta.

Miró hacia la entrada. Allí solo quedaba un rastro de Layton. Shanley se había topado de lleno con sus restos mientras intentaban esquivar al oficial piloto, al que tras una persecución y una patada en el rostro del anciano —que todavía sangraba—, Marle logró enfrentar sin éxito en la sala de los hipomarinos. Hasta que la acosadora de Raidna comenzó una pelea con otra eslange más grande que protegía a sus dos crías bajo su pecho, y terminó dando varios coletazos contra la instalación; arrastrando a Piloto fuera de su vista en el proceso de inundación que cubrió tanto aquel refugio, como el pasadizo que lo seguía. También el comedor y el cuarto de las especialistas, a los que Marle dejó atrás de vuelta a la sala médica, con la que en ese momento parecían haberse puesto a jugar al Defensor (en Ligeia, al menos, lo conocían por ese nombre).

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