Capítulo 1

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No me rendí, entendí que ya fue suficiente.

MAIA

—Juan, por favor ¡Soy tu esposa! ¡Te necesito! —exclamó al borde de la desesperación o algo peor —Necesito que me hagas el amor, que me hagas sentir deseada, amada, sexy y bonita. Necesito que me hagas sentir mujer ¡Tu mujer! —acaricio su pecho con manos firmes, pero temblorosas —Te deseo —digo a punto de que se me quiebre la voz. Nunca, ¡Nunca!, me imaginé que le iba a rogar a ningún hombre que me hiciera el amor. Ni en mis peores pesadillas me soñé suplicando por sexo y heme aquí, a punto de romper en llanto por millonésima vez y suplicarle ¡Rogarle!, a mi esposo, ¡Mi marido!, que me haga suya, que me haga el amor, aunque sea por una sola vez en la vida. Estoy a punto de humillármele como nadie en su perra vida se le ha humillado para que me haga mujer ¡Su mujer! Y todo porque lo amo, porque a pesar de todo este hombre es el amor de mi vida y siento que sin él me voy a morir, que si él me deja me convertiré en nada.

—¡Por favor, Maia! —exclama alejándome de su cuerpo —Compórtate como una dama y no como una ramera cualquiera —decir que sus palabras no me duelen, sería poco comparado con el dolor que siento en este momento. Sus palabras han causado un dolor asfixiante, ¡Agonizante!, en mí —Deja de comportarte como una cualquiera y demuestra la gran educación que tus padres y yo te enseñamos. El deseo, la lujuria y la pasión son sentimientos que no están permitidos para una dama de tu clase, de tu categoría, de tu alcurnia. Esos sentimientos son para las zorras, para las cualquieras que se venden por dinero. Así que controla tu zorra interna y compórtate como la dama de sociedad que eres —me alejo de él sintiendo que su cuerpo tiene espinas y que en cualquier momento me va a atravesar el alma. Aunque para sentir el dolor agudo, punzante y profundo que siento en el pecho, no es necesario que sus espinas me traspasen. Con las espinas que él ha ido incrustado en mí, año tras año, es más que suficiente.

—Lo siento —digo avergonzada por mi comportamiento y dolida por sus palabras.

—Si vas a llorar enciérrate en el baño y déjame dormir —me paro de la cama para hacer lo que me pidió e irme a encerrar en el baño para llorar y lamentar de la asquerosa vida que tengo ¿Cómo diablos cambio tanto mi vida? ¿En qué momento paso de ser mí sueño hecho realidad, a ser una pesadilla real? ¿Cómo diablos termine aquí? No lo sé, no sé en qué momento cambió mi vida tan radicalmente, pero lo que sí sé, es cuando inició ese cambio.

Me presento. Me llamo; Maia Anabella Olson De Manterola, tengo veintisiete años y el hombre en esa cama, que me acaba de rechazar de la forma más hiriente que existe, es Juan Manterola ¡Mi esposo! Me casé con él hace siete años y desde entonces soy la mujer más infeliz de la faz de la tierra. Mi marido... Perdón, mi esposo, porque el título de marido le queda grande. Mi esposo no me toca de la forma en la que un hombre tiene que tocar a una mujer, sobre todo cuando esa mujer es su esposa. No sé por qué, pero así es... Me casé con él perdida, total y completamente enamorada y cegada por sus encantos ¡Me casé con él con una venda sobre los ojos! Desde que lo conocí, él fue el hombre perfecto, el novio soñado, el amigo deseado, ¡El compañero de vida anhelado!, por lo cual creí que también sería el esposo perfecto, soñado, deseado y anhelado. En los dos años que duramos de novios siempre fue gentil, atento, caballero, amoroso, cariñoso y apasionado, pero siempre respetando los límites que yo le imponía. Él siempre fue muy respetuoso conmigo, por lo cual cuando le dije que quería llegar virgen al matrimonio lo tomo bien. Bastante bien para ser sincera. Yo creí que era porque quería respetarme, pero ya somos esposos, llevamos siete años de casados y yo... ¡Yo sigo siendo virgen! Él nunca me ha toca y aunque en un principio me dio explicaciones aceptables en aquel momento, ya que yo estaba en exámenes finales para graduarme y luego sus empresas pasaron por un mal momento y él estaba estresado, con el pasar de los años esas excusas/explicaciones ya no son suficientes para mí. Los tres primeros años, acepte que no me tocara, acepte sus explicaciones porque era feliz, incluso podría jurarles que fueron los más felices de mi vida. Él siempre estaba al pendiente de mí, era atento, cariñoso, educado, amoroso e incluso algo pasional a la hora de besarme o tocarme, pero en los últimos años ha sido el monstruo de mis pesadillas. Mis pesadillas de niñas fueron sueños maravillosos comparados con la pesadilla que estoy viviendo en este momento. El hombre que juró frente a un altar cuidarme, protegerme, amarme, respetarme, valorarme y velar por mi felicidad, se ha convertido en el ejecutor de mi infelicidad. En el autor intelectual de mi desgracia.

¿Y saben qué? Me duele, me duele mucho su rechazo... Bueno, decir que me duele es no hacerle justicia al dolor que siento, es una palabra tan pequeña que dudo mucho que pueda expresar el dolor que siento. Y más que dolor es, rabia, tristeza, pena, repulsión, melancolía, soledad, tormento, desilusión, indignación, coraje, irritación, etc. Eso y más son los sentimientos que siento y no solamente hacia él, sino también hacia mí, porque con él he caído lo más bajo que una mujer podría caer. Con él he cometido todos esos errores que de adolescente me jure nunca cometer. A él lo he dejado hacerme todo eso que una vez juré que nunca dejaría que nadie nunca me hiciera. Y es por eso que también siento que soy un fracaso como mujer, un fiasco total. Mi autoestima está más abajo del piso ¿Y cómo no estarlo, cuando no despierto ni un mal pensamiento en la cabeza de mi esposo? ¿Cómo no sentirme fracasada como mujer y tener mi autoestima más enterrada que la raíz de un roble de trescientos años, cuando tu esposo no te desea? ¿Cómo no sentirte el ser más indeseable del mundo, cuando para tu esposo no eres más que el trofeo que les presume a sus amigos? Mi autoestima está enterrada, dos mil quinientos cincuenta y cinco pies bajo tierra, porque mi esposo se encargó de enterrarlo un pie por día a lo largo de los siete años que llevamos casado. Todas las noches mi esposo entierra mi autoestima, un pie más ¿Y saben que es lo peor? ¡Exacto! ¡Que yo se lo permito! Que yo dejo que él haga lo que le da la gana conmigo.

Es triste y doloroso para mí confesarles que para mi esposo no soy más que un mueble caro de su casa, que un objeto que puede presumir, que el trofeo que muestra ante todos como si se lo hubiera ganado por salvar a miles de soldados en la guerra. Es doloroso para mí decirles que me mordió a su gusto y placer, que me convirtió en una dama fina y refinada de sociedad, en la mejor anfitriona del mundo, para que cuando trajera a sus socios a casa los tratara como reyes, para luego presumirme y vanagloriarse por mí. Me convirtió en la esposa perfecta, de la cual podía hablar con orgullo delante de todos, pero que al llegar a casa la hacía sentir la peor basura del mundo... Y sé que muchos dirán ¿Por qué lo soportas? ¿Por qué lo toleras? ¿Por qué lo aguantas? ¿Por qué no lo mandas a la mierda? ¿Por qué no lo dejas? ¡Simple! ¡Por amor! Porque a pesar de todo lo amo, porque me case locamente enamorada de él y porque pretendía cambiarlo. Creí que podía cambiarlo, pero ya no más, ¡Ya no puedo más!, y mañana le pediré el divorcio... Y antes de que lo diga, no, no me di por vencida con mi matrimonio, simplemente entendí que ya he sufrido bastante. No me estoy dejando por vencida con mi esposo y mi matrimonio, simplemente entendí que ya se lo he dado todo y ya no me queda nada más que darle ¡No me rendí, entendí que ya fue suficiente!

La Viuda VirgenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora