VII. Una derrota no es una derrota al menos que sea aceptada como una realidad

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—Creo que es el Autómata quien ha provocado todo esto.

La capitandante se quitó la máscara; los ojos como dos huevos de lágrimas a punto de abrirse.

—¿Qué perversidad hablas?

Aun cuando era una utopía pensar que su veneno desaparecería igualmente así. Disparó las palabras entre pausa y pausa, junto a gotas de saliva que mancharon la frente de la maestre, quien apenas conseguía llegarle al pecho.

—Lo que oye, mi capitandante —dijo esta, al mismo tiempo que se limpiaba la frente.

Daphna Marik frunció el ceño en respuesta.

—Pruebas. Porque estoy bien harta de las intuiciones, maestre —agregó mientras clavaba la boca de la AAT-1 en el suelo.

Subgobernados por Orobas, los checlelianos a veces confiaban demasiado en su supuesta clarividencia. Pues Marik creía, al igual que la mayoría, que la aristocracia de Marathierde era la única capaz de tener tal cosa y que ni siquiera un gran príncipe podía enseñar a sus súbditos el cómo desarrollarla. Y pese a que tenía entendido que Al-tair opinaba lo mismo, la capitandante empezaba a sospechar que, a la hora de la verdad, su educación era más fuerte que su criterio; y eso empeoraba el estado de su temperamento bilioso.

—Las pruebas se han evaporado —continuó la susodicha, decidida a convencerla, aunque ya sabía que Marik lo entendería de otra manera.

—¿Qué te he advertido, Al-tair? —dijo la mujer, terroríficamente sauve.

Layton, todavía seguro en su propio espacio, se sujetó el pecho ante la tensión.

—Lo digo en serio, capitandante.

Marik se carcajeó desde lo más profundo de su alma.

—Si supieras lo en serio que voy yo...

—He escuchado su voz. —Bajó más el tono, si es que eso era posible en ella, y enseguida aclaró: —La de la doctora Mungo, en nuestro dormitorio.

—¿Y no lo habrá soñado? Teniendo en cuenta lo alteraba que estaba después de fotografiar a esta cosa, creo que hasta nuestro segundo oficial médico podría darme la razón —señaló a Marle, que se había acercado de nuevo hasta la insignificante doctora Kellernam, a ojos de Marik, con la barbilla, y luego volvió la vista a Al-tair. ¡Vaya!, no estaba a dispuesta a retroceder.

«Más sorpresas para el día de hoy».

—¿Puede ser más clara? —Le dio el beneficio de la duda, verdaderamente cansada de tanta estupidez.

—Sí. Lo lamento, mi...

—¡Al grano, maestre!

Aquel grito les hizo temblar el cuerpo entero. «¡Fir-mes!», pareció querer decirles, y todos se sobresaltaron; excepto Kellernam. No dejaba de vigilarlas. Sin embargo, esa acción no le impidió examinar de reojo a la cría. El misil le había destrozado parte del cráneo, la mandíbula y las branquias del lado derecho, pero el resto seguía intacto, enseñando los colmillos dónde tenía enrollados cabellos que solo podían pertenecer al trágico pasado. Raidna estiró uno con la punta del pulgar y el índice para verlo de cerca, tan hipnotizada como inquieta. Había algunos más en los tentáculos de la criatura, sobresaliendo de entre las hendiduras; del mismo tono rubio que el resto. Esperaba no estar imaginándoselo... Le metió la mano dentro del morro, con Marle atento a todo a su espalda.

—No podía venir de otro sitio, así que al acercarme al armatoste lo comprobé —explicó Columba Al-tair, absorta en su capitandante, y ella concentrada en la maestre a su vez—. Bastaba con preguntarle al Autómata específicamente, ya que no puede mentir. Y lo reconoció al instante, capitandante. ¡Él reprodujo la voz de Dusanne para atormentarme!

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